Con un rápido movimiento, Dean agarró la prenda por el dobladillo y se la sacó por la cabeza.
– ¿Mejor?
– Oh, mucho mejor -aprobó Jo plantando las manos en el ancho tórax. Lo acarició, deleitándose en la sensación de la suave piel y los firmes músculos, y se inclinó hacia él, depositando un reguero de besos húmedos y cálidos por toda la garganta, lamiéndolo y aspirando con la boca. Dean se estremeció de arriba abajo al sentir sus labios descender hacia el pecho. Jo mordisqueó suavemente los pezones erectos, y lo escuchó contener el aliento y gemir cuando ella los chupó repetidamente.
Antes de que pudiera seguir hacia abajo, Dean la detuvo, haciendo que se echara hacia atrás. Se miraron largo rato. Un trueno rugió en el exterior, y la camioneta retumbó.
La lluvia comenzó a caer con más fuerza, y Dean volvió a fundir su boca con la de ella una vez más, mientras la empujaba despacio para tumbarla sobre la manta y se colocaba sobre ella, interponiendo una rodilla entre sus piernas.
Los besos empezaron a hacerse más lentos, y Dean fue desabrochándole uno a uno los botones de la blusa, volviéndola loca por la tranquilidad de sus movimientos, haciéndola sentir mareada por el acuciante deseo de experimentar la caricia de sus manos sobre la piel que quedaría al descubierto.
Cuando al fin hubo terminado, abrió la blusa y la sacó de la cinturilla de los vaqueros. Jo se estremeció cuando su boca exploró el contorno de sus senos, aún cubiertos por el sostén. Dean los probó con pequeños mordisquitos, hasta alcanzar las erguidas puntas, y apretó la lengua contra ellas a través del encaje.
Jo sintió que la impaciencia se apoderaba de ella, y casi se desvaneció de alivio cuando él desabrochó el cierre frontal del sujetador, liberando finalmente sus pechos. Apartando las copas a los lados, Dean repasó los dedos por los titilantes pezones, increíblemente rígidos por sus caricias, y húmedos, tanto por sus lengüetazos como por la humedad que había dentro del vehículo a causa de la lluvia y el calor combinado de sus cuerpos. Incluso las ventanas estaban empañadas por su agitada respiración.
Dean trazó círculos en tomo a la aureola, y la humedad de la piel de Jo incrementó la fricción, aumentando el placer de la caricia.
Le dirigió a la joven una sonrisa pícara.
– Sí, hace bastante calor y hay mucha humedad aquí dentro.
– Yo desde luego siento como si estuviera ardiendo -asintió Jo sonriendo también. Y, de algún modo, intuía que la temperatura iba a subir más todavía.
– Sí, sí que lo estás -reconvino Dean con voz ronca, acariciándole los brazos-. Veamos qué podemos hacer para refrescarte un poco.
Acercó la neverita portátil, retiró la tapa, y rebuscó entre las latas, pero en vez de extraer un refresco, como Jo esperaba, sacó un cubito de hielo y lo introdujo en su boca, para cerrara continuación la fría palma sobre su seno. Jo contuvo la respiración sorprendida ante la sensación, a la vez inesperada y excitante. Antes de que pudiera apartarle la mano, Dean bajó la cabeza y le pasó la helada lengua por el cuello, para capturar después sus labios, y abrirle la boca, deslizando dentro de ella el cubito a medio derretir.
Comenzaron un sensual juego de intercambio del trozo de hielo, hasta que este se deshizo por completo. El beso continuó, pero Jo necesitaba tocar a Dean, y sus manos se deslizaron por todo su cuerpo: los hombros, los brazos, el torso, el vientre, las caderas… Allí se topó con la frustrante barrera de los pantalones. Dean interrumpió el beso con un quejumbroso gemido e inspiró aire con fuerza.
– Compórtate, Jo -le dijo fingiéndose escandalizado.
Ella puso los ojos en blanco.
– ¿Es que sólo vas a poder divertirte tú?
Dean ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
– ¿Pretendes decirme que no lo estás pasando bien?
Jo esbozó una sonrisa pícara lentamente.
– Es sólo que no creo que la balanza esté ni tan siquiera equilibrada. Tú te estás llevando todos los honores -le reprochó.
Mientras hablaba, Jo recorrió el muslo de Dean con la palma de la mano hasta detenerse junto a la enorme erección que parecía amenazar con reventar los botones del pantalón vaquero. Jo colocó la mano encima, sintiendo una cierta satisfacción al tenerlo completamente en su poder y al comprobar que ella no era la única que estaba tremendamente excitada. Con una sonrisa maliciosa, lo acarició despacio. Notó que la erección crecía más aún, poniéndose dura como el granito y, de pronto, lo único en lo que podía pensar era en rodear con su palma todo aquel agresivo calor masculino y saborearlo con la lengua.
Sin embargo, en el momento en que intentó desabrocharle el cinturón para dar rienda suelta a sus fantasías, Dean la agarró por las muñecas impidiéndoselo. Le dio un beso largo y profundo, mientras apartaba de su piel por completo el sujetador y la blusa. Jo levantó los brazos para facilitarle la maniobra, pero pronto comprendió que había sido un error, porque se encontró con las manos presas por los puños de la camisa, que Dean había anudado en tomo a sus muñecas.
Jo dio un tirón, pero el nudo era firme.
– Estoy empezando a creer que tienes cierta fijación erótica, Dean… -murmuró.
– ¿Te refieres a hacerte esclava de mis deseos? -sugirió él observando los generosos senos de Jo y los erguidos pezones.
La joven se preguntó si los tomaría en su boca o la haría suplicar para que lo hiciera. Si no lo hacía pronto, desde luego, estaba dispuesta a rebajarse.
Dean pasó los dedos por la cintura de Jo.
– ¿Te gusta estar así, a mi merced? -dijo acariciándola de nuevo.
Jo no podía negar lo que su cuerpo gritaba a voces.
– Sí, pero me gustaría más que me dejaras acariciarte yo también.
Pero Dean meneó la cabeza de lado a lado, y extendió el brazo para entrelazar sus dedos con los de ella.
– Si me tocas otra vez como lo has hecho antes, perdería el control.
– ¿Yeso sería tan malo? -le espetó Jo con voz mimosa.
Dean le acarició la muñeca con el pulgar repetidamente.
– Sí, en especial cuando quiero asegurarme de que tú estés satisfecha por completo antes de dejarme ir.
Jo pestañeó de un modo pícaro.
– Caray, sí que eres caballeroso…
– Si eso es lo que quieres pensar… -contestó él con una sonrisa lobuna. Y relumbró en sus ojos un brillo peligroso que hizo que los latidos de Jo se hicieran mucho más rápidos-. Lo cierto es que, en realidad, se trata sólo de egoísmo por mi parte, porque quiero verte disfrutar. Saber que estás así, atada y que eres cautiva de mis caprichos me excita aún más. Dime, ¿no te excita a ti también?
– ¿Qué crees tú? -respondió Jo sin ningún pudor.
– Hum… Yo diría que sí, pero quiero estar completamente seguro.
Y, sin retirar la mano con la que le sostenía las muñecas, introdujo la otra de nuevo en la neverita y extrajo otro hielo, que se metió en la boca. Esta vez, en cambio, lo masticó rompiéndolo en trozos, bajó la cabeza hacia su pecho y tomó uno de los pezones en su fría boca, abriéndola poco a poco para engullir tanto como podía del seno, succionando y repasando la lengua en espiral sobre el pezón.
Jo apretó los dedos y estuvo a punto de protestar ante el tremendo contraste entre la helada boca de Dean y su ardiente piel, pero de sus labios sólo escapó un gemido ahogado. Dean fue alternando entre un seno y otro seno, hasta que Jo estaba tan cerca del clímax que no sabía si podría aguantar más.
Lo escuchó rebuscar de nuevo en la neverita, sin saber qué se le ocurriría esa vez. Los fríos dedos de Dean se colocaron sobre su estómago y trazaron una senda circular en tomo al ombligo y a lo largo de la cinturilla de los vaqueros.
Dean se detuvo un momento para que Jo abriera los ojos y lo mirara. Entonces, empezó a juguetear con el primer botón de los vaqueros.
– ¿Quieres más? -murmuró en tono seductor.
Jo advirtió que de nuevo estaba pidiéndole permiso para continuar, dejándole la última palabra a ella. Si él acababa de decir que era egoísta, Jo estaba comenzando a sentirse codiciosa, porque quería más y más.