En lugar de aproximarse a ella en la postura tradicional del misionero, Dean le deslizó los dedos por debajo de las rodillas, y la atrajo hacia sí, mientras le abría más las piernas, que quedaron flexionadas a ambos lados de las caderas. Colocó los muslos de Jo sobre los suyos, se inclinó hacia delante, y frotó la cabeza de su miembro contra los sensibles pliegues femeninos, compartiendo su humedad antes de introducirse en ella un centímetro, y entonces…
Se detuvo.
Jo emitió un gemido ahogado de frustración, y sus manos se aferraron como garras a la manta. Alzó la vista hacia el rostro de Dean para suplicarle que acabara con aquel tormento, pero las fieras emociones que danzaban en sus ojos la pillaron desprevenida.
– ¿Dean? -lo llamó sin aliento, preguntándose si habría cambiado de opinión.
– Te deseo, Jo Sommers -murmuró él en un tono posesivo-. ¿Estás lista para recibirme dentro de ti?
La joven se estremeció. Quería que aquello ocurriera, lo deseaba tanto como él.
– Sí -susurró. Y deslizo una mano entre sus muslos para acariciar con las puntas de los dedos el palpitante miembro introducido en parte dentro de ella-, estoy lista.
A Dean pareció bastarle con aquella respuesta, ya que inmediatamente se introdujo en ella hasta el fondo, penetrándola por completo. Sus gemidos de placer mutuo se confundieron con el ruido de otro trueno sobre sus cabezas y la lluvia golpeteando furiosa contra los cristales.
Dean apenas le concedió tiempo para acomodarse a esa primera embestida, ya que se retiró y, haciendo palanca con los fuertes muslos, le abrió las piernas un poco más y la penetró con mayor intensidad, haciéndola gemir de nuevo.
Con los ojos brillantes, Dean introdujo las manos por debajo de sus brazos, pasó las palmas por la espalda de la joven, y las apretó finalmente contra sus hombros para atraerla aún más hacia sí. Los senos de Jo quedaron aplastados contra su tórax, y sus piernas le rodeaban la cintura de un modo muy excitante, e increíblemente erótico.
– Eres maravillosa, Jo… -masculló Dean con la mandíbula apretada, intentando controlarse todo o que era capaz-. No sé si podré aguantar mucho más…
Jo deslizó las manos por la musculosa espalda de él, y le masajeó las nalgas.
– Pues entonces no lo hagas… -lo urgió.
Con un gruñido salvaje, Dean posó los labios sobre los de ella, robándole el aliento, al tiempo que empujaba hacia delante las caderas. Todo su cuerpo temblaba por la fuerza y el impacto de sus embestidas, pero Jo lo provocaba con las manos y la boca para que le diera más.
Estaban haciendo el amor de un modo desinhibido, apasionado, tan salvaje como la tormenta que estaba cayendo fuera. Era la clase de unión que Jo quería, y aparentemente él también la necesitaba.
Increíblemente, Jo sintió que el maravilloso ascenso comenzaba de nuevo, e iba aumentando. Y de pronto se encontró retorciéndose debajo de él, gimiendo extasiada al sentir que el orgasmo la invadía.
Dean echó la cabeza hacia atrás, empujando las caderas a un ritmo frenético, y gritó su nombre varias veces, enardecido, mientras caía irremediablemente por el precipicio del placer con ella.
Aquella vez, al compartir con él esa explosión de calor, Jo tuvo la sensación de que no sólo le había entregado a aquel hombre tan generoso su cuerpo, sino también un pedazo de su alma y su corazón.
9
Dean decidió que después de unos minutos despertaría a Jo, pero por el momento, con su cálido cuerpo acurrucado junto al suyo, la manta de franela echada descuidadamente sobre ellos, y la lluvia, ya menos intensa, golpeando suavemente los cristales, se deleitó regocijándose en la satisfacción y el contento que sentía. Era la clase de relajación del cuerpo y la mente que sobrevenía sólo a algo tan increíble como lo que acaba de ocurrir entre ellos.
Era innegable que el sexo con Jo había sido maravilloso, agotador, y habían estado tan sincronizados que parecía que llevasen años siendo amantes. Sin embargo, tras el fantástico orgasmo con que habían culminado los juegos eróticos previos, había brillado algo más íntimo entre los dos, una especie de conexión emocional; él al menos la había sentido, aunque le había dado la impresión de que Jo había luchado contra ella.
Dean había creído reconocer en aquel instante ese tipo de vínculo que le había faltado todos esos años.
Cerró los ojos y hundió el rostro en el cabello castaño de la joven, inhalando el aroma excitante del deseo saciado, mezclado con la humedad que había en la camioneta.
El brazo que tenía colocado en torno a la cintura de Jo se tensó, posesivo. Aquel momento perfecto de tranquilidad y compenetración le recordaba todas las cosas que había sacrificado por culpa de su trabajo: una mujer en su vida, y quizá en un futuro su esposa, y una familia.
Siempre había querido tener ambas cosas, seguro de que su vida sería distinta de la de sus padres, pero desde el día en que su prometida había salido de su vida, se había dado cuenta de que no podía hacerles, a esa esposa y esos hijos que quería tener, lo mismo que su padre les había hecho a él y a su madre: ponerlos en un segundo lugar, por detrás de la compañía. Y lo cierto era que tenía miedo a no poder cambiar, a actuar igual que su padre cuando se viera obligado a elegir entre las responsabilidades que implicaba la compañía y esa familia que planeaba tener.
Por eso, a lo largo de esos tres años había preferido no comprometerse demasiado en ninguna de las relaciones fugaces que había tenido. Además, no solo no había tenido tiempo para ello, sino que ninguna mujer, ni siquiera Lora, lo había atraído tanto como Jo. Su compleja personalidad lo tenía intrigado, y su cándida sensualidad le hacía desearla como jamás había deseado a otra mujer. Eso mismo le hizo decidir, en ese instante, que si su relación iba en el camino adecuado, se aseguraría de anteponer sus propias necesidades a las exigencias de su trabajo.
Sin embargo, todavía tenía que tomar una serie de decisiones difíciles, que afectarían a las vidas de muchas personas que dependían de él; decisiones que, de pronto, incluían también a aquella preciosa y vibrante mujer. No estaba dispuesto a separarse de ella cuando todo se hubiese resuelto. Había despertado en él emociones que no había creído que pudiera tener, y le había hecho desear, aún con mayor intensidad, una vida de verdad, una vida plena.
Por desgracia, sospechaba que Jo no sentía exactamente lo mismo que él. Le había dejado muy claro que era una mujer fuerte e independiente, y él estaba convencido de que era eso, y mucho más, como vulnerable emocionalmente, y sensible, aunque eso ella jamás lo admitiría. Le daba la impresión de que estaba todo el tiempo tratando de demostrar algo; a sí misma, a sus hermanos, y a cualquier hombre que tratase de acercársele demasiado… Lo cual lo incluía a él.
Tal vez se mostrara desinhibida cuando hacían el amor, pero Dean había advertido que había barreras muy altas en torno a su alma que él no había logrado atravesar. Pero al menos tenía la impresión de que estaba dispuesta a entregarse a él durante los días que pasaran juntos, sin restricciones. Si tenía que recurrir al sexo para traspasar esas barreras, lo haría gustoso.
Levantó el brazo de la cintura de Jo y le echó un vistazo a su reloj de pulsera. La había dejado descansar una hora, dándole unos minutos extra para reponerse de la agitada noche que habían pasado. Detestaba la idea de tener que perturbar su apacible sueño, pero no podían arriesgarse a esperar más, porque cabía la posibilidad de que siguiera una nueva tormenta a la que acababa de pasar, y tampoco sabía cuánto tendrían que caminar para encontrar ayuda.
Tocó el brazo de Jo suavemente para despertarla.
– Jo… -le susurró al oído imprimiendo un beso en su hombro desnudo-, Jo tienes que despertar ya. Tenemos que vestirnos e ir a buscar ayuda -le dijo. «Y comida», añadió para sí. Necesitaba algo más que chocolate.