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Jo se desperezó, estirando sus voluptuosas curvas contra el cuerpo de Dean, frotando sus piernas contra las de él y volviendo a excitarlo.

– ¿De verdad tenemos que irnos ya? -le preguntó, soñolienta.

Dean sonrió. Si por él fuera, se quedaría allí para siempre.

– Creo que la tormenta ya ha pasado, así que creo que es un buen momento para aventuramos ahí fuera.

Jo giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro y le susurró, mimosa, haciendo pucheros.

– Quedémonos un poquito más… -aún no lograba abrir los ojos del todo. Alzó la mano para acariciarle la mejilla, y se echó hacia atrás presionando sus nalgas contra la entrepierna de Dean, de modo que su erección se deslizó en el hueco húmedo y cálido entre los muslos de Jo.

Dean sintió que no tenía la fuerza de voluntad suficiente como para no admitir que aquel era todo el incentivo que necesitaba para concederle su petición. Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, le lamió el cuello, y tomó uno de sus senos en la mano.

El pezón de la joven se endureció al instante contra la palma de su mano.

– Eres absolutamente insaciable, Jo…

La joven se arqueó, meneando el femenino trasero contra las caderas de él, mientras Dean acariciaba delicadamente la aureola.

– Es que tengo mucho tiempo por recuperar… -le dijo Jo en un tono sensual-. Y a juzgar por tu ávida respuesta, yo diría que estás más que dispuesto a acomodarte a mis deseos.

Dean tiró suavemente del pezón antes de recorrer con la mano el costado de Jo.

– Oh, sí, más que dispuesto… -murmuró contra su cuello. Notó a la joven estremecerse de expectación.

Dean apartó la manta y se apretó más contra la espalda de Jo. Haciendo uso de la rodilla, subió la pierna izquierda de la joven para poder penetrarla. La tomó por la cadera para mantenerla en esa postura, y ansioso por volver a estar dentro de ella, frotó su abultado pene contra las nalgas de Jo, para a continuación empujar, hundiéndose en su interior y saboreando la sensación de suavidad y calor que lo envolvía.

A diferencia de la vez anterior, en aquella ocasión hicieron el amor sin prisas. Sus embestidas eran lentas y rítmicas, para ir aumentando poco a poco la presión y hacerla a ella más consciente de esa unión. Jo dejó escapar un suave gemido en un momento dado, cuando él casi se retiró por completo, pero suspiró agradecida cuando volvió a introducirse hasta el fondo. Alzaba las nalgas queriendo tomar dentro de sí más y más de él.

Dean pasó la boca abierta por sus hombros, lamiéndole la piel para volverla loca. Cuando volvió a salir de ella, Jo gimió frustrada y se impulsó hacia atrás apretando las palmas de las manos en el suelo de la camioneta para indicarle lo que quería.

– Dean… Necesito…

Y entonces él volvió a embestirla, ahogando el resto de sus palabras, llenándola de una sola vez. Sabía exactamente lo que Jo ansiaba, pero, decidido a mantener el mismo ritmo, colocó la palma de una; mano sobre el estómago de ella y con la otra, llevó: la mano de Jo hasta la suya, bajando, hasta que alcanzaron los húmedos rizos y acariciaron los pliegues, suaves como pétalos.

Jo detuvo su mano tensa, insegura de repente; ante la idea de tocarse a sí misma íntimamente delante de él, y de sus labios escapaba una respiración temblorosa.

Dean la besó en la sien.

– Vamos, Jo, no te me pongas ahora tímida – murmuró intentando hacer que confiara en él en vez de forzarla-. Enséñame lo que te gusta, lo que te hace sentir bien…

Jo suspiró, se relajó y enseñó a Dean los secretos de su cuerpo para que los aprendiera de primera mano, demostrándole el ritmo que más la excitaba, mientras él continuaba introduciéndose y apartándose de sus nalgas lentamente. Minutos después, sin embargo, Dean advirtió los primeros signos de que el clímax de Jo estaba aproximándose, por el modo provocativo en que contenía la respiración y cómo sus músculos internos se apretaban en tomo a su miembro, atrayéndolo más y más adentro. Las caricias Íntimas de sus dedos se volvieron más rápidas, y de pronto un profundo y largo gemido salió de la garganta de la joven. Empujó las nalgas contra las caderas de Dean, abriendo más las piernas y se arqueó hacia él aceptando todo aquel placer.

Verla abrazar el orgasmo temblando gracias a sus propias indicaciones fue lo más erótico que Dean había imaginado jamás, y lo hizo a él mismo volar con ella. El corazón le latía desbocado en el pecho, se hundió una última vez en ella rápidamente y con fuerza, experimentando sensaciones tan intensas que le pareció que se estremecía hasta su alma.

La mente de Jo la hizo volver a la realidad mucho antes de lo que habría querido. No podía dormirse en los laureles: tenía que probar la inocencia de Dean y convencer a Cole de que era competente. Ninguna de las dos cosas iban a resultar sencillas. Estaba segura de que su hermano desaprobaría su decisión de fiarse de su instinto y creer a Dean, sobre todo porque en el pasado no le había funcionado demasiado bien. Sin embargo, no podía evitar por más tiempo ponerse en contacto con él, especialmente cuando llevaba horas sin estar localizable. Debía de estar histérico. En cuanto encontraran alguna población cercana, hubieran conseguido ayuda para el vehículo y tuvieran un lugar en el que pasar la noche, haría esa temida llamada.

Tras caminar cuarenta y cinco minutos bajo una leve llovizna, divisaron una granja en el horizonte. Jo se sintió como un marinero perdido que avistara tierra tras vagar sin rumbo durante días, y exclamó aliviada:

– ¡Gracias a Dios!

En ese momento se escuchó un retumbante trueno sobre sus cabezas y vieron a lo lejos nubarrones negros que se acercaban. Parecía que iba a empezar a llover de nuevo con más fuerza.

– Gracias a Dios, ya lo creo -asintió Dean apretando el paso-. Ya estaba a punto de sugerirte que hiciéramos autostop hasta Medford.

Jo se rió.

– Si es que pasaba algún coche… -contestó enarcando las cejas. Sin embargo, lo cierto era que ella también lo había pensado-. Pero hemos tenido suerte. Esperemos que esa granja esté habitada y puedan llamar una grúa para que lleven la camioneta a un taller.

– Y a nosotros a un restaurante -añadió Dean sonriendo-. Necesito comida, comida de verdad.

Jo se hizo a un lado para no pisar un charco entre ellos, y sonrió al ver cómo la conciencia caballeresca hacía a Dean inclinar el paraguas para continuar resguardándola, a pesar de mojarse él durante esos segundos.

– ¿No te ha bastado con todo lo que te has comido? -inquirió, incrédula.

Después de vestirse, Dean la había emprendido con todas las golosinas que quedaban en la bolsa hasta acabar con ellas.

– ¡Con eso no tenía ni para empezar! -exclamó Dean poniendo los ojos en blanco.

Habiéndolo visto comer, no era de extrañar que aún tuviera hambre, aunque desde luego su apetito sexual, el de los dos, había quedado más que satisfecho, se dijo Jo recordando todo lo que había ocurrido en la parte trasera del vehículo. Era un amante increíble, tan atento, tan apasionado, tan generoso…

Había sido tan perfecto que se sentía completamente relajada.

Finalmente llegaron al camino de grava que conducía a la granja, flanqueado por sendos pastos vallados, donde había caballos, y pasaron un granero rojo recién pintado, un corral de gallinas, otro de cabras, y un huerto separado con árboles frutales y hortalizas cultivadas. Unos minutos más tarde ascendían los escalones del porche. Jo cerró el paraguas mientras Dean llamaba a la puerta con los nudillos.

Les abrió un hombre mayor vestido con un mono vaquero muy desgastado. De repente, sin previo aviso, Dean tomó a Jo de la mano, entrelazando sus dedos. Ella lo miró sorprendida, pero lo cierto era que no podía decir que le desagradara el gesto en absoluto.

El hombre se quedó allí plantado, observándolos con el ceño fruncido. Jo se dijo que no podía culparlo por mirarlos con desconfianza, ya que sin duda no recibiría muchos visitantes.