No, no parecía muy contento. En cada uno de los mensajes decía prácticamente lo mismo, exigiendo, iracundo, que lo llamase lo antes posible. Jo tecleó su nombre en la agenda del móvil, y apretó el botón de llamada. Cole contestó a la primera.
– Sommers al habla -respondió con voz ronca e irritada.
«Allá vamos…», pensó Jo contrayendo el rostro y cruzando los dedos.
– Cole, soy yo, Jo…
– ¡Maldita sea, Jo!, ¡ya era hora! -rugió Cole. Jo apartó un poco el aparato de su oído-. ¿Te das cuenta de que ya deberías estar de regreso, de que he estado pensando lo peor y…?
– La camioneta se estropeó antes de llegar a Medford y no había cobertura -dijo interrumpiendo su conocida retahíla. Por experiencia sabía que sus sermones podían durar horas si lo dejaba hablar-. Finalmente conseguí que la remolcaran hasta la ciudad, pero hasta mañana no la habrán terminado de reparar. El manguito del radiador reventó.
Cole se había quedado callado, escuchándola, pero su silencio no hizo sino ponerla más nerviosa.
– ¿Tienes a Dean Colter contigo? -preguntó él finalmente.
– Sí, está aquí -contestó Jo quitándose la goma de pelo y masajeándose la nuca con los dedos-. Lo detuve en el lugar hasta el que le habías seguido la pista, su residencia en Seattle.
– ¿Te lo está poniendo difícil?
«¿Difícil? Depende en qué sentido…», se dijo Jo con una sonrisa pícara. Desde luego se lo estaba poniendo francamente difícil para no pensar en él cada minuto. En fin, a Cole evidentemente le daría algo si la oyese decir aquello, así que se limitó a decir:
– No, no, ningún problema, Cole. Y estoy perfectamente, no te preocupes.
– Salgo ahora mismo para allá -le dijo su hermano como si no hubiese escuchado la conversación. ¿Por qué nunca la creía? Ya estaba comportándose como siempre, como el hermano sobreprotector que era-. Estaré allí en unas horas… Cole, no hace falta que vengas. Puedo arreglármelas sola -protestó Jo indignada-. No es la primera vez que hago esto, así que deja de tratarme como a una novata, ¿quieres? -recalcó. Sabiendo, que tenía que decirle la verdad acerca de Dean antes o después, optó por acabar con aquello cuanto antes-. Además, Dean Colter es inocente.
– ¿De qué diablos estás hablando? -gritó Cole al otro lado de la línea.
Jo volvió a contraer el rostro y sentó al borde de la cama, masajeándose la sien.
– Tendrás que llamar a Vince y decirle que estás detrás del tipo equivocado. El delincuente al que está buscando no es Dean Colter, sino que está por ahí, suelto.
– ¡Maldita sea, Jo!, ¿te has vuelto loca? -exclamó Cole fuera de sí. Desde luego, por su tono parecía que creyera en efecto que había perdido la razón-. ¿Tienes o no tienes a Dean Colter bajo tu custodia? -le preguntó sucintamente.
– Ya te he dicho que sí -contestó Jo muy calmada-, pero este es un caso de identificación errónea.
– ¿Es eso lo que te ha dicho?, ¿y tú lo has creído? -le espetó Cole riéndose burlón-. Jo, ese es el ruco más viejo que conocen esos granujas, y si has caído como una tonta ante algo así, este será el último caso que te asigne, te lo aseguro.
La falta de confianza de su hermano en ella la lizo ponerse a la defensiva.
– Yo lo creo, Cole -le dijo-. Y antes de saltar como un cigarrón, haz el favor de escucharme. A Dean Colter, al verdadero Dean Colter, le robaron el maletín junto con la billetera en San Francisco. Y en la billetera llevaba toda su documentación: la tarjeta de la Seguridad Social, las tarjetas de crédito, el permiso de conducir… El tipo al que arrestaron puede que se pareciera a él porque también tiene el pelo negro y los ojos verdes, pero no es él, sólo lo suplantó.
– Eso no puedes saberlo con seguridad -replicó Cole-. Además, no es asunto tuyo decidir si es o no inocente. Tráelo aquí lo antes posible para que podamos tomarle las huellas dactilares y verificar esa historia de ficción.
– Eso es precisamente lo que iba a hacer -contestó Jo molesta.
– Bien, porque es lo que debes hacer. Y mantenlo esposado todo el tiempo, ¿me…? -Cole se quedó callado de repente, al asaltarle una duda más que razonable-. ¡Dios!, ¿lo tendrás esposado, no es cierto? Dime que lo tienes esposado.
Jo se quedó en silencio. No podía mentir a su hermano, pero tampoco sabría, ni querría explicarle cómo se las había apañado Dean para quitarse las esposas, ni cómo se las había puesto a ella, ni cómo sus pesadillas la habrían hecho completamente vulnerable si el prisionero no hubiera sido alguien honrado como Dean. No podía contarle eso, a Cole le daría un ataque solo de pensar lo que le había permitido a un sospechoso cuyo nombre estaba ligado al robo de coches a gran escala. Su silencio fue suficiente confirmación para su hermano, que rápidamente sacó sus conclusiones.
El improperio que soltó la devolvió al presente.
– ¡No estás pensando con claridad, Jo, y acabarás cometiendo alguna estupidez si no la has cometido ya! O lo que es peor, acabarás haciéndote daño o muerta, como Brian.
Para la joven fue como si le hubieran pegado una bofetada. El veneno de aquellas duras palabras penetró en sus venas e hizo que el estómago le diese un vuelco. Cole dudaba de su capacidad para tomar decisiones sensatas, para distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal y, aunque no podía culparlo por juzgarla por sus acciones del pasado, no pudo evitar preguntarse si alguna vez lograría borrarse ese estigma. Debilidad, incompetencia, fracaso… ¿Hasta cuándo cuestionarían los demás su credibilidad, su estabilidad mental cuando se trataba de situaciones arriesgadas? Ella ya cargaba con la culpabilidad por lo ocurrido dos años atrás, ¿qué tendría que hacer entonces para disipar las dudas que todo el mundo tenía de ella?
Inspiró profundamente antes de contestar.
– La confianza que demuestras en mí es abrumadora -le dijo sarcástica.
– Maldita sea, Jo, no quería decir eso… -parecía sincero, y arrepentido, pero el daño ya estaba hecho- Me preocupo por ti, y creo que ese tipo sólo está intentando engañarte.
Ése era otro problema. Cole no la consideraba capaz de controlar la situación.
– Piensa lo que quieras -le dijo con voz calmada-. No tengo razones para no creer en su inocencia por lo que he visto hasta ahora y por su comportamiento. Incluso encontré en su billetera un permiso de conducir nuevo, y tarjetas de visita que corroboran su historia.
– Escucha, Jo, la cabeza de este tipo se cotiza en nada menos que diez mil dólares, así que no trates de fastidiamos el negocio, ni a ti, ni a mí, ni a Vince.
– No puedes exigir la fianza por un hombre inocente -le espetó Jo dejándose llevar por la ira que sentía.
– Eso no puedes saberlo hasta que tengamos pruebas concluyentes -replicó Cole con el mismo retintín en la voz-. ¿Qué es lo que te pasa, Jo?
– Nada de lo que no pueda hacerme cargo por mí misma. Ya soy mayor -las palabras habían abandonado sus labios antes de que pudiera contenerlas. Maldijo para sus adentros. Había revelado más de lo que tenía intención de revelar-. Llama a Vince y ponlo al corriente de la situación. Si todo va bien y tienen la camioneta reparada a tiempo, te veré mañana en la oficina -y colgó el teléfono y lo apagó antes de que su hermano pudiera decir una palabra más.
Se puso de pie y dejó el móvil de nuevo sobre la cómoda, sintiéndose frustrada y mentalmente agotada. Por mucho que tratara de bloquear las palabras de su hermano de su mente, no lo lograba: «¡No estás pensando con claridad, Jo, y acabarás cometiendo alguna estupidez si no la has cometido ya!».
Sabía que Cole se refería a que confiar en su prisionero podría poner en peligro su vida, pero lo cierto era que lo único que había arriesgado con Dean era su corazón. En solo unas horas había logrado sacudir los cimientos del controlado mundo que había creado a lo largo de los dos últimos años. Sin embargo, a pesar de esa amenaza emocional, a pesar de saber que cada vez que hacía el amor con él la arrastraba más y más, incluso en ese momento sintió que lo necesitaba de un modo que no podía explicar… ni ignorar.