Jo volvió a bajar la vista al informe para confirmar lo que Cole acababa de decir, y al ver que así era, se quedó boquiabierta.
– ¿C-cómo puede ser? Sólo lo han procesado por robar coches. Es un delito, sí, pero un delito menor.
– Lo pillaron con media docena de coches de lujo cuyo destino era un desguace de una red de traficantes que vende las piezas en el mercado negro. La policía llevaba detrás de ellos los últimos tres meses. El tipo aseguró que podía darles el nombre de su contacto, e incluso estaba dispuesto a testificar contra él. El motivo por el que el juez fijó esa fianza tan elevada fue para que dijera la verdad, pero en cuanto Vince pagó la fianza, se esfumó. Sin embargo, siendo un delincuente novato era muy predecible, y como esperábamos ha regresado a su domicilio en Washington.
– Entonces es pan comido -contestó Jo.
Si aquello salía bien, podía llevarse diez de los grandes.
Cole suspiró resignado.
– Hay más de quince horas en coche desde Oakland hasta Seattle.
¡Como si esa pequeñez fuera a detenerla! Jo hizo unos rápidos cálculos mentales:
– Si salgo dentro de una hora y paso la noche en un motel de camino, llegaré allí mañana por la tarde -le aseguró a Cole con una brillante sonrisa-. De hecho, estaré de vuelta antes de que acabe el fin de semana.
Sí, iba a ser pan comido. Regresaría con aquel tipo aunque fuera a rastras, y cien de los grandes estarían esperándola.
2
– ¿Todavía estás en casa? -inquirió Brett Rivers, director de Colter Traffic Control, a su jefe en tono reprobatorio-. Deberías haber salido de ahí hace rato.
– Lo sé, lo sé… -murmuró Dean mientras salía del baño, el teléfono inalámbrico en una mano y la bolsa de aseo en la otra. Brett era su mano derecha, un buen amigo, y la única persona en la que confiaba lo bastante como para dejarlo al frente del fuerte en su ausencia-. Ya casi he terminado de recoger lo que necesito -le aseguró echando la bolsa en el interior de una mochila.
Tras haber trabajado tres años sin parar casi hasta llegar al agotamiento mental más absoluto, Dean estaba ansioso por saborear un poco de libertad y pasar una semana relajado, con una cerveza bien fría en una mano y una caña de pescar en la otra. Además, necesitaba estar a solas para poder pensar en su futuro, y en el futuro de la compañía que su padre había fundado. A la vuelta tendría que tomar importantes decisiones, y lograr liberar su mente de todo tipo de distracciones e influencias.
Echó un último vistazo por la habitación y, viendo que no le faltaba nada, cerró la cremallera de la mochila mientras contestaba a Brett:
– Ya sé que te dije que me iría temprano, pero es que tenía que dejar unas cuantas cosas resueltas antes de marcharme.
En cuanto hubo pronunciado las palabras un gemido de frustración escapó de su garganta. Empezaba a hablar igual que su padre, fallecido tres años atrás a causa de una apoplejía. ¿Cuántas veces había recibido aquella misma excusa de labios de su progenitor? ¿Cuántas veces se había sentido decepcionado al escucharla? ¿Y cuántas veces se había prometido que no sería como él cuando creciera, obsesionado con el trabajo hasta el punto de excluir de su vida todo lo demás?
Muchas, se contestó. Y sin embargo, allí estaba, dirigiéndose peligrosamente hacia el mismo punto de destrucción física y emocional. Desde luego sus esfuerzos se habían visto recompensados con la buena marcha de la empresa, pero en lo personal su vida era un desastre, y aquello estaba empezando a preocuparlo. ¿Cómo había llegado a eso? Antes de comprometerse con la empresa familiar, su vida había sido feliz y despreocupada. Y en cambio, ahora, cuando regresaba a casa por la noche, tras una jornada de doce horas, no había nada ni nadie esperándolo. ¿Y qué mujer soportaría, a la larga, el ritmo que llevaba?
Desde luego no Lora, la mujer con la que había estado prometido antes de tomar las riendas de Colter Traffic Control, antes de que el trabajo empezara a ocupar todo su tiempo. Desde entonces no había tenido más que alguna que otra aventura, pero nada serio, nada sólido, nada que mereciera la pena. ¿Cómo no, si apenas disponía de tiempo ni de ganas para conocer mejor a ninguna de esas mujeres?
Una semana atrás, sin embargo, había recibido una oferta muy tentadora. De aceptarla, podría cambiar su futuro y devolverle la vida que había perdido, pero el peso de las obligaciones y las responsabilidades con que se habla cargado lo hacían dudar.
Dean apartó esos pensamientos de su mente. En la cabaña junto al lago que había alquilado ya tendría tiempo más que de sobra para darle vueltas al asunto.
– Bien, ¿y por qué me has llamado entonces? -inquirió Brett al otro lado de la línea-. Es sábado, y tengo a una pelirroja preciosa en la salita, con un vestido ajustado y muy corto, esperando a que le dedique toda mi atención.
Dean sonrió. Al menos su amigo tenía claras sus prioridades. Agarró la mochila, bajó las escaleras y entró en la cocina.
– Sólo quería repasar un par de cosas contigo antes de salir a la carretera. Te he dejado algunos contratos en tu escritorio para que los revises mientras estoy fuera.
– De acuerdo, considéralo hecho.
Dean puso una nevera portátil sobre la mesa de la cocina y metió en ella unas cuantas latas y algo de comer para el camino.
– Bien. Oh, sí, otra cosa; Clairmont Construction ha aumentado su pedido de señales electrónicas triángulos de seguridad y conos viales. La lluvia ha retrasado el trabajo de reparación que están llevando a cabo en la autopista, y están haciendo dos turnos para poder terminar dentro del plazo previsto.
– Dean, lo tengo controlado -le aseguró Brett amablemente-. ¿Quieres largarte ya? Y, por cierto, ¿te llevas a alguien contigo?
– No -contestó Dean mientras cerraba la tapa de la nevera-. Estaremos solos yo y la Madre Naturaleza.
– ¿Es que no sabes divertirte? -le reprochó Brett decepcionado-. Déjame la dirección de ese sitio y te mandaré a una chica que te mantenga ocupado durante el día, caliente por las noches y que celebre contigo tu cumpleaños -le dijo en tono pícaro-. Te aseguro que volverás a Seattle como nuevo.
Dean había estado tan ocupado con el trabajo y su último viaje de negocios a San Francisco que se había olvidado hasta de su cumpleaños. Claro que tampoco era que en los últimos tres años hubiera hecho nada especial para celebrarlo, aparte de tomar unas copas con los amigos o cenar con su madre. No dudaba de la sinceridad de la oferta de Brett, pero la rechazó:
– Gracias, pero no. Pienso encontrar pronto y por mí mismo a la mujer adecuada.
Tras despedirse de su amigo colgó el teléfono. Salió fuera, y guardó en el maletero del coche la mochila, la nevera, y su equipo de pesca. Volvió dentro para asegurarse de que no se dejaba nada, y salió de nuevo, cerrando con llave tras de sí. Se dirigió hacia el garaje, donde lo esperaba su Mustang descapotable de color rojo… ¡¿Junto a una mujer armada?!
Dean se detuvo sorprendido, observando con aprensión la pistola. Por fortuna estaba apuntando hacia el suelo y no a él, pero ¿qué hacía aquella mujer allí plantada? Tenía los pies separados en una pose casi militar, y parecía irradiar una cierta audacia y presunción. Sin embargo, por lo demás, no tenía el aspecto de una mujer dura. Llevaba la abundante cabellera de color castaño recogida en una coleta que dejaba al descubierto sus hermosas facciones. Tenía esa clase de belleza que sólo requería de un ligero toque de maquillaje para ser deslumbrante. Era esbelta, ni muy alta ni muy baja, e innegablemente femenina.
Como si fueran las alas de una mariposa, las largas pestañas que bordeaban los ojos azules bajaron y subieron, y una media sonrisa, llena de seguridad, se dibujó en los carnosos labios.
A pesar de las circunstancias, Dean no pudo evitar que un escalofrío de placer le recorriera la espalda y que su cuerpo se pusiera en alerta como hacía meses que no le ocurría frente a una mujer. Pero aquélla resultaba demasiado seductora e incitante.