La necesidad de Dean que había desarrollado era intensa, preocupante, pero innegable. Queriendo olvidar la bronca de su hermano y no pensar en lo que la esperaba a su regreso a San Francisco, y muriéndose por saborear esa última noche con Dean, se rindió a los deseos más profundos de su cuerpo. Sería un recuerdo más para atesorar antes de que Dean volviera a su vida y ambos tornasen caminos separados.
Se quitó la ropa, entró en el cuarto de baño y abrió las puertas de la ducha, donde Dean estaba enjabonándose el pecho y los brazos. El vapor flotaba en tomo a ella, besando las puntas de sus senos, humedeciéndole la piel, y una oleada de calor la invadió cuando Dean la recorrió de arriba abajo con la mirada.
Jo puso la palma de la mano entre sus senos y trazó una senda hasta el vientre, maravillándose por la falta de inhibición que demostraba ante aquel hombre tan sensual, como también la maravilló ver que lo estaba excitando tanto como él lo excitaba a ella.
– ¿Te importa si me uno a ti?
Los labios de él se curvaron en una sonrisa lobuna.
– En absoluto. Me vendría bien alguien que me frotara la espalda, y todos esos otros lugares a los que no llego bien.
Jo sonrió a su vez, notándose ya más animada, y la conversación con Cole se desvaneció de su mente.
– Sólo si tú me frotas a mí también en esos mismos lugares.
– Será un placer -murmuró Dean dando un paso atrás para dejarle espacio en el pequeño cubículo.
Jo entró y cerró las puertas de cristal tras de sí, envolviéndolos a los dos en humedad y calor, mucho calor… Dean extendió el brazo y la tomó por la barbilla, alzándole el rostro para que lo mirara a los ojos. Sus iris verdes parecían querer penetrarla hasta el alma y descubrir aquellas emociones que trataba de ocultar con tanto ahínco a los demás.
– Eh, ¿estás bien? -inquirió él mirándola muy serio.
¿Cómo lograba aquel hombre intuir sus sentimientos? Era maravilloso, siempre preocupándose por su bienestar. Incluso en aquel momento, consumido por el deseo, como Jo podía advertir en sus músculos tensos, quería ofrecerle antes apoyo y comprensión.
– Sí, estoy bien -le aseguró. No quería hablar de ello. Ese momento era de los dos, Y Cole no iba a robárselo. Le quitó la manopla de la mano-. Y ahora date la vuelta para que pueda frotarte la espalda.
Dean dudó un momento, pero finalmente obedeció. Jo repasó la manopla por los anchos hombros, y lo deslizó lentamente hacia abajo, siguiendo la línea de la espina dorsal, para continuar luego hacia las caderas, las nalgas y los muslos. El agua caliente de la ducha chorreaba sobre ellos, llevándose la espuma del cuerpo de Dean, y dejando la piel suave y resbalosa al tacto.
Jo dejó caer la manopla y pasó las manos por los costados de Dean, dirigiéndolas al torso, que recorrió con ávidas caricias, para bajarlas después hacia el abdomen mientras le lamía el cuello. Se puso de puntillas, apretando los senos mojados contra su espalda, y el sexo húmedo contra sus nalgas, y se frotó sinuosa, arriba y abajo, sin dejar de besarlo en el cuello. Dean gimió suavemente y giró la cabeza, buscando sus labios, pero Jo continuó jugueteando, imprimiendo breves besos por los hombros y la espalda, mientras sus dedos se introducían entre la densa mata de vello púbico, para cerrarse en torno al duro miembro.
Instintivamente, Dean sacudió las caderas adelante y atrás para que su erección se deslizara en aquel estrecho abrazo, mientras Jo acariciaba con el pulgar la sedosa y palpitante cabeza. Dean aspiró una bocanada de aire y la detuvo por la muñeca antes de que aquella exquisita fricción le hiciera perder el control.
En un solo movimiento, la volvió hacia la pared. Jo apartó el rostro del reguero de agua que caía sobre ella, y Dean movió la alcachofa de modo que la cascada chorreara sobre sus senos, lamiera su vientre, le acariciara las piernas, y se derramara entre sus muslos, alcanzando los tiernos pliegues, con la dulzura de los lengüetazos de un amante. Los provocadores pensamientos de Jo se entremezclaron con aquel erótico juego, haciéndola aún más consciente de las sensaciones de su propio cuerpo, haciéndola vibrar con descarada expectación.
Dean hizo que pusiera las palmas contra la pared, y colocó su pie y su rodilla entre las piernas abiertas.
– ¿Te han cacheado alguna vez, Jo?
Un escalofrío de excitación la sacudió, sumándose a la deliciosa sensación del agua chorreando sobre su sensible piel. En un sentido profesional sí la habían cacheado, durante los entrenamientos en el cuerpo de policía, pero nunca lo había hecho un hombre que la excitara de aquel modo, que prendiera fuego a sus sentidos con una voracidad y un deseo que no podía ni quería controlar.
– No de este modo -musitó esperando que lo hiciera.
– Es sólo un cacheo rutinario, señorita Sommers… -murmuró él remedando sus palabras del día en que lo arrestó-. Para asegurarme de que no lleva ninguna arma oculta.
Jo profirió unas risitas, y gimió extasiada cuando Dean deslizó las manos por sus brazos húmedos, tomó posesión de sus senos y acarició repetidamente los pezones erguidos de un modo incitante. Sus dedos recorrieron las sinuosas curvas femeninas de un modo sensual, lento, poniendo en alerta todas sus terminaciones nerviosas. A Jo no se le escapó que, una vez más, Dean había tomado las riendas, controlando cada una de sus respuestas corporales, tratando de hacerla rendirse a él, pero estaba tan excitada y tenía una necesidad tan grande de él, que no le importó.
– Mmmm… Sólo queda un lugar en el que buscar -dijo acercándose más a ella. Su tórax quedó aplastado contra la espalda de ella, su entrepierna contra las nalgas, acomodando allí su tremenda erección.
Entonces deslizó una mano hacia el vientre de Jo, que descendió, abriendo con los dedos los hinchados pliegues. Jo gimió. Aquella primera incursión le provocó una sensación abrasadora, increíble, y se notaba tan húmeda, tan dispuesta… Estaba a punto de tener un orgasmo.
– Oh, sí -la instó Dean murmurando a su oído-. Entrégate a mí, Joelle, así…
Con caricias hábiles y lánguidas, las mismas que ella le había enseñado en la camioneta, Dean consiguió volver líquido su cuerpo, intoxicar su mente de deseo y llevarla al borde del éxtasis. La presión y la tensión internas ascendían como en una espiral, y de pronto se encontró cayendo, gritando y estremeciéndose por el intenso placer.
Jo aspiró el aire que hacía rato le faltaba, y sacudió las caderas temblorosas hacia atrás. Dean le rodeó la cintura, sosteniéndola, manteniéndola a salvo en el refugio de sus brazos, para girarla después hacia él.
Sus ojos se encontraron, y Dean la empujó suavemente contra la pared, tomando sus labios en un beso apasionado y profundo mientras el agua de la ducha caía sobre ambos sin cesar. Dean se frotaba contra ella, y esa fricción de piel con piel, ambos mojados, encendió un fuego en su interior.
Jo necesitaba más. Despegó los labios de los de Dean, y tras dejar escapar un gemido le suplicó:
– Dean, te quiero dentro de mí, por favor…
– Enseguida -le prometió él.
Puso las manos debajo de sus nalgas y la levantó del suelo de la ducha. La colocó con las piernas bien abiertas sobre sus caderas, y hundió su rígida erección hasta el fondo. Un calor ardiente la hizo estremecer, al tiempo que se quedaba sin respiración. Tenía los hombros apretados contra la pared, y de un modo automático le echó los brazos al cuello y le rodeó firmemente las caderas con sus piernas para ayudarlo a sostenerla.
– Oh, Dios, ¿estás seguro de esta postura? -le preguntó sin aliento. Estaba tan excitada que le parecía que no iba a aguantar mucho más.
– Oh, sí muy seguro -le susurró él en el oído, haciéndole cosquillas con el aliento-. Esa es una de las ventajas de que seas un peso pluma. Simplemente agárrate y disfruta del paseo.