Con una fuerza y una agilidad que la sorprendieron, Dean la tomó por las caderas con sus grandes manos, y se deslizó despacio fuera de ella, para volver a invadirla, retirándose de nuevo, una y otra vez. Dean se sentía vibrar, más vivo que nunca, como una llama ardiendo dentro de ella, consumiéndola. Jo se aferró a él con fuerza cuando incrementó el ritmo de sus embestidas, hundiéndose más y más dentro de su suave cuerpo. Y, aun así, no era bastante.
La piel de ambos, húmeda y resbalosa, generaba una fricción insoportable, y Jo enredó los dedos en el sedoso cabello de Dean mientras se arqueaba en su abrazo con cada embestida, fundiéndose aún más íntimamente con él. Podía oír cómo su respiración se volvía más rápida y entrecortada contra su cuello, y lo notaba empujar contra sus caderas con mayor fuerza, más deprisa. La necesidad del otro se tomó frenética.
Por fin el placer llegó a un punto álgido, explosionando en ambos al mismo tiempo. Jo gemía extasiada, y Dean atrapó sus labios entre los suyos una vez más, disfrutando los espasmos de su cuerpo y descargando su semilla dentro de ella.
Totalmente saciado, Dean se dejó caer lentamente, la espalda resbalando contra las puertas de la ducha, hasta que se quedó sentado en el suelo, con ella aún a horcajadas sobre él, aún unidos. Los latidos de su corazón golpeaban contra el pecho de Jo, y la joven saboreó ese momento de calma, de perfecta conexión.
El agua seguía cayendo sobre ellos, casi refrescante, en comparación con el calor que sentían. Jo lo besó con ternura y se quedó con la frente pegada a la de él.
– Parece que tú eres el único con una arma oculta -lo picó.
Dean sonrió exhausto.
– Pero al menos sé cómo usarla.
Jo se echó a reír ante aquella respuesta tan sensual.
– Oh, ya lo creo que sí, señor Colter.
La mirada en los ojos verdes de Dean se tomó seria y reflexiva de repente.
– Creo que me he vuelto adicto a ti, Jo Sommers.
La joven tragó saliva con dificultad, temiéndose que a ella le estaba ocurriendo lo mismo, que aquel hombre se estaba convirtiendo en un hábito para ella del que no quería prescindir.
11
Tras una noche de intenso placer e increíble pasión, Dean se sintió decepcionado, aunque no del todo sorprendido al comprobar que Jo se había despertado aquella mañana con todas las emociones dobladas y guardadas, como la ropa que había metido en la mochila, y su actitud profesional y distante.
Habían desayunado en una cafetería de la ciudad, y a continuación habían ido a recoger la camioneta al taller de reparaciones. Después se habían puesto en marcha y, en las horas de carretera que siguieron, Jo había evitado todo el tiempo los temas serios o profundos que pudieran llevar a una conversación más personal, como por ejemplo su relación, y adónde se dirigía esta, si es que se dirigía en alguna dirección…
Aquella mañana no había más bromas entre ellos, y la mujer cariñosa y cercana parecía haber desaparecido, siendo reemplazada por una damisela callada y reflexiva que parecía querer ignorar los momentos íntimos que habían compartido esos dos días. Y lo peor era que cuanto más se acercaban a su destino, más acusado parecía hacerse ese distanciamiento emocional. Cada kilómetro parecía alejarlos más y más.
Dean se removió incómodo en su asiento y dejó escapar un suspiro largo y profundo. A pesar de la frustración que sentía, trató de concentrarse en la carretera para no mirar ajo, y guardó sus pensamientos para sí. Eso último, sin embargo, era lo que le resultaba más complicado, porque había tantas cosas que, quería decirle, tantos interrogantes sobre el futuro inmediato a los que quería que dieran respuesta juntos…
En un espacio de tiempo tan corto se había ido encariñando con Jo de un modo que jamás habría imaginado. Sus sentimientos por ella iban más allá del mero afecto, e incluso más allá de la pura atracción física. Provocaba en él unas emociones y un ansia que hacían que la cabeza le diera vueltas y que el pulso se le acelerara. No estaba dispuesto a salir de su vida con un «adiós» una vez que el asunto se hubiera aclarado, como si no hubiera habido nada especial entre ellos. Claro que ella no le había dicho en ningún momento que aquello fuera para algo más que un escarceo, y él tampoco tenía derecho a pedirle que se comprometiera con él en una relación más seria cuando tenía todavía que poner; en orden su vida.
Estaba dispuesto, en cambio, por difícil que resultase, a respetar los límites que ella había marcado de un modo implícito. Si algo había aprendido acerca de aquella mujer cabezota y autosuficiente era que necesitaba su propio espacio, necesitaba que no lo invadieran, y no le gustaba que la presionaran, ni que la instaran a tomar una decisión con un ultimátum.
Finalmente llegaron a un edificio de una sola planta, construido en ladrillo, con un letrero junto a la puerta que rezaba: Sommers, Investigadores Especialistas. Jo aparcó junto a él. La tensión de la joven casi podía mascarse en el interior del vehículo. Apagó el motor con un suspiro y miró a Dean.
– Bueno, aquí estamos. Ya estás un paso más cerca de volver a ser un hombre libre.
Dean rió, tratando de quitar seriedad al momento.
– Durante estos dos días no creí que me alegraría tanto al oír esas palabras.
Jo, sin embargo, mantuvo la expresión seria que había lucido en su rostro hasta ese momento.
– Dean… Yo creo en tu inocencia, pero… Bueno, me parece que no está de más que te advierta que a Cole no le hizo mucha gracia cuando se lo dije, y que se puso furioso cuando supo que te había quitado las esposas.
Saber que ella lo había defendido de las acusaciones de la policía frente a su hermano mayor lo hizo sentirse inmensamente feliz y agradecido.
– ¿Le dijiste que pensabas que era inocente? -repitió deseando besarla.
Jo asintió y se frotó las palmas de las manos por las perneras de los vaqueros.
– Sí, anoche, cuando hablé con él por teléfono. Traté de explicarle lo de tu último viaje a San Francisco, y cómo allí te habían robado y habían suplantado tu identidad, pero se mostró muy escéptico.
Y, a lo que parecía, no solo escéptico en cuanto a su inocencia, pensó Dean, sino también respecto a la decisión de Jo de haberle quitado las esposas. Seguramente aquella confesión había hecho que su hermano le echaran un buen rapapolvo por inconsciente, y tal vez incluso le hubiera dicho que no podía confiar en ella. Con lo que a Jo le fastidiaba eso…
Sin poder reprimirse más, extendió la mano y le acarició la mejilla con las puntas de los dedos. Necesitaba sentir algún tipo de conexión con ella antes de que entraran en la oficina, se enfrentaran a su hermano y todo cambiara entre ellos aún más.
– Gracias, Jo -le dijo con voz suave.
– ¿Por qué? -inquirió ella frunciendo las cejas ligeramente.
Dean sonrió, ansiando poder saber qué estaba pensando ella en aquel momento. Aunque, tal vez, fuera mejor que no lo supiera.
– Por creer en mí.
La tomó por la barbilla y la atrajo hacia sí, imprimiendo un suave beso en sus labios.
Jo se apartó al cabo de unos segundos, como si tuviera miedo de dejarse ir, de darle más. Dean la miró a los ojos y allí encontró, para su sorpresa, una sombra de anhelo que contradecía esos intentos suyos por distanciarse de él. Entonces supo que, de algún modo, tenía que hallar la manera de convencerla de que él también creía en ella.
Inspirando profundamente para reunir fuerzas, Jo empujó la puerta de cristal que daba paso al área de recepción y entró, con Dean detrás de ella. Tan pronto como vio a Melodie, la mirada de aprensión en el rostro de esta le indicó que la confrontación con su hermano no iba a ser nada fácil.