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Dean no se dejó intimidar. Iba a echarlas abajo, una a una.

– ¿Fue por lo que le ocurrió a Brian? -inquirió. Lo único que ella le había dicho era que había sido su compañero, y que había muerto de un disparo en el cumplimiento del deber, pero eran los detalles del incidente lo que desconocía, y donde sospechaba que estaba el quid de la cuestión-. ¿Es esa la razón por la que lo dejaste?

Jo se giró hacia él, con una mirada extraña, como si estuviera debatiéndose entre revelarle o no sus dolorosos secretos. Pasó un largo rato antes de que contestara.

– Dejé la policía porque yo fui responsable de lo que le ocurrió a Brian -las palabras se vieron ahogadas por las emociones que la azotaban.

A pesar de que Dean se había dicho que estaba preparado para oír cualquier cosa, aquella confesión lo dejó mudo.

– Yo tengo la culpa de que Brian esté muerto – reiteró Jo como en un trance. Las lágrimas habían acudido ya a sus ojos.

– Cuéntamelo, Jo -la instó él suavemente. Le dolía tremendamente verla sufrir de ese modo.

Jo inspiró temblorosa, tratando de recobrar la compostura, pero Dean no la presionó más.

– Cuando empecé a trabajar como policía, por mi condición de mujer, mis colegas estaban siempre bromeando, y dudaban de mis capacidades y de mi resistencia emocional. Y yo siempre me esforzaba por demostrarles lo contrario -la frustración se coló en su voz y sacudió la cabeza con disgusto-.. Pero nunca era bastante. Aunque hiciera bien mi trabajo, jamás me demostraron el respeto que merecía… -hizo una pausa.

» Y entonces fue cuando me asignaron como compañera de Brian -se volvió de nuevo hacia la ventana, como perdida en sus recuerdos-. Fue el primer hombre y colega que me respetó. Él creía en la igualdad entre hombres y mujeres, y nunca me t trató como si fuera inferior a él. Jamás cuestionó mis capacidades como policía, e incluso me ayudó a creer en mí misma… Pero la fe que tenía en mí… Le costó la vida.

Dean la observó estremecerse y comprendió que, a pesar de todo, solo había rascado la superficie de todo el dolor que la joven llevaba guardando dentro de sí tanto tiempo. Se incorporó y fue junto a ella, pero no la tocó.

– ¿Cómo ocurrió? -le preguntó suavemente. Para poder ayudarla, tenía que saberlo todo.

Jo tragó saliva con fuerza y lo miró con ojos llenos de culpabilidad y aflicción.

– Estábamos patrullando por la ciudad, y recibimos una llamada de un tipo sospechoso de secuestro de un niño de cinco años, que se había escondido en una casa abandonada -le explicó con voz ronca-. Acudimos allí, y encontramos al hombre. Tenía al chico con él. Le había tapado la boca con cinta adhesiva, y le había atado las manos a la espalda. Brian y yo sacamos nuestras armas, bloqueándole la salida, pero el tipo también tenía una pistola. Le grité que la arrojara al suelo, pero lo único que hizo fue dejarse llevar por el pánico. Tiró al chiquillo al suelo -hizo otra pausa en su historia-.Tratamos de hacer que el secuestrador entrara en razón, pero se negaba a cooperar.

» Yo sentía la adrenalina fluir por mi cuerpo. Nunca antes había estado tan asustada, tan tensa. El corazón parecía querer salírseme del pecho, y en mi cabeza rebullían cien mil pensamientos, pero a pesar de todo mantuve el arma apuntada sobre el secuestrador. En ese momento llegaron las unidades de refuerzo. El tipo se puso muy nervioso y nos amenazó con disparar al chico. Mientras yo seguía hablando para tratar de calmarlo, Brian se movió cauteloso hacia el niño, y entonces el secuestrador perdió por completo el control y disparó a mi compañero.

Jo se estremeció de nuevo, como si estuviera reviviendo los acontecimientos en su mente.

– Oh, Dios… -alzó la mirada hacia Dean en agonía-. En el instante en que ese canalla dejó de apuntarme y se giró hacia Brian yo debía haberle disparado, pero no lo hice. Mi cerebro me gritaba que apretara el gatillo, pero todo pasó tan deprisa y yo tenía tanto miedo… Y lo único que pude hacer fue observar horrorizada cómo la bala alcanzaba a Brian y él se desplomaba.

Jo parpadeó y una lágrima rodó por su mejilla.

Con mucha suavidad, Dean extendió la mano y la secó con el pulgar.

– Uno de los policías de refuerzo que nos habían enviado hizo lo que yo no había podido hacer: disparó al secuestrador -otra lágrima rodó por su mejilla, pero la secó ella misma con el dorso de la mano, como tratando aún de mantener esa compostura que él sabía no era más que fingida-. Lo único que puedo recordar es que dejé caer mi arma y fui corriendo hacia Brian. Llevaba puesto el chaleco antibalas, pero el tiro del secuestrador le había traspasado el cuello, rompiendo la arteria, y sangraba sin parar. Traté de hacer presión sobre la herida para parar la hemorragia, y le supliqué que no se muriera, pero expiró en mis brazos -concluyó Jo con la voz totalmente quebrada.

«No puedes morir… No puedes… No dejaré que, mueras…». Dean sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar aquellas palabras que la joven había murmurado una y otra vez en sus sueños la primera noche que habían pasado juntos. Dean la atrajo hacia sí y la abrazó.

Notaba su cuerpo tenso y rígido, como reacia a aceptar el gesto de Dean, como si a pesar de que en el momento resultaba obvio que era tan vulnerable y frágil como el cristal, quisiera seguir aparentando que era fuerte.

A Dean se le encogió el corazón, y deseó poder hacer desaparecer esos terribles recuerdos, pero no tenía ese poder, así que hizo lo único que podía hacer: susurrarle palabras que la calmaran y acariciarle suavemente la espalda.

– Jo… Tú no podías saber que ese tipo iba a disparar.

Pero ella se apartó y sacudió la cabeza. La expresión en su rostro era de profundo reproche hacia sí misma.

– En el momento en que el secuestrador dejó de apuntarme a mí, yo debí haber apretado el gatillo sin cuestionármelo; No estaba pensando con claridad y no cubría a mi compañero como me habían enseñado que debía hacer. Además, ese día no hice sino demostrarles a mis hermanos y a mis colegas que aquello de lo que siempre me habían acusado era cierto, porque cuando llegó el momento de tomar una decisión de vida o muerte me quedé paralizada.

Dean sintió deseos de agarrarla por los hombros y zarandearla, de decirle que no podía echarse la culpa de aquello durante el resto de su vida, de que no podía seguir encadenada al pasado, porque así jamás podría abrazar un futuro emocionalmente satisfactorio.

– Sólo cometiste un error, Jo -le dijo con suavidad-. Nos pasa a todos alguna vez, incluso a las personas más preparadas, y a las más fuertes.

Jo dio un paso hacia atrás y sacudió la cabeza.

– Ese error le costó la vida a una persona, Dean -le espetó enfadada, probablemente con ella misma, no con él-. Y era el mejor amigo que he tenido jamás. Después de aquello no tenía otra elección más que dejar la policía, por mí y por todas las personas con las que trabajaba. Nadie quiere a una compañera que se queda paralizada en el momento de la verdad. Y yo no quería volver a ser responsable de la vida de otra persona… jamás -añadió en un susurro.

Dean sabía que era allí donde residía el problema. Jo tenía miedo de cometer otro error, de dejar que alguien se acercara a ella demasiado, de encariñarse, de tener que volver a fiarse de su instinto cuando había perdido en él toda su confianza. No quería experimentar otros fracasos, otras pérdidas, ni más dolor.

– Sin embargo, aunque intentemos escondernos, o protegemos, no hay garantía posible contra eso -concluyó ella.

– ¿Me incluye eso a mí? -inquirió Dean abiertamente, obligándola a afrontar lo que había estado evitando los dos últimos días.