Выбрать главу

13

– ¡Caramba, pues sí que has tenido unas vacaciones movidas!

Dean sonrió a su madre, Anne, sentada frente a el en el restaurante. Aquella era la primera noche que pasaba en Seattle desde que dejara a Jo y, aunque la mayor parte del día la había tenido que pasar en la oficina por las negociaciones de la venta de la empresa, había reservado unas horas en la tarde-noche para su madre.

Cuando ella le había preguntado por el motivo por el cual había acortado sus vacaciones, Dean le había relatado cómo había caído prisionero de una cazarrecompensas por culpa de un caso de identificación errónea. Al principio, lógicamente, su madre se había mostrado horrorizada y disgustada ante la idea de que lo hubieran arrestado, pero cuando él le aseguró que su nombre había quedado limpio de nuevo, le vio el lado humorístico de la situación. Los detalles íntimos de su relación con Jo, evidentemente, había pretendo guardarlos para sí.

– Bueno, lo cierto es que, a toro pasado, debo decir que han sido las vacaciones más divertidas que puedo recordar -contestó entre risas. Cuando hubo terminado su plato, dejó los cubiertos sobre este y lo empujó hacia delante para poder apoyar los antebrazos en la mesa-. He logrado volver a comportarme con espontaneidad, y era justo lo que necesitaba para poder aclarar mi mente.

– Desde luego, pareces más relajado -comentó su madre ladeando la cabeza y estudiando sus rasgos-. Aunque debo decir que creo ver en tu frente esa pequeña arruga que se forma cuando estás preocupado por algo.

Dean se echó a reír ante la suspicacia de su madre. Desde niño, siempre había sido capaz de adivinar sus estados de ánimo.

– En realidad se trata de dos cosas de las que necesito hablarte.

Anne se recostó en el asiento, pero en ese instante apareció el camarero para retirarles los platos y tomarles nota para el postre. Una vez se hubo retirado, reanudaron la conversación.

– ¿Es que algo no va bien, cariño? -le preguntó a Dean.

Él inspiró profundamente y alzó los ojos hacia la curiosa y preocupada mirada de su madre. A pesar de que estaba ya en sus cincuenta, aún era una mujer atractiva, y de algún modo le pareció a Dean que aquella noche había un brillo especial en sus ojos que nunca había visto antes. Claro que, en los tres últimos años, ¿acaso se había detenido un momento a fijarse en los pequeños detalles de las cosas que lo rodeaban? No.

La respuesta había saltado a su mente con tanta rapidez que se sintió incómodo. Desde que hubiera conocido a Jo, era corno si esos pequeños detalles, incluso las cosas más mundanas, hubieran dejado de pasarle desapercibidos, como por ejemplo lo silenciosa y vacía que se le hacía la casa, o lo grande que, resultaba la cama que tenía en su dormitorio para una sola persona… y lo mucho que echaba de menos la risa y las bromas que había intercambiado con Jo.

– No, todo va bien -mintió. «¿Cómo puedes decir eso?»,le reprochó su mente. «Sabes que no te sentirás completo si Jo no entra en razón y se da cuenta, de que debéis estar juntos»-. Bueno, a excepción de algunas cosas que ocurrieron durante mi viaje a San Francisco, y además, he tomado una serie de decisiones que también te afectarán a ti, mamá.

Anne entrelazó las manos sobre el regazo y esperó pacientemente a que continuara. Dean sonrió vergonzoso.

– ¿Puedes creer que me he enamorado de la mujer que me detuvo y me arrastró hasta California?

Los ojos castaños de su madre se abrieron como platos.

– ¿De esa chica cazarrecompensas?

Dean asintió con la cabeza y se abstuvo a duras penas de corregirla con aquella frase de Jo: «El término correcto es "agente de recuperación de fianzas"».

– Sí, bueno, ya sé que resulta muy repentino, que dirás que apenas la conozco -se apresuró a explicar-, pero en mi vida he estado tan seguro de otra cosa.

La expresión en el rostro se suavizó con auténtico afecto y comprensión. De algún modo, Dean había intuido que sería así, que no lo juzgaría.

Nunca lo había hecho.

– Enamorarse no es una cuestión que requiera un tiempo específico, Dean. A veces las cosas suceden cuando uno menos se las espera -se inclinó hacia delante, colocando los codos sobre la mesa y apoyando la barbilla sobre los dedos entrelazados-. Bueno, ¿y por qué no la has traído contigo para que pueda conocerla?

Dean se pasó una mano por el cabello, notando que un sentimiento de frustración lo invadía. Solo hacía un día que se había ido, y sin embargo echaba de menos a Jo como si hiciera años que no se vieran.

– Es bastante obstinada en lo que se refiere a admitir sus sentimientos, pero espero que con el tiempo vea que lo nuestro puede funcionar.

Estaba tratando de ser positivo, de pensar que Jo comprendería que se necesitaban mutuamente, pero no podía obviar la posibilidad, aterradora, de que ella dejara que el miedo se adueñara finalmente de su corazón y sus emociones.

Su madre le sonrió dulcemente.

– Si es la mujer a la que amas, espero que todo se solucione para bien, cariño.

– Gracias, mamá -le dijo Dean. Aquel apoyo incondicional significaba un mundo para él-. Para mí Jo es decididamente la mujer de mi vida, pero el próximo paso le corresponde darlo a ella.

En ese instante llegó el camarero con dos tazas de humeante café y dos raciones de tarta de chocolate. Dean vertió un poco de nata en su café, y hundió después el tenedor en el postre. De nuevo aquello volvió a llevar a su mente un recuerdo de Jo, de aquella tarta que había comprado la primera noche.

Al levantar la vista, sin embargo, sus pensamientos se disiparon. Su madre estaba observándolo muy seria, como si hubiera algo que quisiera hablar con él.

– Sé que nunca te lo he llegado a decir, Dean, pero lo único que yo he querido siempre para ti e que fueras feliz -le dijo con voz queda.

Aquellas palabras le llegaron al corazón.

– Yo… Lo cierto es que me ha llevado bastante tiempo darme cuenta de que mi propia felicidad debía ser lo primero, pero ahora… finalmente creo que estoy en posición de decidir qué es lo que quiero y necesito hacer con mi vida.

Su madre lo miró confusa.

Dean tomó un sorbo de su café antes de proseguir.

– He recibido una oferta de compra para nuestra empresa, mamá, y he decidido venderla.

En vez del temor o el shock que esperaba ver aparecer en su rostro, Dean solo pudo advertir cierto alivio.

– ¿Pensarás que soy una mala madre si te digo que me alegro?

Dean enarcó las cejas.

– ¿Por qué iba a pensar eso?

– Porque he estado esperando que la vendieras desde el día en que murió tu padre -le dijo ella-. Siempre había sospechado que habías tomado las riendas del negocio por obligación, que de haber podido tener elección no habrías continuado con el legado de tu padre.

Dean se quedó boquiabierto ante semejante revelación.

– ¿Y por qué no lo dijiste nunca?

Su madre se encogió de hombros.

– Me pareció que era algo de lo que debías darte cuenta por ti mismo. Y pensaba que tal vez me creyeras desagradecida hacia la memoria de tu padre si te hubiera sugerido que vendieras la empresa.

Dean sacudió la cabeza, atónito.

– No tenía ni idea.

– Lo sé -murmuró ella con la voz entrecortada por la emoción. Extendió la mano por encima de la mesa y apretó afectuosamente la de Dean. -A pesar de todos los defectos que tenía tu padre, he de decir que también tenía sus cualidades, y tú las has heredado. Eres un hombre íntegro, responsable con las obligaciones que contraes. Y, no me interpretes mal, porque yo estoy muy orgullosa del modo en que has llevado la compañía todo este tiempo, pero creo que ya es hora de que hagas con tu vida lo que tú quieras.

– Pero ¿y tú?, ¿estarás bien? -inquirió Dean. Necesitaba escuchar de labios de su madre que aquella decisión no la haría sentirse mal en modo alguno o la haría sentirse insegura con respecto al futuro.