Desde luego los hombres de las dos imágenes parecían dos personajes totalmente distintos, pero los rasgos y el tono de su tez eran tan similares que era difícil negar que eran la misma persona. En ambos documentos se decía que tenía los ojos verdes, y desde luego el hombre frente a sí los tenía, unos maravillosos ojos verdes que había visto oscurecerse por la pasión momentos antes, y también relampaguear furiosos unos instantes atrás. En las dos fotografías el cabello era negro, y tampoco había lugar a dudas de que el hombre en el asiento contiguo tenía el cabello negro, como el ala de un cuervo.
Según parecía se había cortado el pelo después de que le hicieran la foto para la ficha policial, volviendo al estilo de hombre de negocios que mostraba la imagen del permiso de conducir: capas más largas en la parte superior, que caían sobre otras más cortas a medida que se acercaban a la nuca. Era tan brillante y parecía tan suave que se sentían deseos de tocarlo para sentir su textura. Y ella lo había hecho, al ponerle la mano sobre la cabeza para hacerlo entrar en la camioneta. Se asemejaba al terciopelo, y todavía podía recordar el cosquilleo que había seguido a ese breve contacto.
Lo único que diferenciaba de forma notable a los tratados en las dos fotografías, era la sonrisa engreída y arrogante que lucía el de la ficha policial. Aquella era una faceta que todavía no había visto en su cautivo. El Dean Colter al que había esposado se había mostrado ligón y encantador antes de saber quién era en realidad, y después había dejado entrever una lógica ira y frustración, pero desde luego no había resultado ser un tipo agresivo, como habría cabido esperar por la expresión que tenía en la ficha.
– Increíble -murmuró el cautivo. La expresión en sus ojos, cuando volvió la cabeza hacia ella, era de pasmo y confusión.
– Espero que con eso te haya bastado. Dean no contestó, sino que inspiró profundamente y expulsó el aire poco a poco. Jo retiró la carpeta de sus piernas.
– Esto es un error. La voz de Dean sonó tan calmada, tan sobrecogedora, que Jo sintió que un escalofrío le recorría la espalda. No estaba rogándole que lo creyera, era simplemente una afirmación de que lo que acababa de leer no era cierto. La expresión en sus ojos parecía tan sincera, que Jo deseó creerlo.
Sin embargo, no era tan ingenua como para hacerlo, por muy convincente que estuviera resultando su actuación. No iba a subestimar el poder de sus encantos, permitiendo que la persuadiera tan fácilmente.
– ¡Caramba, qué original! Si me dieran un dólar por cada vez que he oído eso como policía, sería rica.
Él se quedó mirándola atónito un instante:
– ¿Eres policía?
– Lo fui -dijo Jo. No veía ninguna razón para no contestar esa pregunta. Iban a pasar juntos unas quince horas dentro del vehículo, así que un poco de charla amistosa no les haría ningún daño-. Abandoné el cuerpo hace un par de años.
– ¿Para convertirte en una cazarrecompensas? -inquirió él con el asombro aún escrito en el rostro. Le echó una mirada rápida, de arriba abajo, con patente incredulidad.
– Trabajo como investigadora privada para mi hermano -le dijo poniendo el vehículo en marcha y alejándose del bordillo, hacia la carretera-. Estoy especializada en secuestros y desapariciones, pero de forma ocasional también capturo a fugitivos de la justicia para conseguir un dinero extra.
Dean giró la cabeza para ver por última vez su hogar.
– ¿Fugitivos? -se rió sarcástico-. Yo a esto lo llamo «secuestro».
– ¿Qué? -inquirió Jo parpadeando incrédula. Puso el aire acondicionado-. No según la información que acabo de mostrarte.
– ¡Yo no soy ese tío! -masculló Dean furioso, entre dientes.
¿De modo que aún no se daba por vencido?
– Tú afirmaste ser Dean Colter, y lo dicen también el permiso de conducir y las tarjetas de crédito que hay en la billetera de tu mochila.
Dean resopló frustrado.
– Y soy Dean Colter, pero no soy ese tipo que sale en la ficha.
– Oh, y yo te creo -le dijo ella con voz cansina-, pero es al juez a quien tendrás que convencer.
Dean frunció los labios malhumorado y se recostó en el asiento.
– Genial -masculló volviendo la cabeza hacia la ventanilla-. Esto es genial.
Jo tomó la primera salida a la autopista, dejando Seattle atrás.
– ¿Por qué no te relajas y disfrutas del viaje?
– Es bastante difícil relajarse con estas malditas esposas clavándose en la espalda -gruñó Dean-.
Además, se me están durmiendo los brazos.
«Pobrecito…».
– Si aplastas las palmas contra el asiento aliviarás un poco la presión.
– Y si me quitaras las esposas me aliviaría un poco el dolor.
– Lo siento -replicó ella sin sonar en absoluto apenada -, pero no puedo arriesgar mi seguridad por tu comodidad.
Dean suspiró con pesadez.
– ¿Y voy a tener que ir así hasta San Francisco?
– La mayor parte del tiempo, sí -contestó Jo-. Pero, tranquilo, pararemos. Llevo en la carretera desde las seis de la mañana, así que dentro de unas horas pararemos en un hotel para pasar la noche en Kelso, Washington. Entonces te dejaré que te estires un poco y comeremos algo también.
– Vaya, una cena gratis; al menos voy a sacar algo de este viaje -dijo Dean con una pizca de humor en su voz. Parecía que se había resignado a lo inevitable-.Te lo agradezco. Lo cierto es que estoy muerto de hambre.
Ser arrastrado contra su voluntad hasta San Francisco por una cazarrecompensas no era exactamente la clase de vacaciones que Dean había previsto, pero a medida que iban alejándose más y más de Seattle, fue comprendiendo que no tenía otra opción más que tomárselo con filosofía e intentar verlo con un espíritu aventurero… ¿Aventurero? Sí, aventura, espontaneidad… eso era lo que echaba de menos en su vida, y en parte esa falta era lo que lo había llevado a decidir tomarse unos días libres. Se había asustado al darse cuenta de que se estaba convirtiendo en un adicto al trabajo, igual que lo había sido su padre. Se había jurado a sí mismo que nunca pondría la empresa por delante de sí mismo, pero eso era exactamente lo que había estado haciendo los tres últimos años, hasta acabar casi quemado.
No sólo le hacía falta pasar un tiempo alejado del trabajo para pensar en el destino de Colter Traffic Control y en su futuro, también debía preocuparse un poco de sí mismo, atender las necesidades tanto tiempo que había estado reprimiendo.
Y no había duda de que su necesidad más básica, más física, había salido de su subconsciente al ver a aquella mujer. Sí, la deseaba. Jo Sommers, esa joven sexy y enérgica lo tenía intrigado, lo excitaba. ¡Hacía tanto que una mujer no lo atraía de ese modo!
Aunque no le hiciera gracia, no tenía otro remedio que esperar a que llegaran a San Francisco, para poder ponerse en contacto con su abogado y que las autoridades se dieran cuenta de que habían capturado al hombre equivocado. Ese tío de la ficha no era él, por mucho que se parecieran. Sí, era un tremendo error, un error para el que no podía encontrar una razón lógica, pero aun así un error.
Tenía dos días para averiguar el modo de convencer a aquella mujer de que era inocente.
En fin, había dos formas de ver la situación: podía sentirse como una víctima y resistirse, o rendirse y ganarse la confianza de Jo Sommers. Así, al menos el viaje sería más agradable. Bien, lo primero que tenía que hacer era corregir su comportamiento malhumorado de antes. Giró la cabeza hacia el perfil de Jo. El sol estaba empezando a ponerse en el horizonte, y los tonos pastel hacían que su tez pareciera Irradiar calidez.