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– Interesante teoría, señorita investigadora privada -dijo Dean agarrando su segunda hamburguesa-, pero me temo que totalmente equivocada. «Traffic Control» es el nombre de la compañía que heredé de mi padre cuando murió hace unos años.

Cualquiera diría que estaba hablando en serio, y lo cierto era que su historia parecía demasiado bien urdida para ser un delincuente novato. Jo se preguntó hasta dónde pensaría llevar esa charada. Decidió seguirle un poco el juego.

– Muy bien, ya que aseguras que se trata de un negocio legal, ¿a qué se dedica exactamente tu compañía?

Dean alzó un dedo para pedirle un minuto mientras masticaba. Necesitaba tiempo para inventarse algo creíble, pensó Jo. Al fin, tragó y se limpió la boca con una de las servilletas de papel para hablar:

– Alquilamos y vendemos todo tipo de aparatos de control del tráfico a grandes contratistas para sus proyectos de autopistas y carreteras.

Jo tuvo que admitir para sí que tenía inventiva.

– ¿Qué clase de aparatos, por ejemplo? -lo instó, convencida de que lo acorralaría, dejándolo sin respuesta.

– Máquinas para pintar las medianas de la carretera, luces de tráfico, señales, conos viales, parquímetros, e incluso esas señales grandes luminosas que se utilizan para desviar el tráfico cuando se está construyendo una carretera -le contestó al punto. Terminó la hamburguesa y, tras chupar un poco de mostaza del pulgar, abrió la tapa de la caja de la tarta de mousse de chocolate-. Entre otras muchas cosas, claro está.

Jo apoyó los codos en la mesa y puso la barbilla sobre las manos entrelazadas.

– Humm… ¿Y tan estresante es eso de proveer aparatos para el control del tráfico como para que necesitaras desesperadamente unas vacaciones?

Dean cortó un pedazo de tarta con el tenedor de plástico, y levantó los ojos hacia Jo, que lo observaba escéptica. Bueno, tampoco podía culparla por eso. Acostumbrada como estaría a tratar con delincuentes, era normal que no lo creyera. Además, que lo hubiera encontrado a punto de marcharse de su casa seguramente habría confirmado sus sospechas de que estaba tratando de eludir a las autoridades, como decía aquel informe que le había mostrado.

A pesar de que las razones que lo habían llevado a tomarse un descanso eran privadas y personales, decidió que lo mejor sería decir la verdad. Unos días después, cuando se descubriera que todo era un error, ella recordaría que él había sido honesto desde el primer momento. Y por otra parte, ¿qué sentido tendría mentir?

– No había tomado unas vacaciones desde hacía años, y necesitaba pasar algún tiempo lejos de todo para pensar en una importante decisión que debo tomar -explicó-. Hace tres años mi padre murió de apoplejía, y la responsabilidad de Colter Traffic Control recayó sobre mí, lo quisiera o no. Desde ese día he dedicado casi todo mi tiempo y energías en asegurarme de que el negocio no se hundiría, de que seguiría siendo rentable y exitoso, hasta el punto de que he llegado a sacrificar mi vida privada por ello, entre otras cosas.

– No parece que te hiciera mucha ilusión tomar las riendas de la empresa familiar -comentó ella.

Dean alzó la cabeza sorprendido. ¿Creía su historia? Buscó en su rostro algún signo de ello, pero la expresión de la joven no revelaba nada. Seguramente estaba dándole cancha, convencida de que era un cuento. A pesar de todo, decidió continuar.

– No podría decirte cómo me sentí en ese momento. Cuando terminé mis estudios en la universidad empecé a trabajar en la compañía porque era lo que mi padre quería, y a mí me parecía que, de algún modo, se lo debía. En todo caso, tal vez no habría aceptado la responsabilidad si no me hubiera visto obligado.

Jo se echó hacia atrás y se cruzó de brazos, atrayendo la mirada de Dean hacia sus bien formados senos, y dejándole admirar la sugerente manera en que la camiseta de algodón los moldeaba.

– ¿Por qué te sentiste obligado?

Dean tomó un trago del refresco para apagar sus ánimos. De pronto se dio cuenta de que estaba siendo objeto de un sutil interrogatorio, que desde hacía un rato ella había estado lanzándole una batería de preguntas, esperando sin duda encontrar una grieta en su historia. Lo tenía difícil, sobre todo teniendo en cuenta que lo que le estaba contando era la pura verdad.

– Soy hijo único, y he crecido escuchando a mi padre hablarme continuamente de todos sus sacrificios, de todas las horas extra que hacía en el trabajo. Incluso se escudaba en el trabajo cuando no venía a mis partidos, y cuando no asistió a mi graduación, diciéndome que era porque quería dejarme un legado, algo que su propio padre no había hecho, porque los abandonó a él y a su madre cuando tenía diez años -prosiguió. Sí, por desgracia aquel sentimiento de culpabilidad que su progenitor había instilado en él a edad tan temprana, seguía pesando sobre su conciencia de adulto-. Por eso, cuando murió, tenía la errónea idea de que estaba obligado a continuar lo que él había empezado. Además, una de las lecciones que el viejo me enseñó bien era que uno nunca rehuye sus responsabilidades, y para mí aquella era la más grande de las responsabilidades, la más ineludible.

»Tampoco había ninguna otra persona que pudiera hacerse cargo del negocio, así que mi principal preocupación y prioridad era que mi madre no tuviera que preocuparse nunca por el dinero, que pudiera vivir tranquila el resto de sus días. Recibió una cantidad importante del seguro de vida de mi padre, pero está acostumbrada a un estilo de vida bastante desahogado, así que he tenido que esforzarme mucho para que el negocio siguiera marchando sobre ruedas como hasta entonces.

La decisión de ocupar el lugar de su padre en la empresa había sido el motivo de muchas discusiones entre él y Lora, la que entonces había sido su prometida, hasta que una noche, cuando él le dijo que tenían que cancelar una cena especial, ella le contestó que ya estaba cansada de estar siempre en un segundo lugar, por detrás del trabajo. La ruptura había sido muy dolorosa para ambos, pero aun así aquello no lo hizo reaccionar como hubiera debido, sino que se encontró atrapado en un círculo vicioso en el que el trabajo llenaba cada vacío en su existencia.

– Visto así, lo cierto es que tu elección no fue en absoluto egoísta, sino todo lo contrario -dijo Jo con voz queda. Sin embargo, a pesar de aquella concesión, la duda permanecía en sus iris azules.

– No fue nada heroico. La verdad es que en ese momento me pareció que era la única opción que tenía -murmuró Dean estirando sus largas piernas bajo la mesa. Accidentalmente su pantorrilla rozó la de ella, y habría jurado que Jo se quedó un momento sin aliento, antes de apartarse un poco. Sin embargo, fingió que no lo había notado y continuó-. De eso hace ya tres años, y las cosas han cambiado. Yo he cambiado. No quiero volver a equivocarme otra vez. No quiero sentirme obligado hacia nadie más que hacia mí mismo.

Jo se quedó pensativa, mirándolo como si quisiera ver dentro de él. Se apartó distraída unos mechones que se habían salido de la coleta, y de repente la mente de Dean conjuró una visión de aquella magnífica mata de pelo suelta sobre sus hombros, se imaginó enredando los dedos en ella, atrayendo a Jo hacia sí…

– Bueno, y entonces… -dijo Jo de improviso. Lo sacó de sus fantasías tan bruscamente, que sólo entonces se dio cuenta Dean de que estaba empezando a afectarlo de verdad-. Esa decisión tan importante que tienes que tomar ¿tiene algo que ver con tu compañía?

– Así es -asintió él-. Hace unos meses recibí una llamada de otra compañía de aparatos de control de tráfico, de San Francisco. Están interesados en comprar la empresa para hacerse con el mercado en Seattle. Por eso me iba una semana a las montañas, para descansar, relajarme y decidir si debo quedarme con la compañía, porque al fin y al cabo es todo lo que conozco, o buscar otra cosa antes de que me haga demasiado mayor para cambiar de profesión -concluyó. «Y de paso, añadió para sí, recuperar mi vida social y personal».