Danann arqueó las cejas.
– Nuestra Elphame no es tan tonta como para casarse con un monstruo.
– Entonces, ¿por qué me dijiste que se lo consultara al espíritu de la piedra? -inquirió Elphame.
– Ya sabes la respuesta, Diosa.
Fue Lochlan quien habló antes de que lo hiciera Elphame.
– Para lo que va a venir, ella necesita tener certidumbre, en el corazón y en el alma.
– Sabes que tal vez la verdad no cambie las cosas -le dijo el viejo centauro, mirándolos a los dos significativamente.
– Sólo sé una cosa. Estoy cansado de esconderme, y creo que por fin Partholon va a saber que existimos. Lo que suceda después está en manos de Epona.
– Bien, si quieres conquistar Partholon, te sugiero que antes nos dejes limpiarte y curarte las heridas.
Duncan volvió con un odre de vino, una palangana, una jarra de agua y algunas vendas. Danann tomó la jarra y las vendas y le hizo un gesto a Duncan para que le diera el odre de vino a Elphame, antes de que el guardia volviera a su puesto, junto a la fuente.
– Bebe -le dijo Danann.
Ella obedeció con gusto. Tenía la boca increíblemente seca. Cuando terminó, le dio el odre a Lochlan.
– Bebe -repitió.
Él bebió mientras Elphame estudiaba sus heridas.
– Debemos sacarle la flecha -dijo Danann-. Seguramente deberíamos coserle la herida del hombro, pero ha pasado demasiado tiempo, y creo que el dolor que sentiría no merecería la pena a cambio del beneficio.
Elphame asintió.
– Quítale la camisa y límpialo lo mejor que puedas. Después de sacarle la flecha habrá que cauterizar el agujero. Iré a la tienda de Brenna a buscar el hierro que utilizaba ella, y después lo dejaré calentando -dijo Danann con el semblante grave, y le apretó el hombro antes de dejarlos solos.
Elphame comenzó a verter agua de la jarra en la palangana, y notó que Lochlan la estaba mirando.
– No era así como quería presentarme al clan.
– No -dijo ella suavemente, pensando en el cuerpo sin vida de Brenna. Con dedos torpes, comenzó a deshacerle las lazadas de la camisa-. Todo ha salido muy mal, Lochlan -añadió mientras deshacía nudos.
Él le tomó la mano, y ella lo miró a los ojos.
– Nuestro amor no. Nuestro amor no se ha estropeado. Recuerda que pase lo que pase, no lamento ni un solo instante de nuestro amor.
– He traído el caldo, mi señora.
Brendan los interrumpió, y Elphame miró hacia arriba y se percató de que el guardia estaba observando sus manos unidas. Lentamente, Lochlan la soltó, aunque miró a Brendan sin vacilar.
– Dame tu cuchillo -le ordenó Elphame al guardia.
Brendan obedeció y ella comenzó a cortar la camisa ensangrentada de Lochlan. Cuando terminó, le devolvió el cuchillo a Brendan y tomó la taza de caldo humeante de sus manos para entregársela a Lochlan. Él comenzó a beber para reunir fuerzas. Elphame se puso a limpiar las heridas de su compañero, aunque sabía el dolor que le estaba causando. Lochlan cerró los ojos y se apoyó en la columna. De vez en cuando se llevaba el odre a los labios con mano temblorosa.
Danann se aproximó con un par de tenazas en la mano. Las rodillas le crujieron cuando se arrodilló junto a Lochlan.
– Esto es lo que tenemos que hacer -le dijo el centauro al hombre alado-. Yo cortaré por aquí, justo debajo del timón de la flecha. Después contaré hasta tres y tiraré con fuerza. Entonces llegará la parte más incómoda -afirmó, y se volvió hacia el guardia -. Brendan, el hierro de cauterizar está en el hogar de la cocina. Cuando haya sacado la flecha, ve rápidamente por él.
– Ésa será la parte incómoda -ironizó Lochlan.
Danann sonrió.
– No la más atractiva.
Lochlan se rió suavemente, y después hizo un gesto de dolor.
– Entonces, comencemos ya, Maestro.
– Agarra el timón -le dijo Danann a Elphame.
«No pienses en que es Lochlan», se dijo ella, mientras agarraba el final de la flecha. «Piensa que es un extraño al que estás intentando ayudar».
Con un crujido, las tenazas partieron la madera de la flecha.
– Ahora, inclínate hacia delante -le dijo Danann a Lochlann.
Elphame pensó que Lochlan iba a caerse. El ala rota quedó sobre su espalda, y ella tuvo que levantarla y doblarla para exponer el extremo de la flecha que sobresalía de su hombro. Lochlan emitió un gruñido de dolor al notar que ella le tocaba el ala.
El centauro agarró la cabeza de la flecha y apoyó la otra mano, con firmeza, sobre la espalda de Lochlan.
– A la de tres -dijo-. Una, dos y ¡tres!
El Maestro de la Piedra extrajo la flecha de un solo tirón, y después apretó una venda contra el agujero para intentar detener el flujo de la sangre.
– ¡Trae el hierro, rápido! -le ordenó Elphame a Brendan, que ya estaba volviéndose hacia el Gran Salón.
Lochlan estaba inmóvil contra el suelo de mármol, con la cabeza escondida en el hueco de su brazo derecho.
Elphame le acarició el pelo, notando los temblores que sacudían su cuerpo.
– Casi ha terminado -le susurró, intentando que no se le quebrara la voz.
A los pocos segundos, Brendan volvió con el hierro al rojo vivo. El extremo redondo del instrumento brillaba con una luz roja.
Elphame apenas se dio cuenta de que varios miembros del clan habían seguido al guardia, y estaban observando la escena silenciosamente.
Danann le hizo un gesto a Brendan para que le entregara el hierro.
– Lochlan -le dijo el viejo centauro-. Debes permanecer muy quieto mientras te cauterizo la herida. ¿Necesitas que te sujeten?
Lochlan miró a Elphame.
– Su contacto será suficiente.
Entonces, le tendió la mano débilmente, y Elphame se la agarró con las suyas.
– Prepárate -le dijo Dannan, y un instante después, presionó con el hierro candente sobre la herida.
Fue Elphame quien gritó cuando Lochlan se arqueó de dolor, y el hedor de la carne quemada los envolvió. Lochlan no dejó de mirarla, y no emitió ni un solo sonido. Cuando, por fin, Dannan apartó el hierro de su carne y comenzó a aplicarle ungüento, Lochlan cerró los ojos y apoyó la cabeza en el brazo. No soltó la mano de Elphame.
– ¿Elphame? He traído esto para él.
Entre lágrimas, Elphame vio a Meara. La muchacha le ofrecía una manta cuidadosamente doblada. La dejó en el suelo, junto a Lochlan.
– Gracias -le dijo Elphame.
Cuando Meara se dio la vuelta, otra mujer se acercó.
– Wynne ha mandado más caldo. El estofado es para vos, mi señora -dijo Kathryn, la nueva ayudante de cocina.
Después se acercó otra mujer con un chal de lana, y sonriendo tímidamente, se lo puso por los hombros a su Jefa.
– Hace frío, mi señora.
Elphame, que era incapaz de hablar, sonrió para darle las gracias, y miró a su clan con la vista borrosa. Tenían una expresión sombría, pero no vio ira ni resentimiento en ellos, sólo preocupación.
– Cuidaos, mi señora -dijo uno de ellos.
Sus palabras rompieron el silencio del clan. Varios de los hombres se acercaron a Elphame, hablándole con suavidad y mirando con curiosidad al hombre alado que sólo había necesitado el contacto con su Jefa para soportar un dolor tan espantoso.
Capítulo 37
La noche transcurrió lentamente. Lochlan habló muy poco mientras Elphame y Danann terminaban de curarle las heridas. Bebió una segunda taza de caldo y después, envuelto en la manta de Meara, se apoyó contra la columna y cerró los ojos.
Elphame no quería alejarse de su amante, pero sabía que su clan la necesitaba, así que mientras Lochlan descansaba, fue al Gran Salón y habló con ellos. Nadie mencionó al hombre alado, ni hablaron de la misión de Cuchulainn, pero la espera era algo tangible, y muchos miraban de reojo hacia la entrada del castillo. Nadie se marchó a su tienda a dormir, y Wynne y sus cocineras se afanaron en darles café y estofado a todos.