– Debería haber estado junto a él. Me necesitaba.
– Tenías que recuperarte. No te culpes. Tu hermano ha dicho la verdad. No nos culpa, y ha actuado noblemente en tu lugar durante estos días.
– Fallon, Keir y los otros dos… ¿Qué les ha ocurrido?
– Cuchulainn ordenó que Fallon fuera custodiada hasta el Castillo de la Guardia. Allí esperará el nacimiento de su hijo, y tu decisión sobre la condena que debe cumplir. Keir decidió ir con ella. Curran y Nevin se han quedado aquí, recuperándose de sus heridas.
Elphame lo miró con suma atención.
– ¿La locura ha desaparecido de verdad?
– Sí -dijo él-. Nos ha dejado. Has cumplido la Profecía y has salvado a mi gente -añadió, y le acarició con delicadeza la mejilla-. ¿Y tú, mi amor? ¿Sientes la carga de su peso?
Elphame reflexionó durante unos momentos. Sintió una vibración oscura en su interior, como cuando la brisa ondulaba la superficie de una laguna.
– Está aquí, en mi interior. Siento su presencia. La locura ha sido derrotada, pero no creo que haya sido silenciada por completo. Tengo la palabra de Epona de que he ganado la batalla contra ella, pero la diosa me ha advertido que debo mantenerme alerta si quiero seguir victoriosa -dijo, y se estremeció.
– No hay otra posibilidad que la victoria -dijo Lochlan-. No permitiremos que te conquiste.
Ella sintió la fuerza de su amor, y la oscuridad volvió a retirarse. Respiró profundamente, con satisfacción.
– Debemos mandar a buscar a tu gente. Hay que traer a los niños aquí.
Lochlan la rodeó con los brazos y con las alas, y la llenó con su calor.
– Lo haremos, mi amor, lo haremos.
Elphame estaba ante la tumba de mármol, mientras el cielo del amanecer la teñía de un suave violeta. La efigie era muy bella. Era como si Brenna se hubiera quedado dormida y se hubiera convertido en piedra. Salvo que Danann había tallado su imagen libre de cicatrices.
– Yo no se lo pedí. Nunca se me hubiera ocurrido -dijo Cuchulainn, que estaba junto a su hermana. Dio un paso adelante, se inclinó y puso un ramo de flores de color turquesa entre los brazos de la muchacha de piedra.
– Cuando le pregunté a Danann por qué no había tallado sus cicatrices, me dijo que la había tallado tal y como la recordaba -dijo Brighid.
La mujer centauro acarició la mejilla derecha de la efigie de Brenna, que era tan clara y tan suave como el lado izquierdo de su rostro.
– Brenna se sentiría contenta de ser recordada así -dijo Elphame. Se volvió hacia su hermano y lo tomó de la mano-. Por favor, no te vayas, Cuchulainn.
– Tengo que hacerlo -dijo él, y miró hacia atrás, hacia el castillo que comenzaba a despertar-. Aquí todo me recuerda a ella, todos los olores y los sonidos me dicen su nombre -sus ojos llenos de dolor se clavaron en los de su hermana-. No es que quiera librarme de ella, sólo deseo aprender a sobrellevar su pérdida. Aquí no lo conseguiré.
Le estrechó la mano a Elphame y se la soltó.
Elphame entendía lo que le estaba diciendo, pero le dolía el corazón al pensar en la ausencia de su hermano.
– Te voy a echar de menos, Cuchulainn -le dijo Brighid en voz baja, y le apretó el brazo al guerrero, a modo de despedida.
Él le devolvió el gesto.
– Me equivoqué contigo, Brighid Dhianna. Has sido una amiga leal.
– Tal vez algún día podamos cazar juntos de nuevo -dijo ella con una sonrisa triste.
Entonces, un ladrido ahogado llamó la atención de todos hacia el suelo, y Fand apareció de un salto desde detrás de una mata de hierba. Se puso a gruñir junto a los cascos de Brighid, y la Cazadora frunció el ceño.
– Puntualizo. Cazaré contigo de nuevo si me prometes que no vas a traer nada vivo de vuelta.
Cuchulainn se dio un golpecito en el muslo, y la lobezna se acercó a él y se frotó contra su pierna.
– La próxima vez que veas a Fand tendrá mejores modales.
– Eso es lo que dicen todos los padres -murmuró Brighid, y se dio la vuelta hacia el castillo.
Los dos hermanos se quedaron a solas, y se miraron fijamente. En un segundo, Elphame estaba entre sus brazos, estrechándolo con fuerza, con la cabeza en su hombro.
– ¿No vas a esperar a mamá? -le preguntó entre lágrimas-. Ya sabes que el mensajero dijo que están a un día de camino.
Cuchulainn le dio unos golpecitos en la espalda.
– Lo entenderá.
– No. Se va a enfadar.
Elphame oyó que su hermano emitía una risa breve. Era grave, y llena de dolor, muy distinta a sus antiguas carcajadas, y se le encogió el corazón una vez más.
– Tienes razón, pero pronto estará muy ocupada contigo y con Lochlan, y no tendrá tiempo para pensarlo -dijo Cu. Se apartó suavemente de su hermana y le besó ambas mejillas-. Esto es algo que tengo que hacer -dijo y montó en su caballo con un movimiento suave.
Fand comenzó a aullar lastimeramente. Elphame la tomó en brazos y se la entregó a su hermano.
– Te quiero, hermana mía -dijo Cuchulainn.
Finalmente, se puso en camino hacia el norte.
Elphame lo observó mientras se reunía con las dos figuras aladas que lo esperaban pacientemente junto a las murallas. Sus heridas no se habían curado del todo, y todavía tenían las alas rasgadas, pero Curran y Nevin habían insistido en acompañar a Cuchulainn cuando él anunció que iría a las Tierras Yermas para guiar a los niños a su hogar, en Partholon.
Elphame siguió mirándolos hasta que desaparecieron entre los árboles. Tuvo la sensación de que su pasado más feliz desaparecía con Cuchulainn. ¿Qué le sucedería a su amado hermano? ¿Sería siempre un fantasma de sí mismo, o habría alguna manera de curarlo? Elphame reconoció la ironía de sus pensamientos. Cuchulainn necesitaba encontrar el modo de arreglar lo que se había roto dentro de él sin la ayuda de una Sanadora. Elphame se había sentido impotente, durante aquellos últimos días, mientras veía cómo un vacío horrible invadía el alma de su hermano. ¿Podría encontrar la felicidad sin Brenna? Ella no lo sabía. Había creído que podía perder a Lochlan, así que entendía algo de lo que estaba sintiendo Cuchulainn. Ella podría haber seguido viviendo sin su compañero, pero ¿habría encontrado la verdadera felicidad otra vez? Eso no lo sabía.
«Por favor, Epona, cuídalo y tráelo sano y salvo a casa. Y ayúdalo a encontrar nuevamente la felicidad».
Elphame ya añoraba a su hermano. Con el corazón encogido, entre sollozos, comenzó a andar, con pasos de plomo, hacia el castillo.
Sintió algo parecido a una caricia física y alzó la vista. La luz de la mañana envolvía a Lochlan, que estaba en el balcón de la Torre de la Jefa del Clan. Ella no veía su rostro, pero lo vio llevarse la mano al corazón y extenderla luego hacia ella.
Cuchulainn era su pasado, pero el futuro estaba con Lochlan y con el clan de los MacCallan. Todos tendrían que enfrentarse a unas tierras pobladas por gente que desconfiaba de ellos, y que los juzgaba con dureza. No sería fácil ganarse a Partholon, pero con la bendición de Epona, irían juntos hacia el futuro. La Jefa del clan de los MacCallan se enjugó las lágrimas e irguió los hombros.
Los pasos de Elphame eran fuertes y seguros cuando se apresuró a reunirse con su compañero al comienzo de aquel nuevo día.
P. C. Cast
P.C. Cast nació en 1960 en Watseka, Illinois, y creció repartiendo su vida entre Illionies y Tulsa, Oklahoma, que es donde ella se enamoró de los caballos Cuarto de Milla y de la mitología. Fue en Tulsa donde impartió clases de Inglés de secundaria y donde su hija, la también escritora Kristin Cast, es estudiante de su Universidad.
Su primer libro, Divine By Mistake, se publicó originalmente en 2001, ganó el Prisma, Holt Medallion, y Laurel Wreath, y fue finalista para National Readers’ Choice. Sus libros posteriores han ganado una gran variedad de premios.