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– No te preocupes -le había dicho Kit, tan amable como siempre-. Puedes pagarme cuando quieras.

También le había dado el pienso especial de Ruby y, para sorpresa de Phinn, Geraldine Walton apareció un día por allí con unas balas de paja. Y después llamó por teléfono para decir que le sobraban algunas más y que quizá Ash querría ir a recogerlas.

Pensando que Ash se animaba cuando tenía algo que hacer, Phinn decidió preguntarle si no le importaba ir a buscarlas.

– ¿Las necesitas?

– No, no, déjalo. No debería haberte preguntado.

Él la miró, contrito.

– Perdona, Phinn, sé que no soy precisamente buena compañía últimamente. Claro que iré a buscarlas. Y, con un poco de suerte, no tendré que ver a la pesada de Geraldine.

Phinn se preguntó si de verdad no le gustaba Geraldine o, a pesar de sí mismo, se sentía atraído hacia ella por su parecido con Leanne.

Phinn le hacía compañía siempre que le era posible, aunque a menudo se daba cuenta de que prefería estar solo. En otras ocasiones paseaba con él por la finca, charlando a veces, permaneciendo callada otras. Y cuando mencionó que le gustaba dibujar, se sentó a la orilla del riachuelo mientras Ash intentaba capturar la belleza del paisaje. Lo cual era un poco doloroso para ella, porque era allí donde su padre la había enseñado a dibujar.

Pero Ash estaba triste a menudo y a veces se preguntaba si su presencia en la casa servía de algo. Lo había comentado con Ty una semana antes.

– Pues claro que sirve de algo -había dicho él-. Aparte de que yo no podría volver a Londres tranquilo si tú no estuvieras aquí, Ash ha mejorado mucho.

– ¿Estás seguro?

– Absolutamente -contestó Ty-. Imagino que te habrás dado cuenta de que últimamente se preocupa más por la finca. El otro día me llamó para contarme que habías estado hablando con un jornalero…

– Sam Turner -dijo Phinn.

– ¿Hay alguien en este pueblo a quien no conozcas? -sonrió Ty.

Por un segundo, Phinn estuvo a punto de decir: «a ti». Afortunadamente, se contuvo a tiempo. Cualquiera diría que tenía interés por conocerlo.

– Crecí aquí, es lógico que conozca a todo el mundo.

– Y has crecido estupendamente, debo decir -murmuró él.

Phinn no sabía muy bien qué había querido decir con eso y se preguntó cómo serían las chicas con las que solía salir. Seguramente altísimas y guapísimas.

Pero ahora, recordando esa conversación, se le ocurrió que Ty iba mucho por Broadlands Hall. Aunque también era cierto que era viernes y no había aparecido por allí en toda la semana.

Sintiendo un cosquilleo en el estómago, se preguntó si Ty iría a la finca ese fin de semana. Tal vez se quedaría hasta el lunes… aunque no lo hacía siempre. Tal vez tenía alguna novia en Londres.

Pero no quería pensar en las posibles novias de Ty Allardyce.

A punto de saltar de la valla para ir a la cocina a buscar una manzana para Ruby, Phinn oyó el ruido de un motor por el camino y enseguida reconoció el jeep de Kit Peverill, a quien había llamado unas horas antes.

La pobre Ruby no las tenía todas consigo cuando la visitaba el veterinario, pero era demasiado educada como para poner objeciones, de modo que se pegaba a Phinn mientras el hombre la examinaba.

– Está mejor -anunció Kit.

– ¿Se ha puesto bien?

– Me temo que ya nunca va a ponerse bien -suspiró el veterinario-. Pero al menos se le ha pasado la infección.

Phinn bajó la mirada para intentar esconder el dolor que le producía la noticia.

– Gracias por todo -murmuró, mientras lo acompañaba al coche.

– Siempre es un placer verte -sonrió Kit. Un comentario que la sorprendió porque nunca le había dicho algo así. En realidad, siempre lo había visto como un hombre tímido, más interesado en los animales que en las personas-. De hecho… -el pobre carraspeó, nervioso- había pensado preguntarte si te apetecía que cenásemos juntos esta noche.

– Pues… -Phinn no sabía qué decir.

– Si no puedes hoy, ¿por qué no me llamas algún día? Sé que no quieres separarte de Ruby, pero podríamos cenar algo en el Kings Arms, en Little Thornby.

Phinn estaba a punto de decir que sí, pero algo la detuvo. Aunque si Ty volvía a Broadlands Hall ese fin de semana no tendría que hacerle compañía a Ash…

– Me lo pensaré -dijo por fin.

Cuando Kit se marchó, Phinn pensó que era hora de atender sus obligaciones y fue a buscar a Ash. El sonido de alguien golpeando con un martillo la llevó hasta el riachuelo y, para su asombro, se encontró con Ash colocando un cartel que decía: PELIGRO. AGUAS TRAICIONERAS cerca de otro poste del que colgaba un salvavidas de corcho.

– Pensabas que era un inútil, ¿eh? -sonrió al verla.

– Lo que pienso es que eres estupendo -rió ella, que sentía un gran afecto por aquel hombre tan dolido, tan frágil. Si tuviese un hermano, le encantaría que fuese como él.

Ashley sonrió y, por primera vez, Phinn pensó que su presencia allí servía de algo. Tal vez el corazón de Ash estaba empezando a curar por fin.

Después de comer empezó a llover y, aunque a Ruby no le importaba, llovía demasiado como para dejarla en el corral, así que la instaló cómodamente en el establo y subió a su habitación a cambiarse de ropa. Estaba bajando de nuevo cuando sonó el teléfono.

Phinn había visto a la señora Starkey alejándose en su coche quince minutos antes y como Ash no parecía estar por ningún sitio decidió contestar… con cierta esperanza de que no fuera Ty para decir que no iba a pasar por allí el fin de semana.

Fue un alivio escuchar la voz de Geraldine Walton, que le ofrecía más balas de paja.

– Ya no tengo sitio para tanta paja, así que si Ash pudiera pasar por aquí a recogerlas me haría un favor.

– Muchas gracias, Geraldine -sonrió Phinn, sabiendo con total certeza que la razón de esas llamadas era Ash y no ella-. Ash no está por aquí en este momento, pero se lo diré en cuanto lo vea. Y gracias.

Iba a salir a buscarlo, pero no tuvo que hacerlo porque Ash entraba en casa en ese momento.

– ¿No te apetece salir otra vez?

– ¿Necesitas algo?

– A Geraldine Walton le sobran más balas de paja…

No tuvo que decir nada más y Ash no parecía tan reticente como en otras ocasiones.

– Ahora mismo voy.

La casa le parecía más vacía que nunca y, sintiéndose inquieta, estaba a punto de ir al establo para charlar con Ruby cuando vio que la puerta de la sala de música estaba abierta. Wendy o Valerie debían haber olvidado cerrarla.

Estaba a punto de hacerlo, pero vaciló un momento. Aunque ella no tenía el talento musical de su padre, Ewart Hawkins la había enseñado bien.

Pero hacía siglos que no tocaba…

Phinn empujó la puerta y entró en la sala. Las teclas del piano parecían invitarla y, sin pensar, alargó una mano y pulsó una de ellas… y luego otra, recordando lo que su padre solía decir: «venga, cariño, vamos a asesinar a Mozart».

Se le escapó un sollozo al pensar en él, pero se sentó en el taburete y eso fue todo lo que hizo falta.

Estaba un poco oxidada por falta de práctica, pero las notas seguían en su cabeza… las recordaba bien. A su padre le encantaba Mozart y siempre que pensaba en él lo veía tocando alguna pieza suya, recordando su risa. Cuánto echaba de menos esa risa…

No sabía cuánto tiempo había estado allí, «asesinando» el Concierto 23 de Mozart. Y tampoco sabía cuándo los recuerdos de su padre se habían convertido en recuerdos de Ty Allardyce.

Pero cuando llegó al final del adagio notó que había alguien detrás de ella y, sin mirarlo, supo que era él.