Выбрать главу

– ¿Olvidar qué?

– Que no puedes salir con él.

– ¿Por qué no?

– ¿Cómo vas a salir con él cuando, supuestamente, estás conmigo?

Phinn lo miró, perpleja. Pero entonces recordó que Ty no quería que su hermano supiera la verdadera razón de su estancia en Broadlands Hall.

– Ah, claro, de modo que soy tu novia…

– Tú lo has dicho -de repente, con un brillo travieso en los ojos, Ty la tomó entre sus brazos. Y luego, sin la menor prisa, inclinó la cabeza para buscar sus labios. Y, mientras su corazón latía frenéticamente, Phinn se dio cuenta de que no quería separarse nunca de él.

Una discreta tosecilla en la puerta del establo hizo que se apartaran, pero Ty no la soltó mientras se volvían para mirar a Ash.

– Lamento interrumpir -les dijo, aunque no parecía lamentarlo en absoluto-. Ha llamado el veterinario para preguntar si podías salir con él esta noche.

– Ah, gracias -Phinn carraspeó, nerviosa.

– Le he dicho que le devolverías la llamada en cinco minutos.

– Muy bien -murmuró ella-. Voy a llamarlo ahora mismo.

– Iré contigo -se ofreció Ty.

Mientras Ash se alejaba, silbando la canción Love Is in The Air, Phinn rezó para que su hermano no entendiese la broma.

Estaban en el pasillo, a un metro del teléfono, cuando él la tomó del brazo.

– Llama desde aquí y dile que no puedes salir.

– ¿Quién eres tú para decirme con quién tengo que salir? -exclamó ella.

Ty se negaba a soltar su brazo y el asunto quedó solucionado cuando sonó el teléfono. Pero fue él quien contestó.

– Dígame… sí, Phinn está aquí -lo oyó decir antes de que le pasara el teléfono-. Díselo.

Ella lo fulminó con la mirada mientras tomaba el auricular.

– ¿Sí?

– Espero que no te importe que vuelva a llamar -dijo Kit-. ¿Has pensado en la cena?

Phinn se sentía incómoda con Ty a su lado y se giró un poco, tapando el auricular con la mano.

– Veras, Kit, me temo que no voy a poder…

– Bueno, quizá en otra ocasión entonces -respondió el veterinario, sin poder disimular su decepción.

– Es que tu invitación me pilló por sorpresa. Lo cierto es que he empezado a salir con alguien y…

– Ah, ya veo. Lo siento, no lo sabía. Pero en fin… si lo vuestro no saliera bien, llámame.

– Sí, claro -dijo ella, sintiéndose fatal mientras colgaba-. ¿Satisfecho?

– No te enfades conmigo, Phinnie. Ese hombre no significa nada para ti.

– ¿Y tú cómo lo sabes? Podría ser que Kit y yo estuviéramos hechos el uno para el otro.

Ty sacudió la cabeza.

– Te he besado y tú me has devuelto el beso. No me lo habrías devuelto si estuvieras enamorada de ese veterinario.

Phinn se puso colorada hasta la raíz del pelo.

– ¿Cómo sabes tanto sobre las mujeres? -le espetó, sin saber qué decir-. No, déjalo, no me lo cuentes. No quiero saberlo.

Y, después de decir eso, se dio la vuelta para salir del establo.

Pero la verdad era que Ty tenía razón. No le hubiera devuelto un beso a Kit porque no sentía nada por él. Más aún, estando enamorada de Ty Allardyce, la idea de estar en los brazos de otro hombre le resultaba intolerable.

¿Por qué había tenido que enamorarse precisamente de él? Era absurdo. Un hombre como Tyrell Allardyce, millonario y sofisticado, no se enamoraría nunca de una chica de pueblo como ella.

Phinn volvió al establo para charlar con Ruby, sin saber qué hacer con esos recién descubiertos sentimientos. Y había otro problema aún más grave: ¿cómo iba a escondérselo a Ty durante el resto de su estancia en Broadlands Hall?

CAPÍTULO 6

EL SÁBADO amaneció lluvioso, pero Phinn no podía permanecer en la cama ni un segundo más. Se había pasado prácticamente toda la noche en blanco hasta que, por fin, se quedó dormida al amanecer. Pero cuando despertó sabía que sus sentimientos por Ty no eran cosa de su imaginación. Y aunque se encargaría de escondérselo, le daba una gran alegría saber que él estaba allí, en casa.

No quería pensar en cómo serían las cosas cuando volviera a Londres, pero decidió que por el momento se limitaría a disfrutar sabiendo que estaban bajo el mismo techo.

Después de ducharse y vestirse, con el pelo sujeto en una coleta, bajó al establo para saludar a Ruby. Y mientras charlaba con su yegua se dio cuenta de que había empezado a enamorarse de Ty cuando le ofreció su casa. Un sexto sentido parecía haber estado advirtiéndole entonces que aquello iba a costarle caro.

Pero ya era demasiado tarde para hacer nada. Se había enamorado de él y ese amor estaba allí para quedarse.

Cuando volvió a la casa, Ty y Ash estaban desayunando y Phinn subió corriendo a su habitación para asearse un poco.

– Habíamos pensado a dar una vuelta por la finca cuando deje de llover. ¿Quieres venir con nosotros? -le preguntó Ash.

En circunstancias normales nada le habría gustado más, pero Phinn pensó que quizá los dos hermanos querían estar solos para charlar un rato.

– No, yo tengo una cita con… -traviesa, miró a Ty con gesto de desafío- una pala y una carretilla. Tengo que limpiar el establo.

– Ah, si prefieres limpiar el establo antes que pasar la mañana en fascinante compañía…

Phinn sonrió, contenta al ver a Ash tan animado. Con un poco de suerte, pronto recuperaría los diez kilos que había perdido.

– ¿Has dormido bien? -le preguntó Ty.

– ¿Por qué lo dices, tengo mala cara?

Como respuesta, Ty la estudió en silencio durante unos segundos.

– No, estás preciosa.

Parecía tan sincero que Phinn se puso colorada hasta la raíz del pelo.

Pero se recuperó enseguida y, pensando que sólo lo había dicho porque Ash estaba delante, contestó:

– De todas formas, no pienso ir.

Una vez de vuelta en su habitación después de desayunar, se miró al espejo. Quería estar preciosa para Ty, sí. Quería que él pensara que lo era. ¿Pero una nariz recta, unos ojos de color azul delphinnium, unas cejas de un tono más oscuro que su pelo rubio, una barbilla simpática y una piel que algunas personas habían descrito como «de porcelana» la acreditaban como «preciosa»?

El sonido de su móvil interrumpió tales pensamientos.

Era su madre.

– ¿Cómo va todo, cariño? ¿Y cómo está Ruby?

– Yo estoy bien y Ruby va mejorando.

Era estupendo hablar con su madre otra vez y charlaron durante largo rato.

– ¿Cuándo vamos a verte, hija?

Después de prometer que iría a verla pronto, Phinn colgó, pensando que su madre tenía ahora una vida muy diferente a la que había tenido en Honeysuckle.

Había dejado de llover cuando, en vaqueros y camiseta, Phinn sacó a Ruby del corral para llevarla de vuelta al establo. Pero antes de que pudiera ponerse a trabajar apareció Ty.

Estaba loca por él, pensó, con el corazón acelerado. Pero Ty no debía saberlo nunca.

– Ahora que ha dejado de llover podréis ir a pasear -le dijo.

– ¿Has llamado a Peverill? -fue la respuesta airada de Ty.

¿Qué había sido del «estás preciosa» de unas horas antes?

– ¿Desde que hablé ayer con él por teléfono? No, ¿por qué lo preguntas?

– Cuando pasé por delante de tu habitación estabas hablando por el móvil.

Oh, qué orejas tan grandes tenía Ty Allardyce. Por un momento, Phinn casi pensó que estaba celoso. Bueno, estar enamorada hacía que una viera cosas que no existían, pensó entonces.

– Estaba hablando con mi madre. Hacía siglos que no hablaba con ella.

Ty dejó escapar un suspiro.

– Ya he vuelto a portarme como un bruto, ¿verdad?

– No lo puedes evitar, está en tu naturaleza -bromeó ella.

Pero no lo creía ni por un momento. Lo que estaba en su naturaleza era cuidar de su hermano, evidentemente.