– Tú tuviste que llevar una casa siendo una cría, Phinn. Nadie esperaría que te pusieras al volante de un tractor. ¿A tu padre le habría gustado que hicieras su trabajo por él?
No, seguramente no. Su padre no tenía el menor interés por la granja y tampoco quería que lo tuviera ella. Y si le hubiera dicho que tenía trabajo que hacer cuando él quería llevarla a algún sitio o salir a dar un paseo… en fin, se habría reído de ella.
– ¿Cómo es que siempre sabes lo que tienes que decir? -le preguntó.
Ty sonrió, apretando su mano.
– Seguro que Noel Jarvis no sabe tocar el piano como tu padre.
«Oh, Ty».
Cuánto lo quería.
– Y seguramente tampoco habrá llevado nunca a sus hijos a la ópera -sonrió Phinn.
– ¿Te encuentras mejor ahora?
– Sí -asintió ella-. Y gracias.
Le pareció que el mundo era un sitio maravilloso cuando, inclinándose hacia delante, Ty depositó un casto beso en su mejilla.
– Vamos a casa. A ver si Ash ha conseguido pescar alguna trucha.
Pero lo que encontraron al llegar a Broadlands Hall fue un viejo coche aparcado en la puerta. Y, al entrar, Phinn escuchó lo que era innegablemente un afinador de pianos haciendo su trabajo.
– ¿El señor Timmins?
– El señor Timmins -asintió él.
El señor Timmins no trabajaba nunca los sábados por la tarde. ¡Por nadie! Claro que era lógico que lo hiciera por Ty Allardyce porque era un hombre maravilloso.
El domingo Phinn se llevó una alegría al saber que Ty había decidido no volver a Londres hasta el lunes, pero el día pasó a toda velocidad.
Esa noche, durante la cena, aunque habría querido quedarse un rato más en el salón con Ty, Phinn se levantó del sofá.
– Me voy a la cama -se despidió-. Que tengas un buen viaje, Ty.
Él se levantó para acompañarla a la puerta… sólo para que lo viese Ash, naturalmente.
– Espero verte el viernes que viene -murmuró.
– Yo también. Adiós.
– Adiós, Phinn -sonrió Ty. Y entonces, de repente, se inclinó un poco y le dio un beso en los labios.
Phinn se dio la vuelta después sin decir una palabra, como si fuera lo más normal del mundo. Pero cuando llegó a su habitación y cerró la puerta, se llevó los dedos a los labios…
Broadlands Hall no era lo mismo sin él. El verano se había esfumado temporalmente y el lunes no dejó de llover. Recordando que Ash tenía tendencia a la melancolía, sobre todo por las tardes, Phinn lo buscó y se ofreció a enseñarle a pescar con mosca.
Pero el martes era ella quien estaba triste porque Ruby se encontraba mal. Kit Peverill se portó tan bien como siempre y le recomendó una medicina que no habían probado aún, pero que era muy cara.
– Me parece bien -asintió Phinn, aunque no tenía ni idea de cómo iba a pagarla.
– No te preocupes por el precio -le dijo Kit que, aunque nunca lo habían hablado, parecía conocer su situación económica.
Pero Phinn se preocupaba. Antes de que el veterinario le preguntase si quería salir con él, el asunto de las facturas la había preocupado, pero ahora que se lo había pedido y ella lo había rechazado la deuda le parecía más personal.
El jueves, sin embargo, Ruby empezó a mejorar y Phinn supo que costase lo que costase la medicina, su yegua iba a tenerla.
Llovía de nuevo a la hora de comer y, aunque estaba contenta por la mejoría de Ruby, Phinn no podía dejar de pensar en su deuda con Kit.
Así la encontró Ash en los establos por la tarde. Y tampoco él parecía muy alegre, de modo que Phinn tuvo una idea.
– Si fueras muy bueno, Ashley Allardyce, podríamos ir al pub a tomar una cerveza -sugirió, más alegre de lo que estaba en realidad.
– Y si tú te comportas, yo podría ir -dijo él-. ¿Vamos en la camioneta?
El pub Cat and Drum estaba lleno de gente, pero encontraron una mesa libre.
– Siéntate, yo voy a pedir las cervezas a la barra.
– No, iré yo -dijo Ash.
– Bueno, en realidad quería hablar un momento con el dueño.
– Criatura engañosa -rió él.
Después de llevarle su cerveza, Phinn le dijo a Bob Quigley que quería hablar un momento con él. Y unos minutos después, cuando se dio la vuelta, vio que Ash estaba charlando con Geraldine Walton.
Aunque al principio había pensado que Geraldine no le caía bien, en aquel momento parecía encantado hablando con ella. De hecho, tenía un aspecto muy alegre. ¿Iría Geraldine a menudo por el pub o habría sido una coincidencia?
Mickie Yates se acercó entonces a ella y le dio un abrazo.
– ¿Qué haces en este tugurio, jovencita?
– ¡Mickie!
Poco después Jack Philips, un viejo amigo de su padre, se unió al grupo y más tarde Idris Owen. Phinn podría haber estado charlando con ellos todo el día.
Pero, por fin, Ash se acercó para preguntarle si podían volver a casa. Y cuando salían del pub, le preguntó si había visto a Geraldine.
– Sí, la he visto hablando contigo, pero no quería molestaros.
Ash no dijo nada y Phinn no quiso preguntar.
Ruby seguía progresando y Kit Peverill pasó por allí el viernes por la mañana para ponerle otra inyección, pero el día le pareció larguísimo. Ty podría llegar por la noche, pero no sabía cómo llenar las interminables horas que tenía por delante. Entonces se le ocurrió otra idea.
Uno de los edificios que habían modernizado desde que compraron la propiedad era ahora la oficina, pero no había estado nunca en el interior y dudaba que Ash hubiera pasado muchas veces por allí.
Pensando que, según los rumores que corrían por el pueblo, Ash había sufrido un colapso nervioso mientras trabajaba en una oficina, Phinn decidió ser prudente. Pero, aun así, fue a buscarlo. Lo encontró en el salón, mirando la lluvia por la ventana.
– Acabo de pasar por el edificio de la oficina y se me ha ocurrido que nunca he estado en el interior.
– Ojalá yo no tuviese que ir -suspiró Ash-. Pero la verdad es que tengo una montaña de papeles que revisar.
– ¿Sabes una cosa? Hoy podría ser tu día de suerte. Yo he estudiado secretariado y tengo un certificado según el cual se me da bien el trabajo administrativo.
Ash la miró, sorprendido.
– ¿Lo dices en serio?
– Sí -contestó ella-. Seguro que entre los dos podemos deshacernos de esa montaña de papeles en nada de tiempo.
– ¡Ahora mismo!
Unos minutos después estaban en el interior del edificio, revisando las cartas que se acumulaban sobre el escritorio.
Trabajaron sin parar durante toda la mañana, con Phinn vigilando a Ash… por si el trabajo tuviera un efecto nocivo. No fue así, al contrario; cuantos menos papeles había sobre la mesa, más animado parecía.
– Ty ya se ha encargado de eso -le dijo, cuando Phinn le mostró una carta de Noel Jarvis en la que preguntaba si su hijo y él podrían comprar la granja-. Creo que lo llamó a la oficina de Londres al no recibir respuesta.
– Ah, seguramente por eso fuimos a verlo el otro día.
– Aparentemente, el antiguo propietario de Broadlands siempre se había negado a dividir la finca, pero como yo voy a quedarme con Honeysuckle, a mi hermano no le importa. Además, dice que la han trabajado muy bien durante todos estos años y se lo merecen… -Ash hizo una mueca al darse cuenta de lo que había dicho-. Phinn, lo siento, no quería decir…
– No te preocupes -lo interrumpió ella.
Una semana antes se habría enfadado si alguien hubiese comparado las dos granjas. Pero el sábado anterior, al ver la de los Jarvis, se había dado cuenta de las diferencias. Honeysuckle era un desastre y siempre lo había sido porque su padre tenía otros intereses. Ésa era la verdad. Pero Ty la había ayudado a ponerla en perspectiva.
Qué ganas tenía de que llegase. No sabía qué iba a hacer si Ty no iba por allí ese fin de semana. ¡Y no quería ni pensar en la semana siguiente!
Después de descansar un momento para ver a Ruby, Phinn volvió a la oficina y sonrió, contenta, al ver todo lo que habían hecho aquel día. Sólo había que archivar algunos papeles y escribir algunas cartas y la oficina estaría prácticamente al día.