Ash había salido a tomar un poco el aire y ella estaba terminando la última carta cuando la puerta se abrió. Con los ojos clavados en la pantalla del ordenador, Phinn pensó que era Ash y no se molestó en levantar la mirada.
Sin embargo, unos segundos después, como permanecía en silencio, por fin se volvió… para encontrarse con Ty.
Pero no se le ocurría nada que decir y sólo esperaba no haberse puesto colorada.
– Phinnie Hawkins -murmuró él-, nunca dejarás de asombrarme.
– Me alegro -dijo ella-. Pero antes era secretaria.
– ¿Trabajabas además de encargarte de tu casa?
Como millones de mujeres, pensó ella.
– ¿Qué creías, que me dedicaba a pasar un plumero por encima de los muebles?
– El interior de la granja estaba como los chorros del oro el día que fui a verla -dijo él-. Pero, además de eso, eras tú quien llevaba comida a la mesa.
– No, eso no es verdad. Mi padre era muy inteligente -protestó Phinn-. Podía hacer, reparar y vender todo tipo de cosas. También él llevaba dinero a casa.
– No tienes que defenderlo. Habiendo tenido una hija tan encantadora como tú, sólo podía ser un hombre formidable.
Sí, Tyrell Allardyce sabía cómo hacer que una chica se emocionase, desde luego.
– ¿Querías algo?
– Vi la luz encendida y pensé que era mi hermano. ¿Qué tal ha pasado la semana?
– Está bien -le aseguró Phinn-. Bueno, a veces parece un poco triste, pero cada día mejora un poquito más. He estaba observándolo hoy y parecía encantado con el trabajo de la oficina.
– ¿Habéis estado aquí todo el día?
– Gran parte del día, sí. Hemos limpiado el escritorio de papeles…
Ash, que entraba en ese momento, saludó a su hermano con un abrazo.
– ¿Qué te parece mi nueva ayudante? Es realmente estupenda. De hecho, si no estuviera con nadie yo mismo le pediría que me tuviese en cuenta.
Phinn sonrió. Sabía que estaba de broma y se alegraba de verlo tan animado. Pero cuando, aún con la sonrisa en los labios, miró a Ty, algo en su expresión le dijo que él no estaba tan contento.
Un segundo después, sin embargo, Tyrell Allardyce volvió a sonreír.
– No te acerques a ella -le advirtió a su hermano.
– Ésta es la última carta, Ash -dijo Phinn, fingiendo estar más interesada en el trabajo que en el mayor de los Allardyce-. Si no te importa firmarlas, yo misma las llevaré a la oficina de Correos.
Esa noche, antes de cenar, de nuevo Phinn se vio asaltada por las dudas. ¿Debía ponerse un vestido? Ty nunca la había visto con un vestido… bueno, salvo aquella tarde memorable, cuando la pilló en ropa interior y luego con el vestido empapado. Pero ella siempre iba en pantalones y temía que Ash lo dijese en voz alta delante de su hermano.
Como siempre, Ty y Ash estaban en el comedor antes que ella y cuando ocupó su sitio en la mesa sintió cierta ansiedad. Quería hablar con Ty más tarde, a solas, pero no sabía cómo iba a reaccionar.
– ¿Te ha contado Phinn que me llevó al pub ayer?
– Nada de lo que haga Phinn me sorprende ya. ¿Piensas llevar a mi hermano por el mal camino, jovencita?
– En mi opinión, Ash es perfectamente capaz de meterse en líos sin que yo lo ayude -contestó ella-. ¿Qué tal tu viaje?
– Bien, gracias.
Ash empezó a hacerle preguntas sobre los negocios y Ty se disculpó, diciendo que no quería aburrir a Phinn… cuando en realidad ella quería saberlo todo sobre su trabajo.
Pero empezó a ponerse nerviosa cuando la cena terminó.
– Ty -lo llamó cuando iba a entrar en el salón.
– Dime.
– Ahora tengo que ir a ver a Ruby, pero después… ¿podría hablar contigo un momento?
La expresión de Ty se oscureció de inmediato.
– Si estás pensando en marcharte, olvídalo.
Ella lo miró, perpleja.
– Pero yo no…
– Estaré en mi estudio -la interrumpió Ty.
Como siempre, estar un rato con Ruby la calmó un poco. Y, en realidad, ahora que lo pensaba, que Ty pareciese tan en contra de que se fuera era muy halagador. Aunque no había sido muy amable al respecto, claro.
– Nos quedaremos, Ruby. Además, no tenemos ningún otro sitio al que ir. Sé que el establo te encanta y entre tú y yo, se me rompería el corazón si tuviera que irme.
Unos minutos después, Phinn entró en el lavabo del piso de abajo para lavarse las manos, peinarse un poco y ensayar lo que iba a decirle a Ty. No sabía por qué estaba tan nerviosa. Ty no iba a decirle que no. ¿Por qué iba a hacerlo?
Cuando iba por el pasillo vio que la puerta del estudio, siempre cerrada, estaba ahora abierta y le pareció un gesto de bienvenida. En fin, Ty siempre tan considerado, pensó.
– Siéntate -dijo él, cuando Phinn asomó la cabeza.
– No tardaré mucho…
– ¿Has cambiado de opinión sobre lo de marcharte?
– ¡Pero si yo no he dicho que quisiera marcharme!
– ¿Ah, no?
– No, eso lo has dicho tú.
– Pues a mí me parece que te sientes culpable por algo… ¿ha estado el veterinario por aquí?
– Pues claro que ha estado por aquí -contestó ella, poniéndose colorada porque quería hablarle precisamente de su deuda con Kit-. Ruby no se encuentra bien y…
– Te has puesto colorada.
– Si me he puesto colorada es porque tengo que pedirte algo y me da vergüenza.
– ¿Te da vergüenza… a ti?
– Cállate ya -dijo Phinn entonces-. ¿Te importaría si buscase un trabajo a tiempo parcial?
– Ya tienes un trabajo aquí.
– Pero sólo sería por las tardes.
– ¿Con el veterinario? -preguntó Ty.
– ¡No! -exclamó ella-. Qué manía con el veterinario… no tiene nada que ver con él. Pero he pensado que Ash está ahora mucho mejor y como tú vienes los viernes a casa para hacerle compañía…
– Si no es Peverill, ¿con quien más estás en contacto? -la interrumpió Ty.
Phinn se negó a contestar y él se cruzó de brazos, esperando.
– Ayer estuve hablando con Bob Quigley…
– ¿Bob Quigley? ¿Otro de tus amigos?
– Es el propietario del Cat and Drum, el pub del pueblo -suspiró ella-. El caso es que le pregunté a Bob si tenía un trabajo para mí…
– ¿En el pub? ¿Detrás de la barra? -exclamó Ty.
– Sí.
– ¿Has trabajado alguna vez en un pub?
– No, pero Bob me dijo que le vendría bien un poco de ayuda…
– ¡Desde luego que sí!
– ¿Te importaría dejar de interrumpirme?
– ¿Cómo esperas que reaccione? Imagino que lo que buscas no es compañía, de modo que el problema es que yo no te pago lo suficiente.
– Me pagas más que suficiente. Además, tengo una habitación gratis y un establo para Ruby. El problema es que empiezo a deberle mucho dinero a Kit Peverill. Las medicinas de Ruby son muy caras y… el pobre me ha dicho que le pague cuando pueda, pero… me ha pedido que saliera con él y yo le he dicho que no, así que me siento incómoda.
Ty se echó hacia atrás en la silla.
– Phinn Hawkins, ¿qué voy a hacer contigo? ¿Nos dejarías solos por las tardes sólo porque a Peverill le gustas?
Phinn imaginó que Ty estaba bromeando. Tenía que estar bromeando.
– Sí, bueno, algo así.
– Entonces, evidentemente, tengo que aumentarte el sueldo.
– No, por favor -protestó ella-. Creo que me pagas demasiado.
– Y yo creo, querida Phinn, que Ash y yo estaríamos perdidos sin ti.
– ¡Tonterías!
– Por no decir que esa montaña de papeles de la oficina ha desaparecido gracias a ti. Y como yo no te había contratado para hacer de secretaria, estoy en deuda contigo.
– Eso no es verdad y tú lo sabes.