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– Al menos te mereces una paga extra -siguió él, como si no la hubiera oído-. Mira, Phinnie, intenta verlo desde mi punto de vista: supongo que entenderás que mi novia no puede estar trabajando en el pub cuando yo vengo de Londres para verla.

Cómo latía su corazón cuando le decía esas cosas, pensó ella. Aunque no fuese verdad. Sonaba como si lo dijera en serio… afortunadamente, el sentido común le hacía ver la realidad.

– De hecho -siguió Ty-, he decidido llamar a Peverill para decirle que me envíe a mí las facturas de Ruby.

– ¡No vas a hacer nada por el estilo! -exclamó ella.

– Pienso hacerlo.

Y, para demostrar que la conversación había terminado, se dio la vuelta y se puso a trabajar en su ordenador.

Phinn se quedó mirándolo, perpleja. Podría haber protestado hasta que le doliese la boca y el resultado habría sido el mismo de modo que, dejando escapar un suspiro, salió del estudio.

Pero estaba subiendo a su dormitorio cuando se dio cuenta de algo: Ty entendía que no quisiera estar en deuda con el veterinario porque Kit había demostrado cierto interés por ella. Pero no había ningún problema en que estuviera en deuda con él porque, evidentemente, Ty no tenía ningún interés.

Phinn se fue a la cama sabiendo que no lo tenía ahora y no lo tendría nunca. Y pasó una noche en vela pensando que no era lo bastante sofisticada como para atraer a un hombre como Tyrell Allardyce.

CAPÍTULO 7

EL TIEMPO mejoró durante el fin de semana y, después de llamar a Bob Quigley para decirle que, al final, no iba a necesitar el trabajo, Phinn estaba sentada en la valla del corral el domingo por la mañana observando a Ruby, contenta al ver que su yegua parecía más animada.

Poco después Ty fue a buscarla y se quedó observándola un rato sin decir nada. Hasta que, al final, Phinn tuvo que dejar escapar un suspiro para disimular su nerviosismo.

Aquel hombre al que tanto amaba conseguía hacer que ella, que nunca había sido tímida, se mostrase así.

– ¿Qué he hecho ahora?

– ¿Quién ha dicho que hayas hecho algo malo?

– Bueno, no has venido aquí para hablar del tiempo.

Ty se encogió de hombros.

– Había pensado que, para darle un poco de realidad a esta supuesta relación nuestra, podría invitarte a cenar esta noche.

El corazón de Phinn se volvió loco. Nada le gustaría más que cenar con él, pero sería una cita sólo para que lo viera Ash, no una de verdad.

– Nosotros no tenemos una relación.

– No te pongas difícil -protestó él-. Ya sabes lo observador que es mi hermano e imagino que debe estar preguntándose por qué tú y yo no…

– No hay un tú y yo. Además, la señora Starkey es la mejor cocinera de por aquí.

– Mira que eres difícil… ¿ha conseguido alguien salir contigo?

– El veterinario estuvo a punto -bromeó ella.

Ty sonrió también.

– En realidad, Ash y yo pensábamos ir a la granja Honeysuckle. ¿Sería muy doloroso para ti acompañarnos?

– Prefiero quedarme, si no te importa.

– Es muy posible que Ash se la quede.

– Y seguro que le irá muy bien.

– ¿No te importa, de verdad?

– Prefiero que sea Ash -contestó ella. Ty se quedó mirándola de nuevo sin decir nada-. ¿Qué?

– ¿Sabe, señorita Hawkins, que es usted guapa por dentro y por fuera?

Nerviosa, Phinn se dio la vuelta para mirar a Ruby.

– De todas formas no pienso ir a cenar contigo -murmuró, mirándolo por encima del hombro. Pero tuvo que agarrarse con fuerza a la valla cuando Ty apartó su coleta para darle un beso en el cuello antes de alejarse.

Las horas le parecieron eternas mientras los hermanos Allardyce estaban de visita en la granja, pero volaron cuando Ty volvió… aunque sólo para marcharse por la mañana. Phinn estaba deseando que volviese por la tarde, pero no volvió a verlo hasta el miércoles. Iba a la oficina para comprobar el correo cuando oyó que la llamaban… pero no por el diminutivo habitual.

– ¡Delphinnium!

Se quedó helada. Y, al darse la vuelta, se encontró con Ty mirándola con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¿Cómo lo has adivinado?

¿Y de dónde había salido? No lo había oído llegar.

Ty, disfrutando de su estupefacción, seguía sonriendo.

– Pasaba por delante de la iglesia y me encontré con el vicario, quien muy amablemente me dejó mirar los registros de bautismo.

– Si se lo cuentas a alguien…

– ¿Qué me darás si no digo nada? ¿Y de dónde sale un nombre como ése, por cierto?

– Culpa de mi padre -suspiró ella-. Supuestamente debería haberme puesto Elizabeth Maud, pero decidió cambiarlo a última hora… consiguiendo así que su única hija permanezca soltera para siempre.

– ¿Por qué? -rió Ty.

– Con un nombre como el mío es imposible que me case. Me lo puedo imaginar: toda vestida de blanco delante del sacerdote, diciendo: Yo, Delphinnium Hawkins… y los invitados muertos de risa.

– Tu nombre será nuestro secreto -dijo Ty, con tono conspirador-. Y hablando de vestidos, y no necesariamente de uno blanco, ¿tienes alguno?

– ¿Quieres que te lo preste? -bromeó Phinn para disimular los nervios. ¿Estaba diciendo que se había cansado de verla con pantalones?

– Aparte de que es hora de que a esas fabulosas piernas tuyas les dé un poco el aire, el sábado tendremos invitados a cenar… y un par de ellos se quedarán a dormir.

– Yo puedo cenar con la señora Starkey…

– ¿De qué estás hablando?

– Imagino que no querrás que yo esté molestando mientras cenas con tus invitados…

– Ay, Señor, dame paciencia. Por si no te habías enterado, Delphinnium Hawkins, tú eres de la familia ahora.

– ¿No soy una simple empleada? ¡Y no me llames Delphinnium!

Ty dejó escapar un suspiro.

– A veces no sé si debo darte un par de azotes o besarte hasta que supliques piedad.

– No te enfades conmigo -sonrió Phinn. Pero como él no parecía dispuesto a perdonarla, se inclinó un poco hacia delante y le dio un beso-. Si insistes, cenaré el sábado con vosotros. Y me pondré un vestido.

Los ojos grises de Ty se clavaron en los suyos mientras la tomaba suavemente por la cintura.

– Será mejor que te vayas… antes de que yo empiece a besarte.

Y Phinn, con el corazón acelerado, se dirigió a la oficina.

Ty volvió a casa otra vez el jueves por la tarde y de nuevo el viernes. El sábado, Phinn ya sabía los nombres de las personas que irían a cenar esa noche. Eran dos hermanos, Will y Cheryl Wyatt. Cheryl había vendido su apartamento y, por el momento, se alojaba con su hermano hasta que encontrase una casa de su gusto.

Ruby no se encontraba bien el sábado, de modo que Phinn estaba en el establo con ella y se perdió la llegada de los dos hermanos. Después subió a su habitación para arreglarse y luego, en albornoz y con una toalla en el pelo, buscó algo en el armario.

No tenía muchos vestidos y los que tenía eran regalo de su madre, pero gracias a ella todos eran de buena calidad.

El que más le gustaba era uno de seda en color rojo oscuro, pero ella no tenía bisutería bonita y el escote pedía algo. Y no podía hacerse una coleta. De repente, Phinn empezó a ponerse nerviosa. Lo cual era absurdo porque ella nunca se había puesto nerviosa por conocer a gente nueva.

Pero esos invitados eran amigos de Ty, gente con la que hacía negocios, y quería estar presentable. Por fin, se echó un último vistazo ante el espejo…

¿Ésa era ella?

Sin los pantalones y la camiseta no era la cría de todos los días sino una mujer esbelta con curvas en los sitios adecuados.

El vestido era más corto de lo que recordaba, por encima de la rodilla… le parecía como si hiciera siglos que no se veía las rodillas. ¿El escote era demasiado exagerado? Ella sabía que no, pero no estaba acostumbrada a mostrar sus encantos. Tal vez podría ponerse las perlas de su abuela, rescatadas por su madre antes de que su padre pudiera venderlas…