– Ruby… -empezó a decir Phinn. Y aunque hasta ese momento había logrado contener las lágrimas, ya iba a ser imposible-. Oh, Ty…
– ¿Ruby?
– Ruby ha muerto esta mañana.
– Oh, cariño -Ty la tomó entre sus brazos, apretándola contra su corazón y Phinn empezó a llorar con toda su alma. Mientras lloraba, él acariciaba su pelo y su espalda, intentando consolarla.
– Lo siento mucho -se disculpó luego-. No había llorado en todo el día, pero…
– Yo también lo siento. Y me alegro de haber estado aquí para que llorases conmigo.
– Ash ha sido maravilloso -logró decir Phinn, entre lágrimas-. Él se ha encargado de todo.
– Cuando está en forma, mi hermano es bueno en momentos de crisis.
– Sí, es verdad… -Phinn se secó las lágrimas con el dorso de la mano-. Ya estoy mejor.
– ¿Seguro?
Ella asintió con la cabeza.
– Ahora debo estar hecha un asco.
– Estás preciosa.
– Mentiroso.
Ty la miró a los ojos y luego, como si fuera la cosa más natural del mundo, inclinó la cabeza para besarla. Poco después Phinn salía del estudio para subir a su habitación.
Pero las lágrimas no habían terminado. Ahora que se habían abierto las compuertas no parecía capaz de cerrarlas y lloró durante largo rato. Esa noche no bajó a cenar y los hermanos Allardyce, discretamente, enviaron a la señora Starkey a su habitación con la cena.
Al final, durmió mejor que en mucho tiempo, seguramente por el cansancio y la pena. Despertó temprano, como era su costumbre, pero sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar que ya no tenía que bajar al establo para ver a su querida Ruby.
No olvidaría nunca a su dulce y tímida yegua, pero quería recordar los momentos felices, cuando era joven y galopaban por Broadlands, el viento revolviéndole el pelo, Ruby tan feliz como ella.
Entonces recordó que había pegado a Ty… ¿cómo podía haber hecho algo así después de lo bien que se había portado con ella… y con Ruby? En fin, no quería pensar en cosas desagradables. Estaba levantándose de la cama cuando oyó un golpecito en la puerta y, un segundo después, Ash asomó la cabeza en su dormitorio.
– La señora Starkey ha pensado que querrías desayunar en la cama.
– No, de eso nada -protestó ella, poniéndose la bata-. Pero todos estáis siendo muy amables conmigo.
– Porque te lo mereces. ¿Dónde dejo la bandeja?
– En la mesa.
– ¿Cómo estás?
– Un poco mejor, gracias.
– Estupendo. Cómete los huevos revueltos antes de que se enfríen -dijo Ash entonces, inclinándose para darle un beso en la mejilla.
Sólo había sido un gesto de simpatía, pero el hombre que observaba la escena desde la puerta no parecía pensar lo mismo.
– ¡Ashley!
Phinn miró de uno a otro, sorprendida. Nunca había visto a Ty hablándole en ese tono a su hermano.
– Buenos días.
Cuando él entró en la habitación, Ash discretamente salió de ella.
– ¿Mi hermano suele traerte el desayuno a la habitación?
– No. Me lo ha traído hoy porque se lo ha pedido la señora Starkey… y para preguntarme cómo estaba.
– Haz el favor de dejar en paz a mi hermano.
– ¿Que le deje en paz… yo?
– No quiero tener que recoger las piezas de su corazón otra vez…
– ¿Pero qué estás diciendo? -lo interrumpió Phinn.
– Te da igual a quién le hagas daño, ¿verdad?
– Me parece que tienes muy poca memoria. Que yo sepa, me contrataste para que le hiciese compañía…
– Parece que tampoco tú tienes buena memoria -la interrumpió él, tomándola por la cintura-. Hace una semana podría haberte hecho mía -le dijo, atrayéndola hacia sí para buscar sus labios. No con ternura o cariño sino de manera brusca, furiosa.
– ¡Suéltame!
Phinn intentó empujarlo. Quería sus besos, pero no de esa manera.
– ¿Por qué voy a hacerlo? -le espetó él, acariciándola con manos ansiosas.
– ¡No, Ty… así no!
Algo en su tono le dijo que hablaba completamente en serio porque la miró a los ojos y, al ver que estaban empañados, dio un paso atrás, pálido como un cadáver.
– Dios mío… perdóname… no sé qué me pasa.
Un segundo después salía de la habitación como alma que lleva el diablo.
Era el fin y Phinn lo sabía. No tenía ni idea de qué podía haber empujado a un hombre civilizado como él a hacer lo que había hecho y, aunque podría perdonarlo, tenía la impresión de que Ty no sería capaz de perdonarse a sí mismo.
Y todo por Ash. Ty no sabía que ella no sería capaz de hacerle daño a su hermano… de hacerle daño a nadie. Estaba convencido de que era como su prima, que no le importaba nada salvo ella misma. ¿Cómo podía creer eso?
Hundida de repente, Phinn supo que había llegado el momento de marcharse de Broadlands Hall. ¿Para qué iba a quedarse? Ash ya no la necesitaba y seguramente Ty aplaudiría su decisión.
Sin probar el desayuno que Ash le había subido en una bandeja, Phinn fue a darse una ducha y casi había terminado de hacer las maletas cuando oyó el motor de un coche. Era el de Ty alejándose por el camino, comprobó después de acercarse a la ventana. Y entonces, con el corazón encogido, pensó que nunca volvería a verlo… aunque quizá era lo mejor.
Ash le había ofrecido el día anterior llevarla a cualquier sitio y necesitaba que alguien la llevase a Gloucester, a casa de su madre.
No sabía cómo se tomaría su repentina aparición, pero estaba segura de que ni ella ni Clive pondrían objeción alguna. De hecho, su madre le había pedido cien veces que fuera a vivir con ellos.
Pero, sabiendo que lo dejaría todo para ir a buscarla si la llamaba, decidió pedirle el favor a Mickie Yates porque Ash ya había hecho demasiado por ella. Desgraciadamente, Mickie Yates no contestaba al teléfono, de modo que tendría que ir en autobús… si los autobuses seguían parando en Bishops Thornby en sábado. Llamaría a Mickie en otro momento para que fuera a recoger sus cosas.
Cuando dejó el reloj de Ty sobre la mesa de su abuela suspiró al recordar el detalle. Lo había hecho para que se sintiera como en casa. Luego, después de una última mirada alrededor, tomó la maleta en la que había guardado lo más necesario y salió de la habitación.
Le pesaba el corazón, pero intentó recordarse a sí misma que siempre había sabido que su estancia en Broadlands Hall sería temporal.
Había llegado al pie de la escalera cuando un ruido a su izquierda la hizo girar la cabeza…
¡Ty! Y ella había pensado no volver a verlo nunca…
– Creí que te habías ido.
– ¿Dónde crees que vas con esa maleta?
– Me marcho -contestó Phinn… esperando su aplauso.
Pero no llegó. Al contrario, Ty dio un paso adelante y le quitó la maleta de las manos.
– Eso ya lo veremos -murmuró, dirigiéndose al salón.
Phinn vaciló durante un segundo, sin saber qué hacer.
– Mientras no me pongas las manos encima -dijo por fin.
No sabía qué quería decirle Ty o por qué retrasaba su partida. Lo único que esperaba era poder marcharse de allí sin pegarlo otra vez y con su orgullo intacto.
CAPÍTULO 9
TY SE había calmado un poco cuando Phinn entró en el salón tras él. La maleta estaba en el suelo, a su lado, y Ty estaba de espaldas a ella, pero su expresión cuando se volvió para mirarla era definitivamente hostil.
– ¿Quieres que me disculpe?
Phinn se encogió de hombros.
– Haz lo que quieras.
– ¿Dónde crees que vas?
– No es que sea asunto tuyo, pero…
– ¿No es asunto mío? -repitió él-. Vienes a mi casa, vuelves loco a todo el mundo…
– Un momento -lo interrumpió Phinn-. Vine aquí porque tú me ofreciste un empleo y un sitio en el que alojarme, no fue idea mía… -de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Era horrible terminar así con él, no podía soportarlo.