– ¿Empecé a gustarte?
– Pues claro. Y cuanto más te conocía, más me gustabas.
A Phinn se le quedó la boca seca.
– ¿En serio? -consiguió decir-. Me alegro mucho.
– Pero ahí fue donde empezaron los problemas.
– ¿Qué problemas?
– Pronto descubrí que hacías con mi hermano las cosas que a mí me hubiera gustado hacer contigo…
Ella parpadeó, cada vez más sorprendida.
– ¿De verdad?
– Por eso volvía a Broadlands Hall siempre que me era posible.
– Por Ash, quieres decir.
– Si sólo es por Ash, ¿por qué quiero que me lleves también a mí a pescar? ¿Y por qué me sentó tan mal cuando Ash me dijo que a ti te parecía «encantador»?
Phinn sólo podía mirarlo, perpleja.
– ¿Quieres que diga que tú también eres encantador?
– Me conformaría con que dijeras que soy simpático, agradable… o con la mitad de las sonrisas que le dedicas a mi hermano.
– ¿Entonces estás…?
– Celoso, la palabra que estás buscando es celoso, sí.
– No puede ser.
– Sí puede ser, Phinn. Yo nunca había tenido celos de mi hermano, te lo aseguro. De hecho, es como una segunda naturaleza para mí cuidar de él. Por eso no entendía mi deseo de volver aquí siempre que me era posible. No era para ver a mi hermano, era para verte a ti. Siempre parecíais pasarlo tan bien que quería quedarme en casa y pasarlo bien contigo. Incluso el trabajo empezaba a perder atractivo para mí. Fue entonces cuando supe que estaba en un aprieto.
Phinn tragó saliva, nerviosa.
– ¿Qué quieres decir?
– Al principio quería que estuvieras aquí para ayudar a mi hermano a salir de su depresión, pero cuanto más te conocía, querida Phinn, más te quería en esta casa por mí y sólo por mí. Sabía que no tenía ningún sentido esperar hasta el lunes por la mañana para volver a Londres cuando siempre tengo toneladas de trabajo, pero esperaba hasta el último momento posible…
Esperaba por ella.
Phinn pensó que estaba soñando. Era tan increíble que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlarse.
– Mira, yo… sé que no quieres que me marche, pero no tienes que…
– ¿Es que no me has oído? Claro que no quiero que te vayas. No dejo de pensar en ti a todas horas…
– Un momento -lo interrumpió Phinn-. Tuviste una oportunidad conmigo, Tyrell Allardyce. Si crees que vas a poder convencerme para rechazarme otra vez…
– ¿Cuándo te he rechazado?
– ¡Tienes muy mala memoria! ¿No recuerdas lo que pasó en tu habitación? Yo no era lo bastante sofisticada…
– ¿Qué? Serás tonta -rió Ty entonces-. ¿Que no eras lo bastante sofisticada? ¿Es que no sabes que tu inocencia es un tesoro para mí? Escúchame… esa noche, el domingo por la noche, yo ya no podía pensar con la cabeza. De repente me lanzaste esa bomba y me encontré en una situación absolutamente nueva para mí. Tenía que pensar con claridad… pero no podía hacerlo.
– ¡Ya! -replicó ella, desdeñosa-. ¿Qué tenías que pensar?
– Oh, Phinn… amor mío. Los dos estábamos demasiado emocionados. Necesitaba un momento para pensar qué era lo mejor para ti.
– ¿Para mí?
Phinn no parecía capaz de hacer algo más que repetir cada frase, tan atónita estaba.
– Para ti, cariño. Tenía que irme a las cuatro de la mañana y no sabía cuándo podría volver a Broadlands Hall. Tenía que pensar, reflexionar… ¿era demasiado pronto para decirte lo que sentía por ti? ¿Cómo ibas a reaccionar si te lo dijera? Lo único que sabía en ese momento era que quería lo mejor para ti. ¿Pero te tendría el tiempo suficiente en mis brazos como para hacerte entender lo especial que eras para mí? Incluso sentí miedo de asustarte si te decía la verdad…
– ¿Lo especial que era para ti?
– Muy especial -contestó él-. Pero no quería marcharme dejándote con dudas. Y antes de que pudiera pensarlo, tú y tu enorme orgullo os levantasteis en armas y prácticamente me dijiste que me olvidase del asunto.
A Phinn le daba vueltas la cabeza.
– Sí, veo que… deberíamos haber hablado más abiertamente. Pero desde que te fuiste no hemos tenido oportunidad…
– Quería llamarte por teléfono el lunes, el martes. Tuve el teléfono en la mano un millón de veces, pero no sabía qué decirte -siguió él-. Y ya estoy cansado de hablar -dijo luego, abruptamente-. Dime una cosa, Phinn: si prometo no reírme, ¿estarás a mi lado en una iglesia, delante de un sacerdote diciendo: yo, Delphinnium Hawkins, te acepto Tyrell Allardyce?
Phinn no podía pensar, no podía respirar siquiera. ¡Ty la quería no como una hermana sino como esposa! Jamás habría soñado que aquello pudiera pasar. Tan nerviosa estaba que empezó a pensar que había oído mal.
¿De verdad le había pedido que se casara con él o era cosa de su imaginación?
– ¿Qué…? -empezó a decir-. ¿Qué clase de proposición es ésa? -le preguntó, con la poca voz que pudo encontrar.
– La proposición que quería hacerte y que he ensayado de cien maneras posibles es otra -suspiró Ty entonces-. Pero temía que te rieras de mí… en fin, allá va: Phinn Hawkins, te quiero tanto que no puedo soportar estar lejos de ti.
– ¿Me quieres?
– Te quiero tanto, cariño mío, que estás en mi cabeza noche y día. En mis sueños, cuando estoy trabajando… vaya donde vaya no dejo de pensar en ti y mi mayor deseo es casarme contigo.
El aliento pareció abandonar el cuerpo de Phinn en ese momento. La quería. Ty, el hombre del que estaba enamorada, la quería.
– ¿No vas a decir nada?
¿Lo sabría?, se preguntó. ¿Sabría que ella había estado enamorada de él desde el primer día?
– No sé…
– Ah, eso me hace concebir esperanzas.
– ¿Lo dices en serio, de verdad?
– El amor no es algo sobre lo que se deba bromear.
– No, no, o… es que me ha pillado por sorpresa.
– ¿Por sorpresa? -repitió él-. Pensé que lo sabías… Phinn, por favor, dame una respuesta de una vez.
Ella sonrió, su respuesta allí, en esa tierna sonrisa.
– Si no te importa que diga Delphinnium en voz baja para que no me oiga nadie… nada me gustaría más que casarme contigo, Tyrell Allardyce.
Ty no esperó un segundo más. Más feliz que nunca, la envolvió en sus brazos para besarla con toda la ternura que tenía guardada para ella.
– ¿Eso es un sí?
– Oh, sí, sí…
– ¿Me quieres?
– Yo tenía miedo de que te hubieras dado cuenta.
– Dilo.
– Te quiero, Ty
– Cariño -murmuró él, besándola de nuevo-. ¿Desde cuándo sabes que no me odias como merezco?
– No te he odiado nunca, tonto. El día que me encontraste tocando el piano…
– Ese día te abracé.
– Y me abrazaste otra vez por la tarde, en el establo. Y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba enamorada de ti -le confesó Phinn.
– Durante toda esta semana he estado atormentado, deseando llamarte y temiendo hacerlo. ¿Habría leído demasiado en tu inocente respuesta? ¿Sería sólo una atracción física por tu parte? No me atrevía a esperar que de verdad me quisieras.
– No me extraña. Te di una bofetada -le recordó Phinn.
– Y me la merecía. Después de decir lo que dije, yo mismo me quedé estupefacto. No sabía cómo pedirte perdón… anoche quise ir a tu habitación para hablar contigo, pero sabiendo lo que me pasa cuando te veo en pijama decidí que no era buena idea. Por eso esta mañana me enfadé tanto cuando Ash te dio un beso.
– Sólo era un beso fraternal.
– Ahora lo sé y me siento avergonzado de mis celos. Y más avergonzado de cómo me porté después de eso -Ty buscó sus labios entonces-. Luego esperé en el estudio a que bajaras para decirte lo que sentía…
– Y yo aparecí con la maleta.
– ¡Y diciendo que te ibas de aquí en autobús!