– Había pensado vivir allí yo mismo -seguía diciendo Ashley-, pero parece que aún no soy capaz de… tomar decisiones.
Esa confesión la dejó sorprendida. ¡Leanne otra vez! ¿Cómo podía su prima no haber pensado en los sentimientos de aquel hombre?
– Estoy segura de que la granja te vendría bien… si eso es lo que decides hacer.
– Creo que me gustaría trabajar al aire libre. Eso es mejor que trabajar en una oficina, ¿no? Intenté dedicarme al mundo de los negocios, pero no era lo mío.
– ¿No te gustaba?
Ash negó con la cabeza.
– No, ese tipo de trabajo es más para mi hermano Ty. Él es el genio de la familia, no yo -suspiró, mirando con expresión ausente hacia el otro lado-. Espero que hayas encontrado alojamiento, por cierto.
– Pues la verdad es que no… -Phinn no quería molestarlo viéndolo en ese estado, pero si no volvía a la granja no sabía qué iba a hacer.
– ¿No tienes sitio donde vivir?
– Geraldine, la nueva propietaria de los establos, me ha pedido que me marche.
– ¿Pero no trabajabas allí?
– En realidad no había mucho trabajo. Peggy me dejaba ocupar una habitación encima de los establos…
– ¿Entonces no tienes ni casa ni trabajo?
– Me temo que no. Ruby y yo tenemos hasta finales de esta semana para encontrar algún sitio en el que vivir.
– ¿Ruby? No sabía que tuvieras un hijo.
– No, no -sonrió Phinn, acariciando el cuello de la yegua-. Ella es Ruby. La pobre está un poco viejecita y… -cuando se volvió para mirar a su yegua vio que un hombre se acercaba por el camino.
Oh, no. Tyrell Allardyce.
– Bueno, será mejor que me vaya. Es hora de darle a Ruby su medicina. Me alegro de volver a verte por aquí, Ashley.
Y después de eso, desgraciadamente teniendo que ir en la dirección del insufrible Ty Allardyce, Phinn se dio la vuelta.
– Adiós -se despidió Ash, que aparentemente no se había molestado por su abrupta despedida.
Ruby caminaba tan despacio que era imposible evitar al propietario de Broadlands Hall, de modo que Phinn pensó en varias explicaciones mientras se acercaba, pero cuando Ty Allardyce llegó a su lado se le quedó la mente en blanco.
– Veo que ha vuelto de Londres -le dijo.
– Usted otra vez… ¿qué le ha estado diciendo a mi hermano?
– ¿Cómo?
Los ojos grises brillaban con tal furia que a Phinn no la habría sorprendido que hubiese intentando estrangularla
– Por lo visto, a las mujeres de la familia Hawkins no les importa un bledo ir haciendo daño por ahí…
– ¿Las mujeres de la familia Hawkins? -repitió ella, airada-. ¿Se puede saber qué quiere decir con eso?
– Que su reputación la precede, señorita.
– ¿Mi reputación?
– Su padre se quedó destrozado cuando su madre lo dejó…
Phinn empezó a verlo todo rojo. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a hablar de su familia?
– Debería dejar de prestar atención a los cotilleos del pueblo, Allardyce -le dijo.
– ¿Está diciendo que su padre no sufrió? ¿Que no fue ésa la razón por la que no pudo pagar el alquiler de la granja?
Phinn no tenía la menor duda de que su padre habría dado a entender que ésa era la razón por la que no podía pagar el alquiler, pero no era cierto. El alquiler había dejado de pagarse porque el dinero que ganaba su madre ya no entraba en casa.
– Lo que ocurriese entre mi padre y mi madre no es cosa suya, Allardyce.
– Si afecta a mi hermano, todo es cosa mía, señorita Hawkins -replicó él-. ¿Es que no lo ha visto? ¿No ha visto cómo está después de que su prima lo dejase plantado? No pienso dejar que otra Hawkins se acerque a él, así que váyase de mis tierras y no vuelva a pasar por aquí. Es la última vez que se lo digo. Si vuelvo a pillarla por aquí le pondré una denuncia…
– ¿Ha terminado?
– Espero no tener que volver a hablar con usted -dijo él-. Y deje a mi hermano en paz.
– ¡No sé qué ha hecho la gente de Bishops Thornby para merecer a alguien como usted, pero el día que el señor Caldicott le vendió la finca fue el peor día para este pueblo! -Phinn se volvió hacia su yegua-. Vamos, Ruby, tú eres demasiado buena como para tener que escuchar a este energúmeno.
Y después de decir eso, se alejó con la cabeza bien alta. Desgraciadamente, la yegua caminaba tan despacio que no pudo hacer la salida triunfal que hubiese querido, pero esperaba haber dejado al imbécil de Allardyce con un palmo de narices.
¡Pero qué ogro de hombre!
Al día siguiente Phinn no perdió el tiempo y, después de dar de comer a Ruby, se dirigió a Honeysuckle. Pero hacía tres meses que nadie atendía la granja y tuvo que admitir que no tenía buen aspecto.
Había piezas de maquinaria oxidada por todas partes y un triste aire de abandono. Si su padre viviera habría reparado esas piezas y las habría vendido. Si su padre viviera…
Intentando no pensar que algunas de esas piezas llevaban años allí, y no sólo desde el mes de octubre, Phinn fue a echar un vistazo al viejo establo. La cerradura estaba rota, pero como su padre había dicho tantas veces, riendo, allí no había nada que mereciese la pena robar de modo que ¿para qué arreglarla?
Que su sentido de la lógica fuese diferente al de la mayoría de las personas había sido parte del hombre al que Phinn adoraba. Ewart Hawkins nunca había sido perezoso, sencillamente tenía otros intereses.
El establo olía a humedad y abandono, pero hacía un día soleado, de modo que Phinn abrió las puertas y se puso a trabajar. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ruby, su tímida y encantadora Ruby, preferiría estar en el viejo establo que en cualquier otro sitio. Además, estaría mejor sola que con esos caballos jóvenes tan antipáticos. Y alrededor del establo había un campo por el que podía trotar. Estaba lleno de malas hierbas, pero no tardaría en limpiarlo y poner una cerca temporal.
Después de abrir las puertas para que se airease un poco, Phinn encontró una escalera de mano y pudo entrar en la casa por una ventana del segundo piso. Forzar la ventana no le fue difícil y, una vez dentro, miró con nostalgia la que una vez había sido su habitación.
También olía a moho y habían cortado el suministro eléctrico, de modo que tendría que vivir sin luz ni calefacción, pero estaba segura de que Mickie Yates le devolvería sus cosas. Mickie había sido un buen amigo de su padre y no le contaría a nadie que estaba allí en calidad de okupa… aunque el odioso de Tyrell Allardyce lo llamaría «allanamiento de morada».
Phinn se marchó de Honeysuckle intentando no pensar qué diría su madre si supiera cuál era su plan. Seguramente se quedaría horrorizada.
El jueves, Phinn seguía intentando decirse a sí misma que lo que iba a hacer estaba bien. Había ido a hablar con Mickie Yates y lo había encontrado en su taller, hasta los codos de grasa, pero con una sonrisa en los labios.
Y cuando le pidió prestada una de sus camionetas para llevar sus cosas de vuelta a la granja, el hombre se limitó a decir:
– ¿A las tres te parece bien?
– Me parece estupendo, Mickie.
Hacía una tarde sorprendentemente soleada y Phinn decidió dar un paseo con Ruby hasta el pueblo para que le mirasen las herraduras. Haría mucho más calor en la forja de Idris, de modo que se quitó los vaqueros y la camiseta y se puso un vestido sin mangas… pero cuando iba a salir se dio de bruces con Geraldine.
– ¿El sábado dejarás libre la habitación?
– Sí, no te preocupes. Ruby y yo nos iremos mañana mismo.
– ¿Ah, sí? Qué bien. En fin… espero que hayas encontrado algún sitio.
Como era prácticamente imposible esconder nada en un pueblo tan pequeño, Phinn sabía que no podría esconder su paradero durante mucho tiempo. Pero como su paradero estaba en las tierras de Tyrell Allardyce lo mejor sería no decir nada.
– Sí, he encontrado un sitio en el que vivir -le dijo.