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– ¿Se marcha? -le preguntó, señalando las maletas.

– Sí, me voy -respondió ella, beligerante porque no veía razón alguna para mostrarse amable con aquel ogro.

– ¿Y dónde piensa ir?

– Pues… -nerviosa, Phinn se dio la vuelta para mirar por la ventana.

– Espero no despertar mañana y encontrarla acampada frente a mi casa, señorita Hawkins.

Esa idea le pareció divertida y, sin darse cuenta, sonrió. Además, lo de «señorita Hawkins» era mejor que «las Hawkins».

– Si quiere que le sea sincera, no se me había ocurrido.

– ¿Pero?

– Pero nada. Y tengo muchas cosas que hacer, señor Allardyce. Gracias por pasar por aquí -le dijo, señalando la puerta.

– Usted necesita un sitio en el que alojarse y donde poder alojar a su animal…

– Se llama Ruby -lo interrumpió Phinn-. El «animal lleno de pulgas», como usted la llamó, es Ruby.

– Le pido disculpas -dijo Ty entonces. Y eso la sorprendió tanto que parpadeó varias veces, como si no hubiera oído bien-. Pero no puedo dejar que vuelva a la granja Honeysuckle…

– ¿Cómo sabe que pensaba ir allí?

– No lo sabía. Quiero decir, no lo sabía hasta que usted me lo ha confirmado.

– ¡Ah, qué listo! Mire, señor Allardyce -dijo Phinn entonces, respirando profundamente-. Sé que está enfadado conmigo, quizá para siempre, pero yo no sería un estorbo en la granja y…

– No, eso está fuera de la cuestión.

– ¿Por qué?

– Para empezar, no hay luz.

– No me hace falta, tengo muchas velas. Y como hace calor, tampoco necesito la calefacción.

– ¿Y si llueve y hay goteras?

– No hay goteras. He estado allí y…

– ¿Ha estado allí? ¿Sigue teniendo la llave?

– Sí y no -suspiró Phinn, percatándose de que estaba metiendo seriamente la pata-. Sí, he estado allí y no tengo la llave.

– ¿Y cómo ha entrado?

Podría mandarlo a la porra, pero aún seguía esperando convencerlo de que la dejase vivir en Honeysuckle.

– Entré por una de las ventanas -le confesó.

– ¿Se ha subido a una escalera…? -Ty Allardyce inclinó a un lado la cabeza, incrédulo-. ¿Quiere incluir allanamiento de morada a su lista de agravios?

– ¡Estoy desesperada! -exclamó Phinn-. Ruby no está bien, es muy mayor… -no pudo terminar la frase, emocionada, y se dio la vuelta para que no la viese llorar. Estaba dispuesta a echarlo de allí, pero también dispuesta a suplicarle si hacía falta.

Pero entonces, atónita, descubrió que no tenía que suplicarle. Porque Ty Allardyce dijo:

– Creo que podemos encontrar un sitio mejor para usted.

Esas cosas no le pasaban a la gente como Delphinnium Hawkins… al menos últimamente, de modo que lo miró boquiabierta. Ty Allardyce la detestaba.

Entonces, ¿por qué…?

– ¿Y para Ruby también? -le preguntó.

– Para Ruby también.

– ¿Dónde?

– En mi casa. Puede usted vivir con…

– ¡Un momento! -lo interrumpió Phinn-. No sé quién cree que soy, pero deje que le diga…

– ¡Por el amor de Dios! -exclamó él, irritado-. Aunque reconozco que tiene usted las mejores piernas que he visto en mucho tiempo… y que el resto tampoco está mal, yo tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que intentar seducir a una chica del pueblo.

¡Una chica del pueblo!

– ¡Ya le gustaría! -replicó Phinn, indignada. Pero, pensando en Ruby, decidió que no se lo podía permitir-. ¿Por qué quiere que viva en Broadlands Hall?

– ¿Podemos sentarnos?

Sus piernas se verían menos si estuviera sentada, pensó, dejándose caer en una de las sillas y señalando la otra con la mano.

– Hoy me ha hecho un favor por el que siempre estaré en deuda con usted -dijo Ty entonces.

– Bueno, yo no diría eso… -suspiró Phinn-. ¿Pero ve lo que puede pasar cuando uno se mete en unas tierras que no son suyas? No siempre tiene que ser algo malo.

– De no haber estado usted allí mi hermano podría haberse ahogado -murmuró Ty, apartando la mirada.

– Ash no sabía que no se debe nadar en esa zona del riachuelo, por lo visto.

– Pero usted sí sabía lo peligroso que era y, sin embargo, Ash me ha dicho que se lanzó de cabeza sin pensarlo un momento.

– De haber sido usted, seguramente no me habría tirado -intentó bromear Phinn. Y eso despertó una sonrisa en el estirado Tyrell Allardyce.

– Salvó usted la vida de mi hermano sin dudar un momento -siguió-, aun sabiendo que arriesgaba la suya.

– Bueno, me paré un momento para quitarme el vestido…

– No se me ha olvidado -la interrumpió él-. Y dudo que vaya a olvidarlo -luego carraspeó, incómodo-. Mi hermano ha perdido mucho peso, pero aun así es un hombre grande e imagino que no sería fácil para usted llevarlo hasta la orilla. Si hubiera empezado a luchar podrían haberse ahogado los dos… no quiero ni pensarlo.

– Pues no lo piense -suspiró ella-. Son cosas que pasan. Ash no estaba intentando suicidarse ni nada parecido.

– Yo sé que no era un intento de suicidio pero, por lo que veo, también usted se ha dado cuenta de que mi hermano es… muy vulnerable en este momento.

Phinn asintió con la cabeza. Sí, lo sabía.

– Sé que usted me echa a mí parte de la culpa, pero le aseguro que yo no pude hacer nada. No sabía que Leanne iba a romper con él como lo hizo.

– Sí, tal vez fue injusto por mi parte -asintió Ty-. Pero en fin… Ash me ha contado que no tiene usted trabajo ni sitio donde vivir y yo estoy en posición de ofrecerle ambas cosas.

¿Iba a darle una casa y un trabajo? Aquello era increíble.

– Mire, se lo agradezco, pero no quiero caridad.

– Es usted un poquito susceptible, ¿no? -suspiró él, irritado. Pero luego, al ver que tenía los ojos llenos de lágrimas, dio marcha atrás-. ¿No irá usted…? ¿Qué le pasa? ¿Está empezando a darse cuenta de lo que podría haber pasado en el riachuelo?

– No, no… mire, ¿puede volver a ser desagradable? Me entiendo mejor con usted cuando se porta como un ogro.

Ty sacudió la cabeza.

– ¿No tiene familia… alguien que pueda ayudarla?

– Mi madre vive en Gloucester, pero…

– Yo la llevaré allí.

– No, no quiero ir allí.

– Deje de discutir -le ordenó él-. No está usted en condiciones de conducir. Será más seguro que conduzca yo.

Aquel hombre era imposible.

– ¿Quiere dejar de decirme lo que tengo que hacer? Sí, estoy un poco… impresionada, pero no importa. Y no pienso ir a ningún sitio.

– Si no puedo llevarla a casa de su madre, tendré que llevarla a la mía.

– No pienso dejar a Ruby.

– Ruby estará perfectamente hasta mañana…

– ¡He dicho que no! Ruby irá conmigo donde quiera que vaya.

Ty Allardyce se quedó mirándola un momento, pensativo.

– Voy a hacer una taza de té.

De repente, Phinn soltó una carcajada. La situación era tan absurda…

– Perdone -se disculpó después-. Pero ya he tomado un té y no quiero más. Y, por favor, ¿puede aceptar que sé que está usted agradecido por lo que pasó esta mañana y olvidarse de ello de una vez?

– ¿Quiere que siga siendo el bruto que intentaba echarla de la finca?

Phinn asintió con la cabeza.

– Y yo seguiré siendo… la chica del pueblo. La chica del pueblo que cree que debería dejarme vivir en la granja hasta que la alquile.

– No.

– Pero es que tengo que irme de aquí mañana mismo. Geraldine quiere que deje libre la habitación y Ruby…

– Como le he dicho antes, eso no es un problema porque en Broadlands Hall hay sitio para usted y para Ruby. Por el momento el establo se usa como almacén, pero puede usted limpiarlo mañana.

– ¿Tiene agua?

– Claro.

– ¿Y hay más caballos?