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– Muy bien -asintió ella, levantándose a su vez. Pero le pareció que estaban demasiado cerca y dio un paso atrás, nerviosa.

– ¿Cómo se encuentra ahora?

– ¿Cómo me encuentro?

Ty tomó sus manos y la miró a los ojos.

– Parece que se ha calmado un poco.

– Sí, creo que se me ha pasado la impresión -le dijo. Sólo entonces se preguntó si se habría quedado tanto rato para estar a mano por si se desmayaba o algo parecido-. Es usted más amable de lo que imaginaba.

– Cuéntelo por ahí y tendrá que vérselas conmigo -bromeó Ty.

Y, después de decir eso, salió de la habitación sin decir una palabra más.

Atónita, Phinn se acercó a la ventana. Allí estaba, no lo había soñado. Tyrell Allardyce estaba en la puerta del establo, hablando con Geraldine Walton. Y Geraldine estaba sonriendo como nunca. Jamás la había visto tan animada.

De modo que tendría que añadir «encanto» a la lista de cualidades de su nuevo jefe, pensó. Ty y Geraldine entraron en el establo y, un minuto después, aparecieron de nuevo, cada uno con una bala de paja en la mano, y procedieron a cargarlas en la camioneta.

Desde luego, era un hombre de palabra. Ya estaba llevando las cosas de Ruby antes de que ella se mudase a Broadlands Hall…

Ty Allardyce necesitaba una persona que le hiciera compañía a su hermano y lo tenía todo preparado incluso antes de ir a verla. El plan era, por lo visto, ir a visitarla y hacerle una oferta que no pudiese rechazar.

Que había sabido que ella iba a decir que sí de antemano era evidente. Muy eficiente, desde luego. Un poco sorprendida, Phinn bajó al establo para ver a Ruby cuando la camioneta de Ty desapareció por el camino… y se encontró con Geraldine.

– No me habías dicho que te ibas a mudar a Broadlands Hall.

Phinn no sabía qué decir. Desde luego, no pensaba contarle que iba a ser la acompañante de Ashley Allardyce. Pero tampoco quería despedirse de malas maneras.

– Espero no haber olvidado mi trabajo como secretaria -contestó-. Bueno, voy a ver cómo está Ruby.

La yegua se acercó a ella en cuanto la vio y Phinn le contó que se mudarían al día siguiente a un sitio con un corral precioso. Ruby acarició su cuello, agradecida, y Phinn se relajó por primera vez en muchos meses.

Quince minutos después se le ocurrió que Ty ya habría tenido tiempo de decirle a su hermano que, a partir del día siguiente, ella viviría en la casa y, después de despedirse de Ruby, subió a su habitación y marcó el número de Broadlands Hall, esperando que Ash contestase. Pero se quedó sorprendida al oír la voz de Ty.

– Ah, hola, Ty… señor Allardyce -lo saludó, nerviosa.

– Llámame Ty. ¿Querías hablar con Ash?

– Si no te importa.

Un minuto después, Ash se ponía al teléfono.

– Iba a llamarte yo para darte las gracias por salvarme la vida. No tuve oportunidad esta tarde, pero…

– No te preocupes -lo interrumpió ella-. Ty pasó por mi habitación para darme las gracias en tu nombre. Supongo que te habrá contado que me mudo a Broadlands Hall mañana mismo.

– Y yo me alegro mucho de que mi hermano te haya invitado a venir, por cierto.

– ¿Entonces no te importa?

– ¡No, por Dios! Ty ha sugerido que limpie el establo mañana a primera hora.

– No, no, lo haré yo, no te preocupes. Lo que necesito es que alguien venga a buscarme mañana porque no tengo coche.

– ¿Te parece bien a las nueve?

– Me parece estupendo.

Phinn se fue a la cama esa noche un poco mareada. Cuántas cosas habían pasado ese día. Había tenido que sacar a Ash del riachuelo, su hermano le había ofrecido una casa, un trabajo y un sitio para Ruby… desde luego, aquel día había estado lleno de sorpresas.

Curiosamente, sin embargo, era Ty Allardyce en quien no dejaba de pensar. Podía ser antipático, tirano incluso, pero también podía ser amable y considerado. Un hombre complejo, desde luego.

Recordó entonces cómo había tomado sus manos… y el escalofrío que eso la había hecho sentir.

«No seas tonta», se dijo a sí misma. «Piensa que vas a tener una casa en la que vivir y un sitio para Ruby. Eso es lo único importante».

Desde su punto de vista, las cosas no podían ir mejor. Desde luego, lo de volver a la granja había sido una idea absurda. Ruby y ella estarían mucho mejor en Broadlands Hall. Sí, eran muy afortunadas.

Pero entonces, ¿por qué se sentía tan inquieta?, se preguntó. Como si algo… como si algo no encajase del todo.

CAPÍTULO 4

PHINN se levantó mucho antes de las nueve y, después de atender a Ruby, se dedicó a doblar sus mantas, colocar los arreos y limpiar el cajón para que Geraldine no pudiera quejarse de nada. Pero, aunque sabía que el establo de Broadlands Hall sería adecuado, quería comprobarlo antes de llevar a Ruby allí.

Poco después de las nueve, Ash la encontró esperando en la puerta. Parecía horriblemente cansado, pensó, como si no hubiera pegado ojo en toda la noche.

– ¿Lista? -le preguntó, con un intento de sonrisa.

– La verdad es que hay muchas cosas que guardar -se disculpó ella.

Casi habían terminado de cargar la camioneta cuando Geraldine apareció en la puerta y Phinn hizo las presentaciones de rigor.

– Tú te encargas de gestionar la finca, ¿verdad? -le preguntó ella.

– Algo así -murmuró Ash, mientras guardaba la última maleta-. ¿Queda algo más?

– No, ya está todo. Vendré más tarde a buscar a Ruby, Geraldine.

– No te preocupes, yo me encargo de ella. No hace falta que te des prisa.

Un minuto después, Ash y Phinn se dirigían a Broadlands Hall. De modo que su trabajo había empezado…

– ¿Ty ha vuelto a Londres? -le preguntó, más por entablar conversación que por verdadero interés por su hermano.

Pero Ash se volvió hacia ella para mirarla con lo que sólo podía describirse como una «mirada conspiradora».

– ¿Te llamó por teléfono antes de irse?

¿Pensaría Ash que Ty y ella…? No, imposible. Pero como no podían decirle cuál era la verdadera razón por la que iba a vivir en Broadlands Hall…

Phinn abrió la boca para decirle que entre Ty y ella no había nada, pero decidió guardar silencio. Y luego se alegró de no haber dicho nada. Ty saldría con chicas guapísimas en Londres, chicas ricas y sofisticadas, nada parecidas a ella.

Ash la llevó directamente al establo y se disculpó mientras señalaba el desorden.

– Debería haberlo limpiado antes de que llegases, pero… al final no me dio tiempo.

– No te preocupes, entre los dos no tardaremos nada.

En el interior había un montón de cajas y antiguos aperos, además de una vieja mesa de cocina y otros muebles, pero el establo era más que adecuado. En cuanto lo hubiesen limpiado un poco, sería una residencia de lujo para Ruby.

– Bueno, hora de ponerse a trabajar.

– ¿No quieres ver antes tu habitación?

– No hace falta, seguro que me gustará. ¿Te importa ayudarme un momento?

Ash empezó a mover cajas con cierta desgana pero luego, poco a poco, fue animándose.

– No, deja eso ahí -le ordenó, cuando intentaba mover un viejo mueble de cocina-, ya lo haré yo. De hecho, deberíamos tirar todo esto a la basura.

¿Tirarlo? Qué sacrilegio. Phinn sacó su móvil y marcó el número de Mickie Yates.

– Mickie, soy Phinn.

– No he olvidado tu voz -rió el hombre.

– Mira, ahora mismo estoy trabajando en Broadlands Hall y hay un montón de muebles todavía en buen uso… ¿conoces a alguien que necesite muebles de cocina?

– Llegaré dentro de una hora.

– Estupendo.

Después de colgar, Phinn guardó el teléfono en el bolsillo y se volvió hacia Ash, que la miraba con cara de sorpresa.