Выбрать главу

– ¿Por ejemplo?

Miró de soslayo a Bliss:

– Para empezar, una mujer.

– Todo hombre quiere una mujer.

– Quizá debí decir una esposa.

– ¿No quieres casarte?

Charles parecía estupefacto.

Una expresión cínica apareció en el semblante de Tom:

– Hace un año, me comprometí con una mujer a la que conocía hacía mucho tiempo. El sábado que viene, se casará con otro hombre. Tendrás que perdonarme si, en este momento, mi opinión sobre el bello sexo no es demasiado elevada.

Charles le demostró cierta simpatía y susurró:

– Maldición, eso es duro.

En tono áspero, Jeffcoat comentó:

– Las mujeres son volubles.

– No todas.

– Es natural que digas eso, pues en este momento estás hechizado.

– Bueno, Emily no lo es.

– Yo creía lo mismo de Julia. -Lanzó una risa amarga y miró adelante-. Creí que la tenía asegurada, garantizada y que era mía, hasta que una tarde entró en la herrería y me anunció que rompía nuestro compromiso para casarse con un banquero llamado Jonas Hanson, quince años mayor que ella.

– ¿Un banquero?

– Así es. Heredó dinero… montones de dinero.

Charles digirió la información mirando a Tom con disimulo, mientras este contemplaba, pensativo, las grupas de los caballos. Por un rato, ninguno de los dos habló hasta que Tom dejó escapar un pesado suspiro y se reclinó:

– Bueno, tal vez haya sido mejor que lo descubriera de antemano.

– ¿Por eso viniste aquí? ¿Para alejarte de Julia?

Tom echó una mirada a Charles y dibujó una sonrisa lánguida.

– No estaba seguro de contenerme y no irrumpir en su dormitorio, tirar de la cama al viejo "Sacos de dinero" y ocupar su lugar.

Bliss rió, se rascó la mejilla barbuda y admitió:

– Para serte sincero, yo también pienso en dormitorios, últimamente.

Sorprendido, Jeffcoat miró interrogante a su nuevo amigo. ¿Cómo era posible que un hombre se sintiera atraído por una muchacha que se vestía como un herrero, olía a caballos y quería ser veterinaria? La curiosidad lo impulsó a preguntar:

– ¿Y ella?

Bliss lo miró con calma.

– ¿Qué?

– ¿Piensa en dormitorios?

– Por fortuna, no. ¿Y tu Julia, lo hacía?

– Creo que en ocasiones se sintió tentada, pero nunca llegué más allá de las ballenas del corsé.

– Emily no usa corsé.

– No me sorprende. Claro que con ese delantal de cuero, no lo necesita.

Rieron juntos otra vez y siguieron andando en silencio unos minutos. A la larga, Tom comentó:

– Esta es una conversación de lo más extraña. Allá, en Springfield, yo tenía amigos que conocía de muchos años y no podía conversar con tanta facilidad.

– Sé a qué te refieres. Yo nunca he hablado de este tipo de cosas con nadie. De hecho, creo que un caballero no debería hacerlo.

– Tal vez no, pero aquí estamos, y no sé qué pasará contigo, pero siempre me he considerado un caballero.

– Yo también -admitió Charles.

Charles observó las nubes y dijo:

– Bueno, digámoslo de este modo… no me gustaría que Emily descubriese lo que digo. Pero, por otra parte, es bueno saber que a otros hombres les pasa lo mismo cuando están comprometidos.

– No te preocupes. Nunca lo descubrirá por mí. Si quieres saber la verdad, tu mujer me asusta un poco. Es una fiera y no quiero enfrentarme a ella más de lo necesario. Sin embargo, de algo estoy seguro: con semejante mujer, la vida jamás será aburrida.

Cuando llegaron al aserradero, Charles lo presentó como su nuevo amigo Tom Jeffcoat y estaba diciendo la verdad. El resto del día y los que siguieron, mientras trabajaban hombro a hombro, la espontaneidad que había entre ellos fue convirtiéndose en un sólido vínculo de amistad.

Desde el principio, Charles hizo todo lo posible por suavizar la adaptación de Jeffcoat en el pueblo, entre personas que no conocía. En el aserradero, convenció bromeando al dueño, Andrew Stubbs y su hijo Mick, de que vendiese la madera a Tom por un precio mejor. En el pueblo, lo llevó personalmente a la ferretería de J. D. Loucks y lo presentó a los vecinos mientras Tom compraba clavos. Comenzaron juntos a construir el armazón del establo, y cuando el esqueleto de las paredes y los cabrios del techo estaban tendidos en el suelo, Charles fue hasta la calle Maine y regresó con nueve vecinos dispuestos a ayudar a levantarlos. Fueron con él el carnicero, Will Haberkorn y su hijo Patrick, los dos aún con los delantales blancos manchados. Con ellos fue Sherman Fields, el padre de Tarsy, un sujeto agradable y vivaz con el cabello peinado con raya al medio y un bigote fijado con cera. También estaba Pervis Berryman y su hijo Jerome, que compraba y vendía cueros, y hacía botas y baúles. El robusto polaco Joseph Zollinski, ebanista, al que Tom reconoció por haber visto en la iglesia. J. D. Loucks apareció con Helstrom, el propietario del hotel, que dijo a su huésped:

– Usted me apoya a mí, yo a usted.

Y Edwin Walcott, en una genuina manifestación de bienvenida, cruzo la calle. Charles presentó a Tom a todos los que aún no lo conocían y organizó una bienvenida pronta y sincera, que adoptó la forma de ayuda para levantar las paredes.

Loucks había llevado cuerda nueva de su tienda, y minutos después de que el grupo se reuniera, los músculos se tensaron bajo el sol estival. Al acercarse el final del día, el esqueleto de la construcción se recortaba contra el cielo del atardecer.

– No sé cómo darte las gracias -le dijo Tom a Charles cuando todos se habían ido y quedaron solos, levantando la vista hacia los ángulos agudos del tejado.

– Los amigos no necesitan agradecimientos -respondió con sencillez.

Pero, de todos modos, Tom palmeó el hombro del amigo:

– Este amigo lo agradece.

Mientras recogían las herramientas, Charles dijo:

– Fannie insiste en dar una fiesta de compromiso para Emily y para mí, el sábado por la noche. Tal vez sea justo lo que necesitas para olvidar esa otra boda que va a realizarse allá, en el Este. ¿Vendrás?

Tom pensó negarse, en beneficio de la señorita Walcott. Pero las noches eran largas y solitarias, y estaba ansioso por relacionarse con gente joven, entre los cuales estarían sus futuros clientes. Y lo más importante, Charles, su amigo, también formaba parte. Quería ir, fuese en la casa de Emily o no.

Con una mueca, preguntó:

– ¿Irá Tarsy Fields?

Charles le dirigió una sonrisa de hombre a hombre:

– Con que Tarsy, ¿eh?

Tom se concentró en cerrar bien el barrilete de clavos.

– Hay veces en que un hombre recibe un mensaje de una chica en cuanto la conoce. Creo que yo he recibido uno de Tarsy.

– Es un regalo para la vista.

– En efecto.

– Y divertida.

– Así parece.

– Y tan cabeza hueca como quedará ese barril de clavos cuando terminemos el cobertizo.

Jeffcoat rió con ganas, palmeó el hombro de Bliss y declaró, enfático:

– ¡Diablos, Bliss, me agradas!

– ¿Lo suficiente para asistir el sábado a la noche?

– Desde luego -afirmó Tom, esperando que él y Emily Walcott pudiesen comportarse civilizadamente el uno con el otro.

A la mañana siguiente, Tom y Charles comenzaron a cerrar el techo y los lados del establo, pero el día siguiente lo dedicaron a la iglesia, que se encontraba en una fase similar de construcción. Eso fue, más que ninguna otra cosa, lo que ganó a Tom la aprobación de las señoras del pueblo. Comentaban en las aceras que, teniendo su propio edificio a medio hacer, el joven donaba un día entero para ayudar a levantar la nueva iglesia. ¡Ese era un ejemplo para que lo siguieran los más jóvenes!