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Algunas de las chicas se ruborizaron y se taparon la boca. Tom echó una mirada a Emily y la sorprendió observándolo. Los dos parecían islas de quietud en medio de la jarana que los rodeaba, mientras la atención de todos estaba fija en el juego. ¿Cuánto tiempo? ¿Un segundo? ¿Cinco? El suficiente para que Tom Jeffcoat verificase que lo que percibió esa tarde entre los dos no era producto de su propia imaginación. Ella también lo sentía y hacía lo posible para evitarlo. Tom ya había estado enamorado y reconocía las señales de advertencia. Fascinación. Vigilancia. Deseos de tocar.

Charles reía junto a Emily y esta apartó la vista con forzada indiferencia. También Tom volvió la atención al desarrollo del juego.

Ardis estaba encaramada en las rodillas de Mick, que tenía el rostro rojo de contener la risa.

– Chilla, cerdo, chilla -ordenó la muchacha. Mick lo intentó, pero le salió más un resoplido que un chillido. Todos rieron entre dientes.

– ¡Shh!

– ¡Chilla, cerdo, chilla!

Esta vez, Mick logró emitir un chillido agudo que hizo estallar en carcajadas a todos los presentes, aunque Ardis no pudo identificarlo.

– ¡Chilla, cerdo, chilla!

El tercer intento de Mick fue una obra maestra: alto, agudo, porcino. Pero, por desgracia para él, cuando terminó todos los presentes reían tan fuerte que perdió el control y reveló su identidad.

– ¡Es Mick Stubbs! -exclamó Ardis, quitándose la venda-. ¡Lo sabía! ¡Ahora tú tienes que ponerte esto!

Mick pesaba poco menos de cien kilos. Tenía una enmarañada barba castaña y brazos más gruesos que los muslos de la mayoría de los hombres. Tenía un aspecto cómico con la venda en los ojos, mientras lo hacían girar y se abría paso, tanteando, hasta el regazo de Martin Emerson, otro de los invitados con barba. Era imposible no participar de la hilaridad a medida que avanzaba el juego. A todos les encantó. Martin Emerson tocó a Tarsy, esta a Tilda Awk, Tilda a Tom, y este a Patrick Haberkorn y, en el trayecto, se descubrió que reía como todos. Registró el momento en que también Emily comenzaba a divertirse. Vio que la resistencia al juego se derretía cuando el humor se hizo contagioso. Vio su primera sonrisa, oyó la primera carcajada, admiró el semblante risueño, una faceta de ella que pocas veces había visto. Emily sonriente era un recuerdo para conservar. Pero siempre estaba Charles junto a ella, Charles, al que estaba prometida.

Después de "Chilla, cerdo, chilla", todos votaron por hacer una pausa y volver a llenar las copas de ponche.

Durante la pausa, Tarsy monopolizó a Tom y este se dejó monopolizar, aliviado de apartar la atención de Emily Walcott. Tarsy era una bella muchacha, divertida y vivaz. Resolvió que lo mejor que podía hacer por sí mismo era disfrutar de ella y olvidar lo relativo a esa tarde, el favorecedor peinado de Emily, lo hermosa que estaba con el vestido malva y las miradas que intercambiaron en la sala llena de gente.

– ¡Tom, ven aquí! ¡Tengo que hablar contigo! -Excitada, Tarsy lo apartó y le dijo en tono secreto-: ¿Harías algo por mí?

– Puede ser. -Le sonrió provocativo y sorbió la bebida-. Depende de qué cosa sea.

– ¿Serías el primero conmigo en el próximo juego?

– Depende.

– Es "Pobre Pussy".

Sonriente, Tom contempló la expresión ansiosa. Conocía el juego. Estaba cargado de insinuaciones e incluía cierto grado de toqueteo y no se le escapó el motivo subyacente de la muchacha para incluirlo.

– ¿Y quién será el "Pobre Pussy", tú o yo?

– Yo. Tú, lo único que tienes que hacer es sentarte en una silla y tratar de mantenerte serio mientras yo hago todo lo posible para hacerte reír.

Bebió otro sorbo de coñac, contempló los ávidos ojos castaños y pensó que no habría mejor modo de demostrarles a todos, incluido Charles, que Tarsy era la que despertaba su interés.

– De acuerdo.

Tarsy rió y, tomándolo del brazo, lo llevó a la sala para reanudar la diversión.

– ¡Venid todos, vamos a jugar a un nuevo juego: se llama Pobre Pussy!

Los invitados regresaron ansiosos, de un humor más festivo a causa del coñac y también del éxito del primer juego. Cuando todos se sentaron en círculo otra vez, Tarsy explicó:

– El objetivo de "Pobre Pussy" es no reír, para las dos personas que juegan. Yo seré una gata y elegiré a cualquiera con el que quiera jugar. Lo único que puedo decir es "miau", y sólo puede decir "pobre Pussy" la persona a la que se lo diga. No podemos hablar más que tres veces. Cualquiera de los dos que se ría tiene que pagar una prenda que el otro elija, ¿de acuerdo?

Los presentes lanzaron murmullos de aprobación y se acomodaron en las sillas esperando más diversión.

La dueña de casa continuó:

– Por supuesto, todos podéis decir lo que queráis: podéis aguijonear, provocar y hacer cualquier sugerencia que se os ocurra. Empezamos.

"Pobre Pussy" era tan elemental que su misma simpleza lo hizo triunfar. Tarsy se puso a gatas e hizo un mohín felino que hizo reír a todos. Arqueó la espalda, rozó las rodillas de varios espectadores hasta que, al fin, adoptó una postura suplicante a los pies de Tom. Agitó las pestañas y lanzó un lastimero: "Miau". Los observadores rieron y Tom, cruzado de brazos, la consoló:

– Pobre Pussy.

A la izquierda de Tom, Patrick lo codeó y bromeó:

– Puedes hacer algo mejor que eso, Jeffcoat. ¡Acaríciale un poco la piel!

Si hablaba, tendría que pagar una prenda y, entonces, Tom la miró otra vez con la cabeza ladeada, como si se hubiese renovado su interés.

Tarsy repitió un doloroso y felino Miau. Actuó como una gata cautivante frotándose contra la rodilla de Tom y haciendo un atractivo mohín.

– Parece que la pobre gatita ansia que le presten atención -improvisó Haberkorn.

Tom se estiró para palmear la cabeza de Tarsy, le rascó bajo la barbilla y pasó las yemas por el cuello.

– Poooobre Pussy -se condolió.

No corría riesgo de reír, pero el hoyuelo en la mejilla se ahondó y la boca formó una semisonrisa, que era una burla disimulada.

Los otros captaron el espíritu del juego y redoblaron esfuerzos para hacer reír a alguno de los dos.

– ¡Quién ha dejado entrar aquí a esa gata sarnosa!

– ¡Eh, gata!, ¿dónde está tu caja de aserrín?

Tarsy estaba maullando y frotando la oreja contra la pierna de Tom cuando Charles exclamó:

– ¿Nadie tiene un ratón para alimentarla?

La muchacha estalló en carcajadas, seguida por todos los presentes. Se quedó arrodillada en el suelo con la cabeza floja, demasiado dominada por la risa para poder levantarse y demasiado divertida para desear hacerlo. Tom la tomó del brazo, disfrutando mucho, y los dos se pusieron de pie.

– Bueno, ya habéis oído a Tarsy. Tiene que darme una prenda.

Sí, una prenda. Cualquiera de los presentes podía percibir el romance que comenzaba a florecer.

En el centro del círculo, Tom tenía del codo a Tarsy y la contemplaba con lascivia burlona.

– ¿Cuál será, gatita? -preguntó, para diversión de todos.

Le arrojaron dos sugerencias al mismo tiempo.

– Que pase la noche en el escalón del porche trasero.

– Que se bañe… ¡como los gatos!

Tom sabía bien qué era lo que Tarsy esperaba. Posó la vista en los labios de la muchacha… bellos labios llenos, rosados, un poco entreabiertos. Sin duda, un beso reafirmaría en las mentes de todos los que estaban ahí en qué sentido soplaba el viento para Tom Jeffcoat. Pero esta era la fiesta de Tarsy: si quería empezar por prendas arriesgadas, tendría que instigarlas ella misma.

– Tráiganle un plato con leche -ordenó, sin soltarla, viendo cómo se ruborizaba.