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Eso de ninguna forma era una respuesta a lo que ella le había dicho, por lo que lo miró con los ojos muy abiertos… ¿le habría pedido que viniera aquí tan sólo para mirarla de nuevo y confirmar si era hermosa?

– Mi padre…

– Ah, sí -le dijo él, pero en apariencia seguía sin prisa alguna, mientras sus ojos recorrían lentamente la belleza de la boca perfecta.

– Él… está terrible -comprendió que se había equivocado al decirle esas palabras, al escuchar su respuesta.

– Lo contrario habría que decir de usted.

Era obvio que, por algún milagro, no se notaban las noches que había pasado sin dormir, pero de todas formas no quería que la discusión se centrara en ella.

– Él está muy… molesto.

– Entonces ya somos dos -afirmó él con tono seco.

– Lo… siento.

– Me pregunto qué tanto lo siente.

Lo miró. Era cierto que no podía decir con toda sinceridad que simpatizara con Grant Harrington y ese sentimiento evidentemente se observaba en sus ojos al mirarlo, pues de repente la tranquilidad que había mostrado hasta ahora desapareció al decirle:

– El viernes usted me dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para salvar a su padre -le recordó, aunque no era necesario hacerlo. Lo había dicho y fue sincera-. ¿Sigue pensando lo mismo?

– Claro que sí -le contestó enseguida, sintiéndose llena de esperanza-. Haré cualquier cosa. Sólo dígame qué desea.

– Para comenzar puede llamarme Grant -añadiendo con una sonrisa burlona-: Su padre me llama así.

– Sí, por supuesto -le dijo forzando una sonrisa-. Haré cualquier cosa… Grant.

– Bien -le contestó él, pero sin que desapareciera de su boca la sonrisa burlona-. ¿Cuándo puede usted cambiarse para acá?

– ¿Cambiarme… para acá?

– Le estoy pidiendo que venga a vivir conmigo -le aclaró con toda frialdad.

Devon no trató de ser torpe, pero como desde el primer momento él le había demostrado lo que pensaba de ella, en ningún momento pensó otra cosa más que lo que se le vino a la mente.

– ¿Como su… ama de llaves? -acostumbrada como estaba a manejar la casa de su padre sin mucho problema, no creía que le costaría mucho trabajo hacer lo mismo con la de Grant Harrington, a pesar de que era una casa grande.

La forma lenta en que él movió la cabeza de un lado a otro le mostró que se había equivocado.

– Tengo una persona que viene de lunes a viernes y estoy completamente satisfecho con ella -le dijo mirándola con fijeza, mientras ella pensaba que con seguridad deseaba que le hiciera la limpieza los sábados y los domingos-. Además, no es ese tipo de trabajo en particular lo que le estoy pidiendo que haga.

¿Entonces a qué tipo de trabajo en particular se refería? se preguntó, dándose cuenta de que, en forma muy velada, él estaba diciendo que pensaba que ni siquiera sabría cómo manejar una escoba. De repente, lo comprendió. Sólo podía querer decir una cosa, por lo que, sorprendida, le dijo:

– ¡Quiere decir… quiere decir que quiere casarse conmigo! -gritó y su exclamación mostró sin duda alguna que la idea de casarse con él le horrorizaba y que, además, no pensaba casarse con nadie.

– ¿Casarme con usted? -exclamó, mostrándose tan sorprendido como ella-. ¡Cielos! ¡Ya estoy pagando lo suficiente sin tener que cargar con usted para siempre!

Después de ese comentario poco halagador, él le preguntó:

– Aparte del hecho de que el matrimonio entre nosotros sería algo que ninguno de los dos soportaría… ¿qué tiene usted contra la vida matrimonial?

– Yo no… tengo nada… en contra -negó Devon vacilante-. Pero… -se detuvo.

Antes de la operación, estaba por completo segura de que nunca se casaría. Sin embargo, después, durante las largas horas en el hospital, llegó a la feliz conclusión de que si se llegaba a enamorar y alguien la quería lo suficiente para casarse con ella, lo haría. Pero para eso tendría que esperar hasta que estuviera por completo segura de que la cadera sanaría. Si había un retroceso en su estado entonces nunca…

– ¿Pero? -insistió Grant-. Normalmente usted puede inventar las mentiras con más rapidez… ¡no me diga que está fallando!

– Debe usted saber… -en el momento en que comenzaba a contestarle, comprendió de repente lo que él había querido decirle y sintió que se sonrojaba con intensidad. Al rechazar la idea de casarse con ella, pero añadiendo después, "le estoy pidiendo que venga a vivir conmigo", con toda seguridad que quería decir…

– Normalmente usted no se sonroja cuando está inventando una de sus grandes mentiras y créame que apenas puedo esperar a escuchar ésta. No me mantenga intrigado, vamos, Devon, cuénteme sobre ese gran "pero" que tiene en contra del matrimonio.

– Yo… este… es decir… -comenzó a decirle, pero no sabía cómo seguir. ¿No se habría equivocado?-. No puedo… soñar en casarme hasta que…

– No se detenga, ¿hasta qué? -le preguntó con tono de burla, seguro de que le diría una mentira.

– Hasta que no sea dada de… -¿él no podía estar pensando lo que ella creía? ¡Si ni siquiera le agradaba!-, de alta por mi médico.

Las carcajadas que lanzó una vez que ella terminó de hablar, le indicaron con toda claridad que pensaba que nunca había sentido sobre ella el bisturí de un cirujano.

– ¡Oh, Dios! -gimió-. Ya no es necesario que me de más información. ¿Pensaba contarme todos esos deliciosos detalles, como el número de puntadas que le dieron?

No esperó por su respuesta, fue directo al grano y dijo con tono desdeñoso.

– Ya que no pensamos casarnos, no será necesario que espere el regreso de su médico de las vacaciones para darme la respuesta -y por si acaso había olvidado cuál fue su pregunta, le ofreció dos alternativas-. ¿Va su padre a la cárcel… o viene usted a vivir conmigo?

Ahora comprendía con perfección lo que quería decir, pero se aferró a una última esperanza de que lo hubiera malinterpretado.

– ¿Cómo su… esposa… sin matrimonio?

– Vaya, al fin -le contestó, al parecer divirtiéndose mucho-. ¡Sabía que era tan inteligente como parecía!

La primera reacción de Devon, al comprender que no se había equivocado, fue pensar que no, no, no, ¡no podía hacerlo! Pero, aunque en su interior estaba pensando cómo era posible que ese cínico y canalla esperara que ella se acostara con él, otra parte de su ser estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio con tal de salvar a su padre eso la obligó a quedarse sentada en el sofá, ¡a pesar de que todos sus instintos le indicaban que se levantara y saliera de esa casa!

Tratando de no escuchar aquella voz interior que le decía que no podía hacerlo, le preguntó con frialdad.

– ¿Durante… cuánto tiempo sería? -casi perdió el control al ver cómo su mirada le recorría todo el cuerpo, mientras pensaba la respuesta; de inmediato, añadió-: Sabiendo que usted no desea soportarme de forma permanente, ¿puedo suponer que mi… residencia… aquí será durante un tiempo determinado?

Pensó que tendría que haber algo en su rostro, en su figura, que había hecho que la deseara. Oh, Dios, no podría hacerlo, pensó al ver cómo la contemplaba, sin apresurarse en contestarle.

– Quiero decir, ¿cuánto… tiempo, normalmente, necesita usted para aburrirse de sus… mujeres?

La forma burlona en que la miró la hizo comprender que pensaba que estaba fingiendo toda esa turbación.

– Una semana -le dijo despacio, haciéndola confiar que sólo tendría que estar con él durante ese tiempo. Después, para atormentarla, añadió-: Algunas veces un mes -lo odió más, pues sabía que si le decía un año, de todas formas no estaba en situación de protestar-. Sin embargo, como usted será la primera mujer que venga a vivir a mi casa, puede ser que no tarde tanto.

El que un hombre le dijera que una vez que la hiciera suya el deseo que sentía por ella se desvanecería, que ya no la desearía más, la enfureció. ¡Ella no era juguete de ningún hombre, no era algo con lo que ningún hombre pudiera jugar! ¡No lo haría!