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Al recordar la situación de su padre, fue cediendo poco a poco el enfado, pero, al pensar que su padre había insistido en que Grant Harrington había sido muy justo con él, volvió a encenderse la ira.

– Mi padre lo respetaba -le dijo con violencia, poniendo todo el odio que pudo en esas palabras.

Pero lo único que consiguió fue hacer que Grant Harrington se levantara y le replicara con violencia:

– ¡Y yo lo respetaba mucho! -con voz cortante añadió-: No había un solo hombre en mi empresa a quien respetara más por su integridad que a Charles Johnston.

Se apartó de ella y de la chimenea y se dirigió al armario de las bebidas. Había una expresión inescrutable en su rostro, mientras se sirvió un poco de whisky y después, de repente, cambió la expresión del rostro, demostrando cansancio y algo en su interior le dijo que ese hombre, que había pensado era tan insensible, se había sentido profundamente lastimado por lo que había hecho su padre. ¡Se sintió asustada al pensar que cambiara de idea!

– Grant… -comenzó a decirle mientras se levantaba, sintiendo la necesidad de que él supiera que haría todo lo que quisiera.

Lo miró y tuvo la terrible sensación, por la dureza de su mirada, de que si le decía una sola palabra en el sentido de que estaba dispuesta a aceptar las condiciones que él fijara, su padre podría tener la posibilidad de evitar ir a la cárcel.

– Ya sabe cómo salir de aquí -le dijo con voz cortante.

Se sintió llena de desesperación, temerosa de hablar, temerosa de que esa expresión en su rostro significara que había perdido la única oportunidad que tenían ella y su padre. Y, sin embargo no podía irse… como lo deseaba Grant Harrington.

Él tomó un sorbo de whisky y después la miró y Devon comprendió que él sabía muy bien por qué no se había movido.

– Llámeme por teléfono el viernes -le dijo mientras se servía otro vaso.

Dejó la botella sobre la mesa con un golpe seco y en ese momento Devon comprendió que, a pesar de que deseaba quedarse y llegar a un acuerdo con él en ese momento, Grant Harrington quería que cuando se diera vuelta de nuevo, ya ella no estuviera allí. Sin decir una palabra más, abandonó la casa.

Capítulo 5

A la mañana siguiente, cuando se reunieron para desayunar ella y su padre, comprendió que habían dormido muy poco, por la apariencia de los dos.

No podía dejar de pensar en lo que le había dicho Grant Harrington: "Llámeme por teléfono el viernes". ¿Había querido decirle que le daba hasta ese día para que decidiera si se iba a vivir con él, o que entonces llamaría a sus abogados?

– Anoche te acostaste enseguida que llegaste -le dijo su padre mientras secaba los platos que ella acababa de lavar-. No me diste la oportunidad de preguntarle cómo había estado la película.

Por su propio bien, Devon tenía que mentirle y fingir que había ido al cine. ¡Le daría un infarto si le dijera en dónde estuvo y lo que se había hablado allí!

– He visto mejores películas en la televisión -le contestó.

Se sintió aliviada cuando él le dijo que pensaba ir a la biblioteca para entregar los libros que tenía y tomar otros. El tiempo que le llevaría eso le permitiría a ella hacer lo que deseaba.

– Si quieres estar de vuelta para la hora de la comida, es mejor que te marches ya.

– Sí, cuando voy allí pierdo la noción del tiempo, ¿no es cierto?- reconoció él haciendo un esfuerzo para sonreírle.

Media hora más tarde, después de verlo alejarse por la ventana de la sala, tomó el teléfono y marcó con dedos temblorosos el número de la empresa en la cual él había estado trabajando durante los últimos veinticinco años.

El conseguir hablar con la secretaria de Grant Harrington no fue difícil. Al decirle su nombre, sonrojándose profundamente, pensó que la eficiente empleada no habría olvidado las instrucciones que le había dado su jefe.

– Le aseguro que el señor Harrington está esperando mi llamada -le insistió cuando la secretaria le dijo con firmeza que podía dejar cualquier mensaje y que ella se lo daría.

Se quedó esperando, segura de que Wanda contaría hasta veinte y después le diría que el señor Harrington no deseaba hablar con ella.

– ¿Sí? -le preguntó una voz cortante que no esperaba oír.

– Oh… este… hola, señor Harrington… este… Grant -le respondió, luchando para encontrar las palabras adecuadas-. Soy Devon John…

– Ya lo sé.

– ¿Puedo ir a verlo?

– Estoy muy ocupado. Además, sólo hay una palabra que quiero oír de usted. No tiene que venir a verme, para decirme "sí" o "no".

– Yo… quería… preguntarle algo -sabía que no se encontraba en posibilidad de poner condiciones, pero el recuerdo del rostro agotado de su padre la hizo insistir-. Es muy importante.

Se produjo un largo silencio, durante el cual comprendió que él estaba pensando, al igual que ella.

– Tengo una junta en una media hora… pasaré por su casa.

El que no le hubiera colgado el teléfono antes de despedirse era una cortesía que no había esperado, se dijo. También le demostró con toda claridad que no quería que ninguno de la familia Johnston le manchara la alfombra de su elegante oficina. Pero el que le dijera que iría a verla era algo que nunca había pensado. Sin preocuparse por preguntarle si su padre se encontraba en la casa o no, venía a verla para discutir su terrible proposición.

Unos minutos después, se detuvo frente a la casa un coche elegante y, como sabía que el tiempo de Grant Harrington era muy valioso, estaba esperándolo en la puerta cuando él atravesó el jardín.

– Pase -lo invitó sin necesidad, pues él, sin hablarle, ya había entrado-. Vamos a la sala.

Una vez que entraron y sin siquiera sentarse le habló.

– Anoche le dije que mi padre está muy mal. Lo que deseaba pedirle, hablar con usted, era… este… la posibilidad de que usted le dijera que no pensaba acusarlo ante los tribunales.

Él la comprendió de inmediato.

– ¿Está queriendo decirme que si hoy tranquilizo a su padre su respuesta sería sí?

– Amo a mi padre -fue lo único que le contestó y sintió deseos de golpearlo cuando le contestó con sarcasmo.

– ¡Qué pena me da!

No le respondió de inmediato y sintió todos los nervios en tensión al ver cómo sus ojos la recorrían y observó de nuevo aquella luz en su mirada que había visto en una ocasión anterior en su oficina.

– Venga acá. Dado lo que me va a costar esto, quisiera probar la mercancía antes de comprometerme a algo semejante.

Al parecer no lo obedeció con la suficiente rapidez, pues sus brazos largos se extendieron y la sujetaron con fuerza, acercándola contra él. Para besarla la alzó del suelo y en ese instante sintió un intenso dolor en la cadera que le hizo lanzar una exclamación de dolor y en el momento en que la besaba.

Grant Harrington la dejó en el suelo y la apartó, mirándola con frialdad mientras la amenazaba.

– Si no va a cooperar, es mejor que nos olvidemos de todo.

– Cooperaré -le dijo de inmediato, olvidando todos los temores que sentía por la operación-. Siento… mucho lo que acaba de pasar. Es sólo que… en ese momento estaba pensando en muchas cosas. Estaba…

– Si tan sólo me dice una palabra sobre ese cuento fantástico de su operación le haré tragar todas sus mentiras.

La forma agresiva en que le habló le demostró que Grant Harrington no estaba acostumbrado a que sus besos dejaran fría a una mujer. Reconociendo por primera vez que tenía cierto atractivo y que seguramente tenía muchas mujeres deseando sus besos, aunque desde luego no ella, le dijo enseguida:

– Ya me olvidé de esa… esa historia. La realidad es que me preocupa mucho lo que diré a mi padre… no tengo la menor idea de lo que voy a decirle cuando me vaya a vivir con…