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– ¿Qué es lo que normalmente le dice cuando se va a viajes de ese tipo?

– Yo… yo pensaré en algo -le replicó, ansiosa de volver a presentarle la solicitud de que le dijera a su padre que no tendría que enfrentarse a una acusación.

– Estoy seguro de que lo hará -le dijo sin la menor duda.

– Y usted… -vaciló y después continuó-: ¿Usted le hablará por teléfono?

– Hablaré con él.

Aún no se sentía tranquila y tenía otra cosa que preguntarle.

– ¡Puedo pedirle que… que no le diga… lo que hemos convenido?

La forma en que la miró la hizo comprender que no le iba a gustar lo que le diría.

– ¿Aún sigue pensando que usted es tan inocente como hacen creer esos grandes ojos de niña? -le preguntó y era evidente que no creía en su apariencia de inocencia. Eso la irritó, pero comprendió que no podía darse el lujo de provocarlo.

– ¿No piensan todos los padres que sus hijas son perfectas?

Antes de marcharse, él dijo con dureza.

– No seré yo quien destruya sus ilusiones.

Pero él no llamó por teléfono a su padre. Durante el resto del día, después de que Charles Johnston regresó de la biblioteca, Devon contestó sobresaltada el teléfono cada vez que sonaba. Transcurrió la comida, la hora del té y, poco después de que terminaron de cenar, sonó el timbre de la puerta. ¡Quizá fuera Grant!

– Abriré -le dijo su padre y, como ya estaba a mitad de camino hacia la puerta, Devon tuvo que dejarlo.

Sin embargo se sentía muy nerviosa para esperar tranquilamente, así que se levantó y lo siguió al vestíbulo, llegando en el preciso momento en que él abría la puerta y exclamaba:

– ¡Grant!

Él entró y, después de lanzarle una rápida mirada a ella, le dijo a su padre:

– Quisiera hablar un momento en privado con usted, Charles, si es posible.

Deseaba con desesperación enterarse de lo que hablaban en el comedor, a donde había llevado su padre a Grant. Incluso llegó a pensar en entrar con una bandeja con café para interrumpirlos y poder darse cuenta, por la expresión de sus rostros, cómo se desarrollaba la conversación. Le costó trabajo contener ese impulso.

Estaba segura de que su padre no le diría una sola palabra a Grant sobre su operación, pero temía lo que pudiera decir Grant.

Cuando finalmente se abrió la puerta del comedor, Devon se encontraba en el vestíbulo, pues no soportó quedarse sentada tranquila en la sala. ¡Una rápida mirada al rostro de su padre le hizo comprender que Grant Harrington había cumplido lo prometido!

Se sintió llena de felicidad al ver cómo en treinta minutos su padre se había quitado de encima una carga insoportable. Al ver la alegría que brillaba en sus ojos, comprendió que, cualquier cosa que Grant le hubiera dicho, no la había mencionado.

– Acompañaré al señor Harrington hasta la puerta, papá -le dijo al ver acercarse a los dos hombres.

Charles Johnston vaciló y después le sonrió, pensando, con seguridad, en la diferencia que había entre la actual Devon y aquella otra que nunca antes había acompañado a alguien hasta la puerta, para que no la vieran caminar cojeando.

– Lo dejo en tus manos -le dijo aún sonriente; estrechó la mano a Grant y entró en la sala.

Sintiéndose feliz al ver contento a su padre, Devon ni siquiera pensó en el precio que tendría que pagar por hacerlo feliz. Al llegar a la puerta principal, estuvo a punto de decirle palabras de agradecimiento a Grant, pero fue él quien habló primero.

– ¿Ya pensó en algún motivo que explique su ausencia de la casa? -le preguntó en tono suave.

– Este… no -le contestó y en ese instante Grant le avisó:

– Creo que no será necesario que busque una disculpa.

Devon no comprendió con exactitud lo que quería decirle, pero le sonrió y lo miró con ojos llenos de alegría y gratitud.

– Oh, gracias, Grant.

– Me imagino que puede decir "gracias" con más calor, ¿no es cierto? -le dijo con un leve tono de burla, pero mirándola fijamente al rostro.

Cuando los brazos de Grant se cerraron alrededor de ella y alzó el rostro para besarlo, comprendió que eso era lo que él deseaba. En esa ocasión no pudo quejarse de falta de cooperación, pues con todo gusto, aunque de forma inexperta, lo besó, agradándole cómo su boca le hizo abrir ligeramente los labios.

Estaba casi sin aliento cuando al fin él la soltó, pero estaba dispuesta a darle las gracias de nuevo. Ella pensó que, cuando le había dicho que no era necesario que buscara una disculpa, sólo podía referirse a una cosa… que Grant Harrington no sólo perdonó a su padre sino que era evidente que lo había pensado otra vez y que canceló por completo la deuda… esto quería decir que ya no era necesario que fuera a vivir con él.

– Esto ha estado mucho mejor -le dijo Grant-. Aunque estoy seguro de que podrá mejorarlo.

Su sonrisa comenzó a desaparecer.

– Yo… este… -tartamudeó sintiéndose como alguien que no sabe nadar y lo lanzan a unas aguas profundas. No estoy… este… segura… pensé que usted había querido decir que… que… lo que habíamos convenido quedaba cancelado -él no hizo el menor esfuerzo para ayudarla-. Que… -luchó para encontrar las palabras-, que no tendría que ir a vivir con usted.

Ahora fue él quien sonrió y no le gustó a Devon, pues no había sinceridad en esa sonrisa, mientras extraía del bolsillo del pantalón una llave.

– No soy tan filantrópico -fue directo al punto, dándole instrucciones-. Tengo que salir varios días en viaje de negocios, lo cual le dará el tiempo necesario para recoger su equipaje -mientras ella lo miraba sin poder creerlo aún, le ordenó-: Regresaré el viernes… ¡esté allí!

– ¿Que esté allí? -repitió y escuchó lo último que tenía que decirle antes de salir.

– Si no cumple lo que me prometió, Devon Johnston, no sentiré remordimiento alguno en cancelar lo que acabo de decir a su padre.

Despacio, Devon regresó a donde su padre se encontraba, esperándola con dos copas de jerez ya llenas.

– Esto requiere celebrarlo -le dijo con tanta felicidad que tuvo que sobreponerse a su tristeza. ¡Hoy era martes y estaba temblando y temerosa por lo que sucedería el viernes!

En los días siguientes, su padre le contó la conversación que había sostenido con Grant Harrington, dejándola sin aliento ante la ingenuidad del hombre y entonces pudo comprender con claridad el comentario que había hecho Grant y que ella malinterpretó.

Su padre le explicó que Grant estaba decidido a acusarlo pero, después, al pensar en los muchos años que había servido con lealtad a la empresa, y lo que hubiera pensado su padre, si mandaba encarcelar a su viejo amigo, comprendió que no podría hacerlo.

Lleno de alegría añadió que, aunque Grant le dijo que tenía que pensarlo muy bien antes de volver a darle su antiguo trabajo, había algo que podía hacer por él, para mantenerlo en la nómina y que nadie pudiera pensar que había dejado la empresa por algún problema.

Naturalmente su padre había aceptado la oportunidad; se trataba de un estudio de factibilidad en una zona alejada de Escocia. La idea era que después de que él terminara los estudios de costos, se decidiría si se montaba una planta allí. En apariencia Grant había pensado en él para el trabajo debido a su habilidad con las cifras.

– Por supuesto que esto es totalmente secreto -le había dicho Charles Johnston y Devon se vio obligada a sonreír. Sabía muy bien que Grant Harrington nunca abriría una planta en ese pueblo lejano de Invercardine.

Su padre siguió diciéndole las cosas que tendría que llevar con él y eso le hizo recordar que tendría que buscarle ropa de más abrigo. Pero, mientras lo escuchaba, en su mente se repetía la pregunta: ¿por qué era ese interés de Grant Harrington de enviar lejos a su padre?

– ¿Cuánto tiempo tendrás que estar por allá? ¿Te dijo algo sobre ello el señor Harrington? -le preguntó, sospechando algo.