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Se sintió dominada por el pánico al pensar que la trataría con rudeza, pero al llegar a la parte superior de la escalera el pánico se mezcló con la confusión al ver que no la llevaba al dormitorio en donde se encontraba la cama enorme, sino que la hacía entrar en la habitación que había seleccionado para ella.

– ¿Qué quiere decir esto? -le preguntó con tono cortante y soltándole la muñeca.

Perdió el equilibrio durante un momento y caminó unos pasos tratando de apartarse de él, pero, debido al dolor, lo hizo cojeando.

– Pensé que podría tomar esta habitación -después, haciendo un esfuerzo para no enfadarlo, añadió-: Es decir, si no le molesta.

No le dejó la menor duda de que sí le molestaba. Se dirigió con rapidez hacia el armario y abrió las puertas, diciéndole con ironía:

– Estoy seguro de que revisó todas las habitaciones de la casa -le señaló la ropa que había colgado, añadiendo-: Ahora tome todas esas prendas y llévelas al armario de mi habitación.

– ¿Es necesario que tenga que cambiar mis prendas? -le preguntó, tratando de que la comprendiera-. Quiero decir -añadió al ver que sólo recibió como respuesta una de sus miradas irónicas-. No es que… es decir… bueno, pensé que no habría problema si tuviera una habitación para mí. Tiene muchas vacías. Además… no creo que… quiera que me quede con usted toda la noche, ¿no es cierto?

– ¿Quién dice que no lo quiero?

– Prefiero dormir sola -le replicó, comprendiendo que no podría controlarse durante mucho más tiempo.

Nunca había sentido un odio tan intenso hacia nadie, cuando él le contestó con ironía:

– Apuesto cualquier cosa a que le dice eso a todos los jóvenes -de nuevo el tono de su voz fue duro, al darle la orden-. Cambie todas sus prendas.

Al parecer no le obedeció con bastante rapidez, pues sus largos brazos tomaron del interior del armario los pantalones, vestidos y faldas, lanzándoselos y recriminándole que en el pasado ya había realizado todos sus caprichos y ahora era el momento de que obedeciera lo que se le ordenaba.

Con los brazos llenos de ropa, se alejó de él y mientras caminaba cojeando ligeramente por el dolor que sentía, escuchó que él replicaba.

– ¡Mire lo que ocasiona el querer pasarse de lista!

Decidida a no cojear de nuevo, a pesar de comprender que eso tal vez le resultaría más doloroso, entró en la habitación que sabía era la de él no agradándole la forma en que se quedó parado, observando cómo colgaba su ropa.

– Parece que dejó todos sus vestidos de alta costura en su casa.

Sabía muy bien que algunos de sus vestidos se habían desteñido de tanto lavarlos, pero no era necesario su comentario; el hecho era que parecía determinado a molestarla. Eso era algo que no podía comprender, a menos que también a él le desagradara esta situación tanto como a ella… odiándose a sí mismo, pero determinado a llevarlo a cabo.

– ¿Por qué trajo sólo ese tipo de ropa… trata de que le compre algún vestido para que no me avergüence de que me vean con usted?

¡Se dijo que si le compraba siquiera un par de medias, se las enrollaría alrededor del cuello y tiraría de ellas… con fuerza!

– En ningún momento pensé que fuéramos a salir -le replicó y le costó trabajo no darle una bofetada cuando le dijo:

– ¡En realidad sus compañeros de cama han sido muy extraños! -fingió no darse cuenta de la mirada furiosa que ella le dirigió ante su implicación de que todo lo que ella había hecho con sus otros "compañeros de cama" era permanecer en ella y, después, sus ojos le recorrieron el resto del cuerpo añadiendo-: Tiene una grata apariencia para no avergonzarme de que me vean con usted -mientras aumentaba su enfado, añadió-: Puesto que yo no me avergüenzo con facilidad, la llevaré con lo que tiene puesto.

¡Canalla orgulloso!, pensó mientras salía de la habitación.

Tuvo que hacer varios recorridos hasta el dormitorio que hubiera preferido, pero que había sido rechazado por su majestad. Revisó un armario de cajones y pudo ver que él vació dos de ellos para que los usara.

Sin ninguna prisa de reunirse con él en el primer piso, pensando que ya que iban tal vez a salir a cenar, el bajar a las ocho sería suficiente. Después, revisó que el cuarto de baño tuviera seguro.

El baño le calmó el dolor de la cadera, cuya continua molestia la tenía con frecuencia asustada. Al sentir que iba desapareciendo pudo pensar con más claridad, presintiendo que mañana podría descansar ya que seguramente Grant Harrington no querría que estuviera con él todo el día y fue cediendo el enfado.

En ese instante golpearon la puerta del baño y escuchó que te gritaba.

– ¡Tengo hambre, apresúrese!

Se extrañó de que no intentara abrir la puerta para entrar y darle las órdenes. Sin embargo, por si acaso, se dio prisa y se puso la ropa que había traído con ella al cuarto de baño. Era un vestido que se había hecho ella misma, pero confiaba en que él no se percatara.

Se detuvo junto a la puerta y al no escuchar sonido alguno salió y se dio cuenta de que tenía el dormitorio para ella sola. Había otros cuartos de baño en la casa, así que seguramente Grant Harrington se habría ido a dar una ducha a alguno de ellos.

Se arregló y maquilló con rapidez, se cepilló el cabello y salió del dormitorio, temerosa de que si no se presentaba pronto, aquello que le había dicho de "tengo hambre" pudiera tornarse en otro sentido.

Cuando se reunió con él en la sala, se quedó mirando su vestido azul, cuyo color hacía resaltar el brillo de sus ojos.

– ¿Siempre tarda tanto para vestirse? -le preguntó con tono seco, aunque la admiración que vio en sus ojos la puso nerviosa.

– ¿No sucede así con todas las jóvenes? -le preguntó con voz ronca, alegrándose de que no se dignara contestarle, mientras abría la puerta de la calle y se dirigían hacia donde estaba el coche.

Al llegar al restaurante, se percató de las miradas que la seguían, mientras el jefe de camareros los llevaba a su mesa.

Leyó el menú sin en realidad fijarse en él y cuando le dijo a Grant que no sabía lo que pediría, el brillo en sus ojos le indicó que pensaba que lo hacía para molestarlo.

– Cualquier platillo estará bien -le dijo, pensando que de todas formas no podría comer.

– ¿Está a dieta? -le preguntó con tono cortante, al ver que casi no había probado el primer plato y ahora hacía lo mismo con el pollo al vino que tenía enfrente.

– Nunca hago dieta -le replicó con sequedad.

– Entonces, coma -le ordenó con tono cortante, enfadándola y provocando que le contestara.

– No tengo apetito.

Tomando al pie de la letra lo que le había dicho, que nunca hacía dieta, él le pidió un postre de chocolate y nueces, de aspecto delicioso, pero que, después de probar la primera cucharada, tuvo que dejarlo, dándose cuenta de que se sentiría mal si comía más.

Dejó la cuchara sobre el plato y para distraerse se puso a mirar a la gente que bailaba. Quizá, pensó, cuando todo esto terminara, algún hombre agradable la invitaría a bailar. Se movió en su asiento para poder ver mejor a los que bailaban y, al hacerlo, sintió una punzada en la cadera.

Cuando pensaba que definitivamente mañana tendría que tratar de descansar, sus pensamientos fueron interrumpidos por Grant, quien en apariencia se había dado cuenta de la forma en que miraba a las parejas en la pista de baile.

– Vamos a bailar -exclamó él… ¡ni siquiera le preguntó si deseaba hacerlo!

– No… -le contestó, pero vio que ya él se había levantado-. No bailo.

Aunque se sentó de nuevo, pudo ver en el brillo de sus ojos que pensaba que estaba mintiendo.