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– Ya estoy cansado de usted, Devon Johnston -le dijo haciendo un esfuerzo para controlar la ira-. Tal vez me odie porque estoy logrando que por primera vez en su vida no obtenga algo gratis. Pero recuerde esto -continuó inclinándose hacia ella y hablándole con tono desdeñoso-, no le pedí a su padre que me robara. Usted misma reconoció que lo hizo por usted, así que es mejor que cambie esa actitud o ¡verá que no me toma más de dos minutos el enviar un telegrama a Escocia!

Aunque lo intentó, no pudo hablar. Quería decirle que estaba dispuesta a cambiar de actitud, pero comprendió que, aunque se lo explicara de nuevo, él nunca creería que no podía bailar. Sin embargo antes de que pudiera recobrar el habla para intentar convencerlo, sin saber de dónde, apareció junto a su mesa la pelirroja más llamativa que jamás sus ojos habían visto.

– ¡Grant… querido! -exclamó, haciendo que Devon se sintiera agradecida por su interrupción, ya que hizo que Grant apartara la vista de ella, levantándose, mientras la pelirroja continuaba-: Traté de hablarte a la oficina, pero me dijeron que estabas en Francia.

– Sólo durante unos días -le contestó, intentando sonreír, pero en sus ojos se mantuvo la misma mirada de enfado.

– Te llamaba para invitarte a la fiesta de cumpleaños de Noel esta noche -la pelirroja miró a Devon y añadió-: ¿Quieres venir a nuestra fiesta… con tu amiga, desde luego?

Sin sentirse segura de si deseaba que él dijera que sí o que no, se sintió de pronto consciente de que se notaba que su vestido era hecho en casa, sobre todo por el contraste que ofrecía con la elegancia del vestuario de la pelirroja.

– Salúdame a Noel, pero tendrás que disculparnos, Vivien -le dijo con tono cortés-. La señorita Johnston me dijo que deseaba acostarse temprano.

Devon pensó que seguramente estaba furioso, pues no le había presentado a su amiga pelirroja; sin embargo, con un encanto que nunca pensó que tuviera, insistió con firmeza en que tendría que llevar a su casa a la señorita Johnston.

No le habló una sola palabra mientras regresaban en el automóvil a la casa, ni tampoco habló cuando abrió la puerta y entraron en el vestíbulo.

Él encendió las luces del vestíbulo, que iluminaban la escalera pero, temerosa de que en cualquier momento Grant Harrington la tomara en sus brazos, Devon se quedó paralizada, sin saber hacia dónde ir, comprendiendo que no podría poner ninguna objeción a lo que él quisiera hacer, ante la amenaza de enviar el telegrama a Escocia.

En vez de tocarla, Grant la miró cínicamente de la cabeza a los pies y le ordenó:

– Sabe en dónde está mi dormitorio -gruñó y la dejó allí parada dirigiéndose a la sala, cerrando la puerta después de entrar. A pesar de lo que él le había dicho, las piernas se negaron a obedecerla y se quedó allí quieta, mirando la puerta y después la escalera.

Su padre… tenía que pensar en él, se dijo, cuando al ver la puerta de la calle sintió deseos de abrirla y salir corriendo. Llegó hasta el pie de la escalera, sujetándose del pasamanos, deteniéndose un instante para recuperar las fuerzas y controlar el deseo de huir. Con toda seguridad Grant Harrington la escucharía salir, pero estaba segura de que no la buscaría para obligarla a regresar… no necesitaba hacerlo, pues tenía todos los triunfos en su mano. Despacio, comenzó a subir la escalera.

Pensando en el rostro de su padre antes y después de la visita de Grant Harrington aso casa el martes, pudo apartar de su mente la idea de huir. Entró en el cuarto de baño, se lavó y se puso el camisón de dormir corto de algodón.

Cuando se acostó, la cama le pareció enorme. Se había sentido agotada hasta unos momentos antes, aún estaba cansada, pero aunque el sueño le hubiera representado un alivio de los pensamientos que la atormentaban, la preocupación que sentía era demasiado intensa para dormir.

Apagó la luz de la lámpara y se quedó acostada, tensa, dando un brinco sobresaltada cada vez que oía algún ruido. Más tarde escuchó pasos y ¡se abrió la puerta de la habitación!

Oh, Dios, rogó al escuchar cómo Grant cerraba la puerta sin hacer ruido, por favor no permitas que me arrepienta. Él no encendió la luz, pero, por sus movimientos lentos, comprendió que aún seguía furioso con ella… no necesitaba verle el rostro para saberlo.

Rezando con todas sus fuerzas para que el instinto no le hiciera luchar contra él cuando se acercara, segura de que si lo hacía se sentiría engañado por segunda vez y la violaría o la dejaría, haciendo que regresara su padre para comenzar a la mañana siguiente los procedimientos legales.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no salir corriendo de la cama, pues por el movimiento de las sábanas, comprendió que estaba a punto de tener compañía.

Él aún no la había tocado y le temblaba todo el cuerpo, pero cuando lo sintió a su lado, el temblor fue tan evidente que él tenía que darse cuenta.

Pensó que sabía con toda seguridad que todavía estaba despierta, intentando sin éxito controlar el temblor que la agitaba. Él no perdió tiempo alguno y sin decir palabra extendió un brazo largo y musculoso y la atrajo hacia él.

– ¿Además de otras cosas también eres buena actriz, Devon? -le preguntó mientras acercaba aún más contra su cuerpo la figura temblorosa-. Olvídalo, vas a ser mía, con o sin todo este teatro.

A continuación se incorporó hasta que su pecho desnudo quedó sobre el de ella. Llena de pánico comprendió que se encontraba en la cama con un hombre que, por el contacto de sus piernas desnudas tocando las de ella, no tenía ropa alguna puesta, mientras sus labios buscaban los suyos.

– ¡No! -protestó, apartando el rostro.

– ¿No? -sintió cómo se ponía tenso, dominado por la furia.

Devon comprendió que esa era su última oportunidad. Una palabra o un movimiento equivocado de su parte y todo terminaría para ella o para su padre.

Al pensar en su padre tartamudeó:

– Quiero… quiero decir… que no me… trates con brusquedad.

Su seca carcajada le demostró que aún pensaba que estaba actuando.

– Eso depende de ti -replicó. Enseguida la besó de nuevo.

Sin responderle, controlándose para no huir, Devon se quedó tranquila mientras él la besaba de nuevo, y sus labios le recorrían el cuello. Se puso tensa cuando sintió sus manos acariciándole los hombros y aspiró con fuerza cuando, al mismo tiempo que la besaba, sintió sus manos cálidas en la cintura y después comenzaban a ascender acariciándola.

Hasta ahora sus manos no lo habían tocado, pero al sentir las de él sobre senos sintió necesidad de sujetarse de algo. La dominó el pánico como nunca antes, cuando sus manos le acariciaban los senos.

Durante un momento, cuando él la besó de nuevo, sus manos lo sujetaron con fuerza, pero al darse cuenta de que estaba tocando la piel desnuda de su espalda, las apartó de nuevo.

Comenzó a temblar con más fuerza, incluso cuando sus labios bajaron hasta el pecho y comprendió que él se había sentido frustrado cuando el cuello del camisón de dormir evitó un contacto más íntimo con sus senos. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía, le quitó el camisón, diciéndole:

– No necesitas esto -en ese instante comprendió que estaba desnuda.

El instinto hizo que, sin darse cuenta de que se había movido se fuera apartando de él, como intentando escapar. Pero ya no le dejó la oportunidad de decidir, la atrajo de nuevo hacia él.

Sintió el pecho lleno de vellos sobre ella y aunque algo en su interior le decía que sería mucho mejor si le respondía, se sintió demasiado aturdida para poder reaccionar.

Los besos de Grant se estaban volviendo más apasionados y sus manos la asustaban tremendamente, mientras le acariciaba el estómago antes de seguir a la cintura. Pronto, tanto las manos como los labios le acariciaban los pechos desnudos, con fiereza, como si se sintiera despechado por su falta de respuesta.

De pronto se separó y le dijo enfadado: