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– ¡Respóndeme, maldita sea! ¡Quiero hacer el amor a una mujer no a un pedazo de madera!

– Lo… siento -le contestó casi llorando y llena de temor añadió-, estoy… intentándolo.

La besó de nuevo, pero ahora sus besos eran más largos y había algo en ellos que hicieron que desapareciera el temblor de su cuerpo.

Más tarde, cuando la besó con suavidad de nuevo, descubrió que una de sus manos le estaba acariciando el rostro.

Su boca aún estaba sobre la de ella cuando, despacio, con mucha ternura, sus manos se movieron para acariciarle las caderas.

– Tu piel es como la seda -murmuró con voz baja. Aunque le pareció extraño, se sintió contenta de que él pensara que su piel parecía seda, mientras las caricias se volvían más íntimas y con las manos le cubría los pechos.

Otra vez sus labios la besaron y, confundida, Devon se dio cuenta de que ahora el temblor ya no era a causa del miedo.

En ese momento, Grant la hizo dar vuelta, quedando sobre un costado y de nuevo se sintió dominada por los nervios al sentir que la acercaba contra él; por primera vez en su vida se encontraba desnuda ante un hombre cálido y lleno de vida.

Su reacción fue rápida y asustada.

– ¡Oh! -gritó, separándose de él.

Sintió su respiración agitada y cómo sus manos rudas la tomaban con fuerza, comprendiendo que lo había echado todo a perder. Si hubiera seguido respondiéndole en la forma en que lo había hecho, Grant la habría tomado con suavidad. Sin embargo ahora su agresión masculina era violenta y pareció como si pensara que hasta lo había hecho de forma deliberada, para excitarlo… y se había terminado su paciencia.

Ya no había ternura ni suavidad ni ninguna de la consideración que le había mostrado. Ahora todo era violencia y con fuerza la apretó contra él.

Su cadera aún no estaba en condiciones de sufrir ese movimiento tan violento y dejó escapar un grito de dolor.

– ¿Por qué fue ese grito?

– Yo te… yo te pedí… que no me trataras con rudeza -le dijo con voz apagada, mientras su mano le acariciaba la cadera en donde, si no se encontrara tan excitado, se habría dado cuenta de que la piel no era tan suave. Devon sintió como se acercaba otra vez su rostro y comprendió que pronto la estaría besando de nuevo. Pero, de repente, echó hacia atrás la cabeza, deteniendo la mano en el momento en que los dedos de su mano izquierda encontraron la cicatriz. Devon lo sintió tenso y después, con lentitud, como si no pudiera creer lo que estaba tocando, recorrió de arriba a abajo la larga cicatriz.

Cuando terminó murmuró.

– ¿Qué demonios?…

De inmediato se incorporó y encendió la luz. A pesar de que ella trató de cubrir su cuerpo totalmente desnudo, Grant contempló con fijeza las tres cicatrices que descendían desde la cadera derecha hasta un punto en el muslo.

– ¡Dios mío! -lo escuchó murmurar, mientras seguía mirándola como si no pudiera creer lo que veía.

Pero no pasaron muchos segundos antes de que se recuperara. Escuchó su voz dura y seca mientras le decía.

– ¡Siéntate y comienza a explicármelo todo!

Capítulo 7

Sintiendo que la conmoción había hecho desaparecer el deseo de forma momentánea, Devon hizo un esfuerzo para sentarse, como le había ordenado Grant.

Vio cómo observaba con fijeza no sólo las cicatrices sino el resto de la piel satinada y se sintió aliviada cuando no protestó al tomar las sábanas y cubrirlo a él parcialmente y el frente de su propio cuerpo. Ver que él no se sentía avergonzado de estar desnudo, la ayudó a soportar la vista de su ancho pecho desnudo tan cerca de ella.

– Una de estas cicatrices es reciente.

– Ya… te lo había dicho -le recordó ella.

– ¿Qué tan reciente? -le insistió él.

– Tenía un… un problema en la cadera. Me operaron en Suecia, hace dos meses.

Le dirigió una rápida mirada y vio que tenía el ceño fruncido, comprendiendo que estaba analizando todo lo que le había dicho.

– Yo te había dicho la verdad -le dijo sonrojándose al ver que sus ojos se apartaban del rostro para contemplar el hombro desnudo.

Le pareció ver cómo se asomaba de nuevo el deseo en sus ojos y supo que aún la deseaba, que todavía quería cobrarse que su padre se hubiera quedado con aquel dinero.

Se quedó sin aliento, al ver cómo se acercaba su mano y por instinto, sujetó la sábana en el momento en que se le caía. Logró tomarla de nuevo, pero la mano de Grant cubrió la suya deteniéndola y después, aún sujetando la suya, descansó sobre su pecho.

Temblorosa y sintiendo que el corazón le latía acelerado, Devon comprendió que llegaba al límite de sus fuerzas. Su padre aún estaba en peligro, por lo que era necesario terminar eso de una vez.

– Estoy dispuesta… a cooperar -le dijo con voz ronca y, reuniendo todo el valor que pudo, lo miró a los ojos. Estaba sonrojada y añadió-: Siento lo que… acaba de suceder. No quise romper mi promesa… sólo que… sólo que… bueno… No debí haber gritado, sólo que…

Aspiró con fuerza, tratando de recuperar el control, dándose cuenta de que estaba tartamudeando.

– Bésame, Grant -le pidió, casi sintiéndose morir de vergüenza ante el descaro de su petición y durante un instante pareció que él la iba a complacer, pues acercó su rostro al de ella. Pero no la besó y se separó bruscamente y, aunque sus ojos mostraban el deseo que sentía, la tomó con fuerza por los hombros mientras le preguntaba airado.

– ¿Por qué gritaste?

Se dio cuenta de que no tenía objeto mentirle.

– Sentí un ligero dolor en la cadera cuando…

– ¿Cuando te traté con brusquedad y no permití que te apartaras?

– Sólo fue una molestia -repitió, aún nerviosa-. Es que… hoy no he descansado mucho.

La miró con fijeza, recordando todo lo que había sucedido.

– Antes estabas cojeando. ¿Te dolía entonces?

– Sólo fue porque hice un movimiento brusco -le contestó-. Yo…

– En una ocasión me dijiste que el médico te había ordenado no abusar… ¿de qué? ¿De la cadera?

Abrumada por todas las emociones de esa noche, Devon de repente comenzó a sentirse cansada de la situación. Se había hecho a la idea de que tenía que aceptar aquello de lo que no podía escapar, pero ahora Grant Harrington quería analizar cada una de las palabras que le había dicho.

– ¿Qué importancia tiene? -le preguntó.

En ese instante comprendió, por la forma en que la miraba, que él pensaba que tenía razón, que estaban perdiendo el tiempo y que nada tenía importancia, tan sólo el deseo que sentía de su cuerpo.

– Entonces… coopera -le dijo con dureza. La acercó contra él, moviéndola con brusquedad y aunque esta vez Devon no gritó ante el dolor en la cadera, la forma en que se apretó contra él lo dijo todo.

Grant Harrington pareció tan cansado como ella lo había estado antes y después, con una exclamación de frustración la apartó de él, murmurando:

– ¡Esto es ridículo! -y, sin importarle que ella lo viera totalmente desnudo, se levantó de la cama.

Ella apartó la vista, pero cuando lo miró dirigirse con enfado hacia la puerta, se dio cuenta de que se había puesto una bata. Por la forma en que golpeó la puerta al cerrar, se dio cuenta de que estaba furioso consigo mismo por no haber aprovechado lo que ella le había ofrecido en bandeja de plata, o que estaba furioso con ella por haber mostrado dolor, provocando en él un sentimiento de culpabilidad que no deseaba.

Mucho tiempo después de su salida, Devon se quedó acostada, preguntándose si él lo pensaría mejor y regresaría. Aún no se sentía segura de qué era lo que deseaba. Recordó lo que había sentido cuando la acariciaba, pensando que cómo era posible que un hombre que odiaba tanto, pudiera hacerle sentir ese placer sensual.

Al pasar los minutos y no regresar él, se fue relajando. Agotada, cedió el cansancio y se quedó dormida.