Выбрать главу

Cuando se despertó ya era pleno día y durante un momento no supo en dónde estaba. Después, al sentarse en la cama y mirar a su alrededor, recordó todo lo que había pasado.

¡Dios mío! pensó, al recordar que realmente había sentido las primeras sensaciones de deseo, cuando aquel hombre odioso la había acariciado con tanta ternura.

Con rapidez se levantó y fue cuando se encontraba en el cuarto de baño que se dio cuenta de que no sentía la menor molestia en la cadera.

Mientras se daba una ducha y después se vestía con un ligero vestido de verano, Devon había repasado en su mente todo lo que había sucedido la noche anterior. Al mismo tiempo que se acordaba de cómo la habilidad de Grant Harrington la había excitado; también recordaba que, aunque ella había querido cooperar, su padre todavía seguía en peligro, ¡hasta que Grant Harrington también decidiera cooperar!

Cuando bajó, lo encontró en la cocina, friendo tocino y huevos pero por la mirada que le dirigió al verla entrar, comprendió que aunque el día era hermoso, aún no había salido el sol para ella.

– Este… buenos días -le dijo, completamente sonrojada, aunque él estaba tan ocupado con la comida que no se dio cuenta.

Se ruborizó aún más al ver que no le prestaba atención y, sintiendo que no deseaba su presencia ahí, Devon se dio vuelta y se dirigió a la puerta, para salir.

– El desayuno estará listo en un minuto -replicó Grant antes de que llegara a salir.

Se dio vuelta, comprendiendo que lo que acababa de decir era una orden para que no saliera de la cocina.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

Esperaba recibir alguna respuesta sarcástica, pero se sintió sorprendida cuando él le preguntó:

– ¿Cómo están los dolores de tu cadera esta mañana?

– Anoche no te mentí para evitar que… -las mejillas se le ruborizaron con intensidad-. Yo… deseaba… tanto como tú… -de nuevo no encontró las palabras-. ¿En dónde guardas los cubiertos? Voy a poner la mesa.

Estuvo casi segura de que vio algo parecido a una sonrisa en sus labios, mientras le señalaba el cajón de los cubiertos y le preguntaba:

– ¿Quieres desempeñar el papel de ama de casa?

– Yo atendía la casa de mi padre -le replicó con tono seco y, por si tenía alguna duda, añadió-: Y de forma muy eficiente -en ese momento dejó caer un cuchillo al suelo, demostrando su falta de eficiencia.

– Eso quiere decir que tendremos visitantes -predijo él, haciendo que de repente desapareciera el malhumor. Le sonrió al ver que él también conocía el viejo dicho de que dejar caer un cuchillo significaba visitantes.

Cuando Grant colocó dos platos con tocino y huevos sobre la mesa, se dio cuenta de que estaba muerta de hambre y no necesitó una segunda invitación para obedecerle.

– Siéntate a comer.

Sabía cocinar bien, pensó, reconociéndole ese mérito. Una vez que terminó, se levantó y extendió la mano para tomar el plato varío de Grant, pero en ese momento se dio cuenta de que, a pesar de que ella no tenía deseo alguno de conversar tan temprano, él quería hacerle varias preguntas.

– ¿Por qué tú también "lo deseabas" tanto como yo?

El deseo que había sentido de una tostada de pan con mermelada, desapareció. Habría preferido que él hubiera escogido cualquier otro tema que no fuera ése.

Al pensar que él, con toda seguridad, se había dado cuenta de la forma en que le había respondido anoche, enrojeció y se dijo que tenía que quitarle de la mente la idea de que la había logrado excitar.

– Claro que por mi padre -le replicó.

Lo miró y se dio cuenta de que no le había afectado mucho su afirmación.

– Mientras todavía sea -le costó trabajo decir la palabra-… virgen, mi padre está a tu merced -le explico, con una nota inconsciente de súplica en la voz.

– ¡Que eres virgen! -su exclamación hizo que lo mirara y, al ver la expresión asombrada en su rostro, se dio cuenta de que él no la había creído antes-. ¡Cielos! ¡Con esa apariencia! ¡Es increíble!

No por primera vez pensó que era un canalla y se hizo la promesa de no decirle nada más.

– Así es, ¿qué te parece? -le respondió con frialdad y concentró toda su atención en untar mantequilla en una rebanada de pan que no deseaba.

Al no escuchar respuesta alguna de su parte, lo miró y, por la expresión de sus ojos, comprendió que estaba recordando cómo había reaccionado ella hacia él en aquella cama, la noche anterior. Su mirada iba de los ojos a la boca y, sin poder evitarlo, comenzó a temblar, igual como lo había hecho la noche pasada. Durante un instante dejó de odiarlo y casi le sonrió al comprobar que, después de todo, él era un caballero, un hombre que no le robaría su virginidad a una joven inocente.

– No tienes por qué temer por tu padre, Devon -le dijo sonriendo.

Quiso pensar que le decía que su padre estaba a salvo sin que fuera necesario para ella dormir de nuevo en aquella enorme cama. Pero… había algo en la expresión de sus ojos que le hizo recordar que, en una ocasión, estuvo a punto de besarlo llena de alegría por su bondad… sólo para descubrir poco después que tenía más de demonio que de santo.

– ¿Quieres decir que?…

– Quiero decir, mi querida Devon -añadió sonriendo-, que puesto que tú misma has confesado que estás tan deseosa de… cooperar… no tienes necesidad alguna de preocuparte por la suerte de tu padre -mientras comenzaba a desaparecer toda esperanza. Grant Harrington le explicó con claridad lo que quería decir, sin dejar de sonreír-. Dicho de forma más directa, señorita Johnston, puede ser que ahora seas virgen… pero no lo serás durante mucho más tiempo.

Sintiéndose totalmente deprimida, se sonrojó con violencia.

Grant Harrington la había dejado tranquila la noche anterior debido al dolor en la cadera, pero eso no quería decir que hubiera cancelado lo que habían convenido. Además, el que ella fuera o no virgen no le importaba… ese hecho no cambiaba nada.

– Eso… -tosió para aclararse la garganta, molesta de que él se diera cuenta de su nerviosismo-. Eso, lo doy por descontado.

En medio de un silencio incómodo, los dos compartieron el trabajo de lavar los platos. Después, para alivio de Devon, él pareció sentir la necesidad de quemar algunas de las energías que le sobraban y salió al exterior a cortar el césped, mientras ella subía a su habitación.

Aprovechó el tiempo para arreglar el dormitorio y el cuarto de baño, cuando se dio cuenta de repente de que la cortadora de césped se había detenido. No perdió tiempo en salir del dormitorio, encontrándose con Grant en la escalera.

Aunque se dio cuenta de su mirada irónica, trató de pasar junto a él sin hablarle, pero él murmuró con voz baja:

– ¡Has estado en malas compañías! -indicándole que sabía muy bien por qué había salido del dormitorio. Ella le replicó con tono cortante.

– Sólo recientemente.

Mientras terminaba de bajar la escalera, escuchó lo que pareció ser su risa ahogada y él le gritó:

– ¡Quiero el mío negro… y sin azúcar!

Cuando había terminado de preparar el café, él entró en la cocina y fue quien buscó la bandeja y la preparó, diciéndole:

– Lo tomaremos en la sala -y fue Grant quien llevó la bandeja, mientras pensaba de qué podrían hablar, si no tenían nada en común.

Vio el periódico en el brazo de un sillón y confió en que él se animaría a leerlo.

– Ya llegó el periódico -le dijo mientras los dos se sentaban.

– Cuéntame más.

– ¿Más?-le preguntó sin saber a qué se refería-. ¿Más… de qué?

– De ti, Devon Johnston, que tienes mucho de qué… -sus ojos la recorrieron por completo-, de todo. Si el expediente de tu padre está bien, debes tener casi veintidós años -así que había estado investigando sobre ella, se dijo-. Y, sin embargo, te las has arreglado para mantenerte alejada de todos los hombres deseosos de Marchworth.