Выбрать главу

La depresión que la había dominado comenzó a desaparecer, hasta que se dio cuenta de que ese cirujano sueco se encontraba totalmente fuera de sus alcances económicos.

– Me… me alegro por las demás personas que operó -le dijo, obligándose a sonreír.

– Alégrate por ti misma, Devon -le había dicho él-. A ti también te va operar, pequeña.

Se había sentido dominada por la felicidad y parte de ella misma deseó con ansiedad que él hiciera todos los sacrificios necesarios… pero cuando lo pensó con más calma, comprendió que no podía permitírselo.

– Ya te sacrificaste lo suficiente…

Él la había interrumpido, explicándole que no tendría que sacrificar nada. Le dijo que durante años había estado pagando las primas de una póliza de seguros dotal a su nombre, que vencería cuando ella cumpliera los veintiún años. Se había olvidado por completo del seguro hasta que recibió una carta de la compañía, recordándoselo.

– ¿Un seguro dotal? -le preguntó asombrada Devon-. ¿A mi nombre?

– Se pagaba anualmente con los intereses que producía, por lo que me había olvidado por completo de su existencia -le repitió, añadiendo después-: Les pregunté y el dinero alcanzará justo para que vayas a Suecia.

– ¿Sola?

– Si voy contigo sólo te podré visitar muy pocas veces. Te llevaré, por supuesto, al aeropuerto e iré a buscarte cuando regreses.

– ¡Oh… papa! -fue todo lo que pudo decirle.

El viaje no se realizó de inmediato, pues durante varios meses su médico, el doctor McAllen, intercambió cartas y envió placas de rayos X a Suecia.

Charles Johnston se sirvió por segunda vez del soufflé de chocolate y después comenzó a recoger los platos de la mesa, mientras le decía:

– Mañana va a ser un día muy difícil para ti. Yo lavaré los platos y si estuviera en tu lugar me iría a acostar temprano.

– Te los dejaré lavar cuando regrese -le dijo con tono de burla, temblando ante el pensamiento de que cuando regresara no hubiera habido mejoría alguna-. Pero ya que durante varios meses tendrás que lavar los platos, hoy lo haré yo.

Una vez que terminó en la cocina, Devon comprendió que estaba bastante excitada para poder dormir y se dirigió a la sala, seguida por su padre. De forma automática, se sentó en el sofá en donde siempre lo hacía y él a su vez en su sillón preferido, pero en esta ocasión no encendió la televisión. Los dos, llenos de esperanzas, sabían que después de esa noche, cambiarían sus vidas.

Muchas veces, durante los últimos meses, Devon había estado a punto de hablar con su padre sobre las posibilidades de trabajar en el futuro, para compensarle por las enormes sumas de dinero que había gastado en ella. Sin embargo, en el momento en que iba a tratarle ese punto se escuchó el sonido del timbre de la puerta principal.

¿Quién sería? ¡Eran muy pocas las veces que alguien venía! Odiaba enfrentarse a desconocidos, odiaba a cualquiera que pudiera verla en esas condiciones.

– Iré yo -le dijo Charles Johnston, aunque era innecesario que lo dijera, pues ella no se había movido.

Durante un rato escuchó voces y se sintió segura de que sería alguien que se retiraría de inmediato, por lo que se recostó en el sofá.

Sin embargo, pronto se sintió preocupada, pues aunque la puerta se había cerrado ¡seguía escuchando voces! ¡Quienquiera que fuera, su padre lo había invitado a pasar! ¡No sólo eso… su padre lo traía a la sala! Mientras se abría la puerta de esa pieza, con un esfuerzo se sentó erguida, dando las apariencias de una joven perfectamente sana. Sabiendo que desde la puerta, el visitante no podría darse cuenta de su defecto físico, permaneció sin moverse y observó al hombre alto que se encontraba de pie justo de tras de su padre.

Pensó que el desconocido tendría que ser alguien importante para que su padre hiciera pasar a ese hombre de unos treinta y cinco o treinta y seis años a la sala, sabiendo que ella se encontraba allí y que le disgustaba tener que enfrentarse a desconocidos.

– Él es… el señor Harrington -le dijo a Devon, presentándole al hombre de rostro serio. ¡Sí era muy importante si se trataba de Grant Harrington!-. Mi hija Devon -terminó de hacer las presentaciones.

Como el anciano señor Harrington había muerto varios años antes, ese hombre tenía que ser el dueño del imperio comercial multimillonario para el que trabajaba su padre.

Comprendió que sería una descortesía de su parte no levantarse y encontrarse con él a medio camino, por lo que hizo todo lo que pudo para sonreírle en la forma más amable, extendiéndole la mano y diciéndole.

– ¿Cómo está usted?

Él la miró con frialdad y no le estrechó la mano, como esperaba. Dejando caer la mano sobre el regazo miró de inmediato a su padre y comprendió que no era ella sola la que se sentía tensa. Se veía muy mal y pensó que, con toda seguridad, estaba lamentando el haberlo hecho pasar.

– ¿Puedo… brindarle algo de beber, Grant?

Él no le hizo caso a la oferta de un trago, de lo cual Devon se alegró pues no le parecía que fuera el tipo de hombre que le gustara el jerez y esa era la única bebida que tenían.

– Vi unas maletas en el vestíbulo… ¿cuál de ustedes se va de viaje? -quizá después de todo intentaba ser cortés, pensó ella, pero antes de que pudieran contestarle añadió con tono cortante-. ¿O se van los dos de viaje?

A pesar de todo, la pregunta no le pareció extraña pues su padre era el encargado de las finanzas de la empresa y podía representarle un problema que se fuera en un momento importante. Sin embargo, al ver que su padre permanecía silencioso, comprendió que, siendo demasiado sincero para mentirle a su jefe, estaba protegiéndola al no contestar. Comprendió que tendría que ser ella quien lo hiciera.

– En realidad soy yo -le contestó obligándose a sonreír-. Me voy mañana para Estocolmo.

De repente le pareció que se había enfadado o quizá esa era su forma de ser.

– Por el tamaño de su equipaje me parece que va a permanecer allá bastante tiempo -le comentó con sequedad.

Por el rostro de su padre, supo que nunca le diría a lo que iba, por lo que le sonrió y dijo.

– Primero veré si me gusta… pero quizá me quede durante un par de meses.

En realidad no había mentido por completo, pues si la operación no tenía éxito, regresaría mucho antes de los dos meses. Su padre tosió discretamente, haciendo que Grant Harrington lo mirara y le dijera:

– Quisiera hablar un momento en privado con usted, Charles. ¿Podemos pasar a otra habitación?

Devon observó que su padre seguía muy tenso y quiso decirle que no le importaba.

– Usa el comedor, papá -le dijo sonriendo-. Creo que iré a acostarme -añadió haciéndose más amplia su sonrisa al pensar en el secreto que los dos compartían y al que no tendría acceso Grant Harrington-. Mañana es un gran día.

Vio cómo su padre, con toda intención, cerraba la puerta del comedor una vez que entraron, habiendo dejado abierta la de la sala para que ella pudiera subir.

Una vez en la habitación se acostó, pero sin poder apartar sus pensamientos de los dos hombres en el comedor. Grant Harrington nunca antes había venido a la casa, y esto la hacía pensar que sucedía algo importante en la empresa. Ahora se daba cuenta de lo poco que sabía del trabajo de su padre; siempre supo que se trataba de un puesto importante, pero no pensó que fuera un director o tuviera una posición de esa categoría.

Quizá Grant Harrington, conociendo lo extremadamente hábil que era su padre para los cálculos, estaba pensando en una fusión o en la adquisición de otra empresa y le había dicho que su padre no iría a trabajar al día siguiente. Ese tipo de operaciones no podían esperar y quizá fuera ese el motivo por el que había, venido a verlo esta noche. Estaba segura de que su padre no le había dicho a ninguno de sus colegas los motivos por los que no iría a trabajar al día siguiente, así como también estaba segura de que ninguno de ellos sabía que la iba a llevar al aeropuerto.