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Deseando terminarlo todo antes del regreso de su padre, recordó aterrorizada que él siempre la había acompañado a todas las citas. ¿Qué sucedería si decidía regresar rápidamente para acompañarla a su última cita? Sus pensamientos coincidían en un hecho… para tranquilidad de su padre, todo tendría que estar terminado antes de que regresara. Y tenía que ser pronto, pues cuanto más pronto se hiciera, con más rapidez se terminaría.

En ese momento, llegó la señora Podmore a recoger la taza de café, pero la dejó al ver que no la había terminado.

– De nuevo usted se hizo la cama -la regañó, como todos los días-. De veras que no tiene por qué hacerlo, señorita Johnston.

Sabía que era inútil decirle que se sentía bien.

– Es la fuerza de la costumbre -le contestó sonriendo.

– Está muy pálida… ¿se siente bien? -le preguntó la señora Podmore, mirándola con fijeza.

– Nunca me sentí mejor -le contestó Devon levantándose-. Tan es así que creo que voy a subir a lavarme el cabello.

Aunque se escapó de la señora Podmore, Devon no pudo escaparse de sus pensamientos. A pesar de su ironía y de su burla, Grant la trataba con gran cuidado y como si fuera una convaleciente. Fueron incontables las veces en que quiso ayudarlo en algo, sólo para que él le dijera que se sentara a descansar. Estaba segura de que todo era porque no quería que, cuando llegara el momento, todo fracasaría de nuevo. Eso significaba que estaba esperando hasta que el médico McAllen le dijera que era tan normal como cualquier otra joven.

La señora Podmore se fue al mediodía y durante la tarde el teléfono sonó en distintas ocasiones, pero Devon no lo contestó. Lo escuchó sonar pero lo ignoró, siguiendo adelante con su plan de acción.

Grant regresó alrededor de las seis de la tarde y Devon lo esperaba, con el cabello recién lavado y su vestido más bonito, el cual, como por accidente, tenía desabotonada la parte superior del escote en V, para entregarle un vaso con whisky.

Le sonrió, ofreciéndole el vaso, pero nunca llegó a pronunciar eclass="underline" "Hola, Grant" que había estado ensayando. Vio su rostro sombrío, a pesar de que no dejó de darse cuenta del cabello brillante y la blusa abierta de forma tentadora.

– ¿En dónde demonios estuviste esta tarde? -le reclamó sin preámbulo alguno. Al ver que no tomaba el vaso que le ofrecía, lo dejó sobre la bandeja, preguntándose qué habría sucedido.

– Estuve aquí toda la tarde -le contestó.

– ¿Entonces por qué no contestaste el teléfono?

– No sabía que eras tú -le dijo comenzando a perder la calma-. No tengo ningún deseo de que todos sepan que estoy aquí como tu… invitada -se mordió el labio inferior, reconociendo que no era esa forma en que debía tratarlo-. ¿Para qué llamaste? ¿Se trataba de algo importante?

– Voy a cambiarme -le dijo, saliendo bruscamente y dejándola pensando que, en escenas de seducción, no era más que una aficionada.

Fue más tarde, casi al terminar la cena, cuando Devon comprendió que, a pesar de todo el esfuerzo que había hecho para ser agradable, no iba a dar resultado. Había visto los ojos de Grant fijos en ella en bastantes ocasiones para saber que estaba consciente de su presencia, pero incluso, en las ocasiones en que en vez de pedirle que le alcanzara la vinagrera, se había inclinado para tomarla ella misma, mostrándole el nacimiento de los senos, en ningún momento le había hecho uno de esos comentarios acostumbrados que la hacían sonrojar.

Desencantada, al darse cuenta de que no daban resultados los esfuerzos que hacía para que él tomara la iniciativa, casi al terminar la cena, Devon no se pudo contener y le preguntó directamente:

– Dímelo de una vez, Grant Harrington -le dijo con voz fría-, ¿piensas esperar hasta que yo vea al doctor McAllen para que… nosotros?… -no supo cómo continuar y sólo pudo añadir-: ¿O qué?

– Ah -le contestó con toda calma y haciéndola desear tener algo en las manos para lanzárselo a la cabeza, al ver cómo se reclinaba y la observaba-. Desde que llegué has estado tratando de decirme algo, ¿no es cierto?

Él sabía con seguridad lo que estaba tratando de decirle, pensó, furiosa porque él había permitido que hiciera todos los intentos de llamarle la atención, mientras se daba cuenta con claridad de lo que deseaba. Decidió que no le daría la satisfacción de saber que tenía la razón.

– ¿De qué se trata, Devon? -le preguntó mientras su mirada burlona iba desde la blusa desabotonada hasta su rostro-. ¿Has llegado a la conclusión de que. después de todo, no soy tan canalla? ¿O ya te sientes tan ardiente que quieres aprovecharte de mí?

Ella no estaba para comedias.

– Ninguna de las dos cosas -le contestó con toda claridad; eso era demasiado importante para ella para mentirle-. Mi cita con el médico es hasta dentro de dos semanas y…

– No lo he olvidado -la interrumpió con frialdad.

– Ni tampoco lo habrá olvidado mi padre -le dijo con brusquedad. Sabía que era mejor dejar a su padre fuera del asunto, pero ya no pudo contenerse-. Él siempre me ha acompañado a todas las citas, así que no puedo… no puedo dejar de preocuparme de que quizá se tome unos días para venir y acompañarme.

– Ya me he dado cuenta de que a él le gusta tomar algunas cosas.

De nuevo era el hombre duro que había conocido desde el principio, y era evidente de que le costaba trabajo no hacer comentarios hirientes sobre su padre. Sin embargo, habiendo llegado ya tan lejos, siguió adelante.

– Para ti es igual -siguió diciéndole, mientras pensaba que nunca en su vida habría querido tener una conversación como esa-. Preferiría… este… terminar de una vez este asunto antes de que regrese mi padre.

– Vaya, de veras que me quieres decir algo -le replicó con frialdad, pero con burla.

– ¡Maldito seas! -le gritó furiosa-. Si aún me deseas, entonces…

– Oh, claro que todavía te deseo, Devon Johnston -la interrumpió, sonriendo al ver cómo se sonrojaba-. Y… en cuanto a la visita a tu médico… no me atribuyas virtudes que en realidad no tengo.

¡Eso quería decir que no tenía intención de esperar hasta que viera al doctor McAllen! Pero antes de que pudiera hacerle alguna otra pregunta, la hizo ruborizarse con violencia al decirle:

– Además, mi querida Devon, tengo un recuerdo tan hermoso de ti y de tus… encantos… desnuda junto a mí, que pienso que el mes que envié fuera a tu padre no va a ser suficiente para satisfacer mi deseo.

Si estaba tratando se asustarla, lo había logrado. Era muy claro que envió a su padre a un trabajo inútil, pero lo que le preocupaba más era que tenía que lograr satisfacer ese deseo lo más pronto posible. Tenía que ser ahora.

– Aquella noche -le dijo, reuniendo toda la calma que pudo-, aquella noche que nosotros… -oh, Dios, qué terrible era esto-, había hecho mucho esfuerzo… incluso cargué las maletas desde la parada del autobús pero… -se detuvo al ver cómo él fruncía el ceño-. Bueno, de todas formas -le dijo sintiendo el rostro ardiendo-, hace casi una semana que no he tenido la menor molestia.

– ¿Y eso qué?… -le preguntó, fingiendo no comprenderla. Ya era demasiado. Él sabía muy bien lo que le quería decir, incluso antes de que lo hiciera.

– ¡Maldito seas! -explotó, desapareciendo toda la turbación que sentía ante la forma en que la provocaba-. Lo que estoy tratando de decirte es que, al no tener ya dolor, no es necesario que duermas solo en esa gran cama.

Tenía el rostro encendido al decir esas últimas palabras y tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse, mientras Grant la miró durante un largo rato, sin hablar. Tuvo que hacer un esfuerzo aún mayor para no golpearlo en el rostro cuando le dijo con lentitud, arrastrando las palabras.