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– ¡Vaya, qué invitación tan grata!

Aspirando con fuerza y sintiendo cómo tenía los ojos clavados en su pecho, Devon le dijo con tono seco:

– ¿Es una invitación que no piensas aceptar esta noche?

Durante un momento pensó que había ganado, al ver la mirada ardiente en sus ojos, cuando estos se apartaron de sus senos y se fijaron en su rostro. Incluso comenzó a sentir una emoción de un tipo diferente al pánico al ver a Grant levantarse de su silla, pensando que vendría hacia ella.

Sin embargo se quedó sorprendida cuando, en vez de abrazarla como esperaba, lo vio darse vuelta y escuchó que le decía con tono cortante:

– Esta noche deseo una mujer más experimentada.

Se quedó allí petrificada, mirándolo estupefacta, mientras él se dirigía hacia la puerta, diciéndole antes de salir:

– Deja la loza para mañana… la señora Podmore la lavará cuando llegue.

Furiosa, Devon comenzó a lavar los platos. ¡Maldito sea, maldito sea! pensó, rompiendo sin intención un plato, pero sin preocuparla, deseando que fuera de su mejor vajilla, ¡maldito sea!

Se acostó y, sin poder dormir, se dijo que, desde luego, no le importaba a qué hora regresaría de estar con esa "mujer experimentada". Sin embargo, no pudo dejar de pensar en la atractiva Vivien y no pudo apartar de su mente ese pensamiento. Maldito sea, pensó de nuevo… segura de que no era despecho lo que sentía; podía irse con una docena de mujeres como Vivien y no le importaría.

Otra vez Devon pasó una mala noche, pero no fue sino hasta media mañana del día siguiente cuando se dio cuenta, aunque le pareciera imposible, ¡de que no había sido la preocupación por su padre lo que la había mantenido despierta en esa ocasión!

Al mediodía del lunes, ya no podía soportar el voto de celibato de Grant Harrington… en lo que a ella se refería… la insistencia de la señora Podmore y esa casa en general.

El lunes anterior no fue la única noche en que Grant había salido. De nuevo el jueves intentó convencerlo y otra vez salió. Claro que era comprensible que después no quisiera acostarse con ella, pensó con amargura.

Durante diez minutos más, Devon pensó furiosa en Gran Harrington y en el hecho de que no se sentiría segura acerca de su padre hasta que hubiera hecho que ese canalla saciara sus malvados deseos con ella. Entonces, recordando con claridad que no le había gustado el que aquel día no contestara el teléfono, pensando que había salido, esperó hasta que la señora Podmore se hubiera retirado… y ella también salió.

Regresó a su casa, sintiéndose encantada al ver que su padre había tenido tiempo para escribirle una carta. Le decía que estaba bien, pero con mucho trabajo. Leyendo entre líneas adivinó que estaba haciendo un gran esfuerzo para presentar un buen trabajo que le probara a Grant que no le fallaría por segunda vez. Viendo, por el sello de la oficina de correos, que la carta ya había estado allí por lo menos durante una semana, se dijo que tendría que escribirle pronto. Si no tenía noticias de ella, comenzaría a preocuparse.

La ira que sentía contra Grant Harrington se fue desvaneciendo después de pasar varias horas en la tranquilidad de su casa. Sin embargo, a las cinco, comprendiendo que no tenía otra alternativa, Devon tomó el autobús para regresar a casa de Grant. En esta ocasión tuvo más suerte con el servicio público de transportación y llegó a la casa unos quince minutos antes de la hora en la cual normalmente regresaba.

Al ver el coche estacionado frente a la casa, comprendió que ese día Grant había roto con su rutina habitual y, preparándose para una buena discusión con él, alzó la barbilla… por todos los cielos, no era una prisionera, se dijo, aunque en su interior comprendió que sí lo era. Prisionera de los deseos del hombre que con toda seguridad haría encarcelar a su padre si ella no brincaba cuando él ordenaba "brinca".

La expresión sombría de su rostro se lo dijo todo al entrar.

– No pensé que ya hubieras regresado. Fui a la casa… para ver si había correspondencia.

– ¿Por supuesto que habrás ido en taxi? -le preguntó con tono seco.

– No se me ocurrió…

– ¡Tomaste un autobús… caminaste desde aquí hasta la parada de autobuses y después de regreso! Eso es más de medio kilómetro, además de lo que hayas caminado después.

A Devon le pareció que estaba más preocupado por lo que había caminado que por el hecho de que no estuviera aquí a su regreso. Ya se sentía cansada del exceso de protección que le daba.

– El ejercicio es bueno para mí -le replicó enfadada.

– Lo recordaré -le respondió, mirándola con ojos llenos de fuego, pero a pesar de ello no intentó acercársele. La dejó sorprendida cuando, extendiendo la mano le dijo-: Las llaves.

– ¿Las llaves? -le preguntó frunciendo el ceño.

– Las llaves de tu casa. Yo recogeré las cartas que te lleguen.

Al acostarse esa noche, Devon pensó de nuevo que era un canalla, ¡canalla, canalla! Por supuesto que había tenido que entregarle las llaves, pues había insistido en ello, aunque pensó, sonriendo, que sabía con exactitud bajo qué maceta en el jardín tenía escondida una llave adicional de la puerta principal.

Disfrutando de ese pequeño triunfo, al siguiente día se despertó menos enfadada, pero cuando Grant regresó esa noche un poco más tarde de lo normal y le entregó una tarjeta postal de su padre y le dijo que había dado la casualidad que había llamado mientras él estaba en la casa, sintió deseos de golpearlo con un martillo.

– ¡Que contestaste el teléfono! -gritó, añadiendo con rapidez-: ¿Qué dijo? ¿Qué le dijiste? -pudo ver la preocupación de su padre en su mente y no ayudó en nada la calma de Grant mientras ella se sentía a punto de explotar, cuando le contestó la segunda pregunta.

– Le dije que te había invitado a cenar y que estabas en el piso superior, arreglándote.

– ¿Qué… qué contestó él?

– Me dijo que había llamado por teléfono un par de veces y que con toda seguridad estabas fuera -le replicó Grant con toda tranquilidad. Con un brillo malicioso en los ojos, añadió-: Le dije que te había visto mucho últimamente, pero que esperaba… verte mucho más.

– Eso no tiene nada de gracioso -le replicó con dureza, sintiendo deseos de golpearlo por su burla-. ¿Y qué te contestó?

– ¿Qué podías esperar? Se comportó como un padre normal, olvidando que era su jefe y me dijo que no eras como las demás jóvenes -se detuvo, observando su mirada asombrada cuando añadió-: Le dije que sabía todo sobre la operación.

– Pero no le dijiste, que sabías la causa por la que él había… robado.

Desapareció la sonrisa y la voz era dura y fría como el hielo cuando le contestó:

– No hablamos del dinero.

Deprimida, observó cómo cambiaba de nuevo la expresión de su rostro, aunque fingía estar leyendo los encabezados del periódico de la noche. Después añadió:

– Aunque pareció pensar que al haberme contado sobre tu operación, me tenías en gran estima.

No se sentía tan deprimida para no contestarle lo que se merecía.

– ¡Qué ideas tan tontas tienen los padres en ocasiones! -pero nunca esperó su respuesta.

– Eso es cierto, aunque… estoy seguro de que piensa que mis intenciones son honorables.

Esa noche le escribió una carta larga y alegre a su padre y, por temor a que sospechara que sucedía algo si no lo contaba, le dijo que en un par de ocasiones había salido con su jefe y que lo había disfrutado mucho.

Pero, después de cerrar la carta y acostarse, preocupada por el hecho de que no le gustaba mentir a su padre, de repente Devon se dio cuenta de que no le había mentido. ¡Había salido un par de veces con Grant y lo había disfrutado! Se cubrió la cabeza con la sábana y trató de dormir. Lo menos que se sentía era confundida.

Y confundida se sintió la mañana siguiente cuando, al despertarse aún muy temprano, ¡vio que Grant se encontraba en su dormitorio! Al instante, con la garganta seca, pensó que había escogido ese momento para reclamar lo que deseaba. Se encontraba bastante aturdida para darse cuenta de que estaba vestido y que, por lo tanto, era poco probable que se quisiera acostar en su estrecha cama.