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– No te asustes -le dijo observando los ojos muy abiertos y leyendo con facilidad sus pensamientos-. Tendré que estar fuera durante varios días… y pensé que quizá me quisieras dar un beso de despedida.

Desapareció el pánico que la dominaba, al percatarse de que estaba vestido con traje pero, por algún motivo, le pareció imposible que no regresara esa noche.

– Con todo gusto -le contestó, haciendo todo lo posible para mostrar ironía en la voz.

Hizo un esfuerzo para incorporarse, pero se dio cuenta de que no era necesario, pues Grant se había sentado en el borde de la cama y la había tomado en sus brazos. Mientras él le cubría la boca con la suya, sintió el íntimo contacto de su cuerpo, por lo que, cuando su beso se hizo más intenso, Devon le pasó las manos por los hombros, encontrándose pronto recostada y con el cuerpo de él sobre el suyo.

Pensándolo más tarde, se dijo que ella no lo abrazó, pero su beso la había perturbado… eso sí tuvo que reconocerlo. De pronto, Grant se apartó y se dirigió con rapidez hacia la puerta, como si se le hiciera tarde. A pesar de ello, le quedó tiempo para dirigirle una última mirada y decirle con tono burlón.

– Trata de no extrañarme mucho -pero después, con tono serio, añadió-: Y procura estar aquí el viernes cuando yo regrese.

Capítulo 9

Ese miércoles que Grant se fue, Devon aprovechó que se había levantado temprano para ir a la oficina de correos a enviar la carta para su padre, antes de la llegada de la señora Podmore. Esta ya había llegado a su regreso y cuando le dijo que el señor Harrington había salido de viaje, le contestó:

– Lo hace con frecuencia, aunque es una lástima que haya tenido que salir mientras está usted aquí. Me imagino que se sentirá sola en esta casa tan grande.

No se sintió sola, se dijo Devon esa noche cuando se acostó, aunque pensó que a él no le habría costado ningún trabajo hacerle una rápida llamada… incluso sabiendo que ella no contestaría el teléfono. ¡No se dio cuenta de que esa forma de pensar era realmente ilógica!

El jueves parecía no terminar nunca; no sonó el teléfono, la casa estaba tranquila y por lo tanto no era de extrañar que se sintiera aburrida. Se dijo, recordando su comentario antes de partir, que no era posible que lo estuviera extrañando.

La noche anterior no había dormido bien, pero esa noche, cuando intentó hacerlo, fueron tantas las cosas en que pensó que apenas pudo dormir.

Comprendía muy bien por qué Grant no tenía tiempo para llamarla, pero le molestaba pensar que fuera por la compañía de alguna mujer atractiva y experimentada. Después de todo, ¿qué le importaba a ella con quién estuviera? ¿Qué le importaba quién fuera la que lo tuviera tan ocupado, que se había olvidado por completo de la mujer menos experimentada que estaba en su casa? Una mujer a quien le había dicho con dureza antes de irse: "procura estar aquí cuando regrese".

¡Al demonio, no estaré aquí cuando regrese! se dijo furiosa… pero, después, una avalancha de pensamientos le impidió dormir. ¿Cómo podría irse? ¡Tenía que pensar en su padre! ¡Oh, cielos, su cita con el doctor McAllen era para el próximo lunes… y si su padre decidía venir para acompañarla!…

Poco después de quedarse dormida, o al menos así le pareció, Devon abrió los ojos, comprendiendo que ya era hora de levantarse. Podía haberse quedado acostada unas cuantas horas más para reponerse del sueño que le había faltado esa noche, pero, al pensar en la señora Podmore, se levantó con trabajo. Con toda seguridad pensaría que estaba enferma si no estaba levantada a su llegada.

Sin embargo, mientras se bañó, se vistió y bajó la escalera, siguieron dándole vuelta en la mente aquellos pensamientos que la habían mantenido despierta toda la noche.

– Buenos días, señora Podmore -la saludó alegremente a su llegada a las nueve.

– Buenos días señorita Johnston -le contestó la señora Podmore, mirándola con fijeza-. Parece un poco cansada esta mañana. ¿Se siente bien?

Pensando que con toda seguridad tenía unas ojeras enormes, Devon le sonrió.

– Estoy bien, muy bien -antes de que la señora Podmore le sugiriera que se sentara a descansar, mientras le preparaba una taza de té, añadió-: El señor Harrington regresa hoy.

La señora Podmore le sonrió.

– Me imagino que ya lo está deseando, aunque pienso que el señor Harrington la habrá llamado todas las noches, para asegurarse de que sigue bien.

Devon le sonrió, como indicándole que Grant había llamado continuamente, aunque para la señora Podmore eso le pareció lo más normal. ¡Bueno, si no se había molestado en llamarla, se podía ir al diablo! Por el simple hecho que le había quitado las llaves de su casa comprendió que no quería que fuera allá. Mala suerte para él, pensó, pues si a su padre se le ocurría regresar no iba a permitir que, cuando llegara a la casa, se diera cuenta de que había estado abandonada durante tanto tiempo.

– El doctor me dijo que me ayudaría a hacer un poco de ejercicio, así que voy a dar un paseo esta mañana -viendo la preocupación en el rostro de la señora Podmore, añadió-: Por supuesto que si me fatigo tomaré un taxi, aunque lo más seguro es que me quede a comer en la ciudad.

A las diez y media llegó al cobertizo del jardín de su casa y, con satisfacción, sacó la llave que tenía escondida.

Burlándose en su mente de Grant Harrington, entró en la casa y abrió todas las ventanas antes de comenzar a trabajar. Primero hizo un pastel de frutas, pastas y, por último, limpió la cocina antes de reunir los objetos de bronce de todas las habitaciones y pulirlos a conciencia.

Quedaban pocos comestibles en la despensa por lo que, confiando en que su padre no vendría ese fin de semana, decidió que, por si acaso, lo mejor era comprar algunos.

Las compras le tomaron más tiempo del que había pensado y ya eran las cuatro de la tarde cuando logró guardar todo y se sentó a comer.

Otra vez Devon limpió la cocina y poniendo a enfriar el pastel decidió dar una rápida sacudida a todos los muebles para quitarles el polvo. Una vez que terminó en el piso superior cerró todas las ventanas y bajó, pero al llegar a la sala se sentó un momento en el sofá ya que se sentía muy cansada. Pero había algo que la hacía sentirse feliz, algo que no había sentido desde aquel día de su llegada a Suecia; había recorrido las tiendas, había subido y bajado muchas veces las escaleras y ¡oh, maravilla… a pesar de lo cansada que estaba, no había sentido la menor molestia en la cadera!

Se recostó en el sofá y, sonriente, se acomodó… cerrando los ojos.

En el momento en que se despertó y abrió los ojos recordó que cuando se había recostado era pleno día, y precisamente la luz eléctrica era lo que la había despertado. Parpadeando, dejó escapar una exclamación al ver, más furioso que nunca, a Grant Harrington de pie junto a la puerta, con la mano aún sobre el interruptor de la luz.

En ese instante comprendió que había estado dormida durante horas e hizo un esfuerzo para no parecer asustada al verlo acercarse y le preguntó:

– ¿Qué… qué hora es?

– ¡Hora de que tengas un poco de sentido común! -fue su respuesta no muy agradable.

Sus largos brazos la tomaron y la hicieron levantarse y sin esperar a que ella lo hiciera, le desabotonó y le quitó la bata que se había puesto encima de la ropa, comprendiendo de inmediato qué era lo que había estado haciendo.

– Ponte los zapatos -le ordenó.

Devon obedeció las instrucciones que le daba entre gruñidos, comprendiendo, cada vez con más claridad, lo que había sucedido. Era evidente que acababa de llegar a la casa cansado y se puso furioso al ver que tenía que salir de nuevo a buscarla.