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– ¡Estuvieron bien los negocios? -se atrevió a preguntarle… y, sintiendo que de nuevo aumentaba el enfado que sentía hacia él por no haberla llamado por teléfono, añadió-: «¡O llegas tarde debido a otra clase de negocios?

Durante un momento pensó que iba a callarla con una de sus respuestas breves y secas, pero en vez de ello vio un brillo en sus ojos que no pudo comprender y le dijo:

– No estoy de humor para hacer caso de tus pequeños comentarios celosos. Son casi las once, así que vámonos.

– ¡Celosa yo! -ante su acusación se negó a moverse-. ¡Dios mío, debes haber trabajado en exceso!

Al decirle eso observó que había terminado de agotar su paciencia.

– ¡Vamos -replicó él-, o puedes estar segura de que te cargaré!

Ante el tono de su voz, Devon se movió con rapidez, pero en ese momento recordó algo y regresó a la cocina.

– Hice un pastel.

Mientras lo guardaba, Grant se enfureció aún más y escuchó que le decía con violencia:

– No me extraña que estuvieras dormida cuando llegué. ¡Has estado de pie todo el día!

– No soy una inválida -le replicó.

Apenas le dio tiempo a cubrir el pastel y dejarlo sobre la mesa de la cocina, pues en ese momento Grant Harrington explotó.

Como si no pesara nada, la alzó en sus brazos y, apagando las luces a su paso, salió con ella al exterior. No la bajó cuando llegaron al coche, sino que abrió la puerta de su lado y, sin decir una sola palabra, la dejó en el asiento… de inmediato Devon se sintió asustada.

El regreso a la casa fue en medio de un silencio total y Devon pensó que cuanto más pronto se acostara, sería mejor para ella. Quizá por la mañana, cuando él hubiera recuperado la calma, podría decirle que no había trabajado tanto ese día. Tal vez después de una noche de descanso, se le calmaría la tensión nerviosa.

Cuando llegaron a la casa, él continuó con la misma calma amenazadora. Devon no esperó a que diera la vuelta para ayudarla a bajar, pensando que si no lo hacía con rapidez era capaz de cargarla de nuevo y lanzarla hacia el interior de la casa.

Antes de que la alcanzara ya había abierto la puerta y estaba entrando en el vestíbulo. Él encendió la luz y pensando que lo mejor sería no hacer comentario alguno y acostarse, miró hacia la escalera. Ya había avanzado un par de pasos hacia ella cuando escuchó la voz de Grant a sus espaldas.

– ¿Comiste?

Comprendió que, a pesar de lo furioso que estaba, se preocupaba por su bienestar.

– Sí, gracias -contestó con sequedad-. Buenas noches, me voy a acostar.

Había llegado justo al pie de la escalera cuando su voz, desde el mismo lugar exacto de la vez anterior, le indicó que no se había movido.

– Devon.

¡No le gustó la amenaza en su voz! Sin embargo, se detuvo y, comprendiendo que tenía algo más que decirle, se dio vuelta para mirarlo.

Vio en su rostro todavía esa expresión tranquila, pero algo en su mirada le hizo sentir que era capaz de cobrarse una deuda sin necesidad de dinero y se sintió atemorizada.

Tenía razón al asustarse, y la causa la descubrió muy pronto. Su voz fría la dejó paralizada al escuchar que le decía.

– El hecho de que no seas una inválida hace que ya puedas dormir… en la cama grande.

¡La sonrisa que le dirigió en respuesta a su mirada atónita, le dijo todo lo que necesitaba saber! En ese momento comprendió que debería sentirse feliz de que al fin algo sucedería, para liberar a su padre de la suerte que le esperaba.

Se lavó y se puso la ropa de dormir en la habitación que había usado siempre, menos aquella noche. Ahora comprendía por qué Grant estaba tan furioso con ella; no era sólo porque lo hubiera desobedecido y no se encontraba en la casa a su regreso. En ese momento comprendió, con toda claridad, mientras dejaba su habitación y entraba en el dormitorio de la gran cama, que la había hecho descansar, que no la había tomado durante esas semanas que él consideró como un período de convalecencia, preparándola para que estuviera lista para pagar la deuda de su padre.

Grant no había querido correr el riesgo de que lo desilusionara de nuevo con algún gemido de dolor, pero era evidente que esa noche ningún gemido o cualquier otro contratiempo le importaría. Estaba tan furioso con ella por haberse cansado haciendo el trabajo de la casa y cocinando… sin saber que en realidad se había quedado dormida en el sofá porque apenas pudo dormir la noche anterior… esta noche estaba tan furioso con ella, que la haría suya sin importarle la operación.

El decirse que debería sentirse contenta, porque al fin había llegado el momento, no la ayudó a tranquilizar el nerviosismo que sentía, mientras se quitaba la bata y se acostaba en la gran cama. Al igual que la vez anterior, apagó la lámpara junto a la cama dejando oscura la habitación. Comenzó a rezar, pero con poca esperanza de que, a pesar de lo enfadado que estaba, no la tratara con brusquedad. Y, al igual que la vez anterior, esperó con paciencia y resignación.

Pasaron lo que a ella le parecieron siglos, antes de que el ruido de la puerta del dormitorio, abriéndose, hiciera presurosos los latidos del corazón. De nuevo Grant no encendió la luz, se movió con rapidez en la oscuridad y pronto estaba junto a la gran cama, acostándose, pero sin tocarla.

Esperando que en cualquier momento él la tomaría en sus brazos, Devon permaneció tensa. Más tarde lo escuchó preguntarle con voz en la que no se reflejaba enfado alguno.

– ¿Estás despierta?

Durante un instante se preguntó si al no contestarle, la dejaría tranquila pensando que estaba dormida. Apartó de su mente ese pensamiento loco; ¿qué otra alternativa tenía más que contestarle? Su padre podía regresar en cualquier momento.

– Sí… sí -le contestó con voz ronca y comenzando a temblar, pensando que en cualquier momento la tomaría en sus brazos.

Sintió agitarse las sábanas mientras se movía, pero, atontada, oyó que le decía.

– Entonces, duérmete.

Sin poder creerlo, se dio cuenta de que ¡se había vuelto de espaldas a ella!

¡Estaba jugando con ella! ¡No había pensado hacerlo! ¿Qué hacía en esta cama si no?… ¿Habría cambiado de idea? ¿Habría desechado por completo su propósito? Su padre…

El ruido de su respiración tranquila le indicó que Grant no había estado jugando con ella. ¡Con toda seguridad había trabajado en exceso y se encontraba agotado! De inmediato, le vino a la mente otro pensamiento: se había agotado, pero no de trabajar. El que hubiera saciado sus deseos con otra mujer la hizo sentirse enfadada. ¿Cómo se atrevía a hacer esto? pensó, furiosa contra él y recordando con un estremecimiento, su comentario de que estaba celosa.

Tonterías, se dijo, sabiendo perfectamente bien que no estaba nada celosa. Era sólo por la amenaza que aún pendía sobre su padre el que se sentía tan enfadada.

Sus pensamientos comenzaron a desvanecerse y se le cerraron los ojos. La cama estaba cálida y cómoda y en unos pocos minutos más se olvidó de que la compartía con Grant.

Con las primeras luces del amanecer entrando por la ventana, Devon se movió, dormida, y chocó contra el pecho desnudo de un hombre. No acostumbrada a encontrarse algo en su cama, se despertó al instante, retirando la mano con rapidez.

Pero le resultó extraño no sentirse ni sorprendida ni preocupada de que Grant ya no estaba de espaldas a ella sino que se había movido durante la noche y ahora estaba dormido con un brazo alrededor de sus hombros y que sus cabezas estaban casi juntas.

Despierta por completo, se preguntó por qué ese brazo le resultaba tan cómodo y al mismo tiempo se preguntó si Grant también estaría despierto. Su respiración era tranquila, así que con seguridad aún dormía, pensó, alzando la cabeza para contemplarlo.

Se sintió sorprendida al ver la expresión de su rostro dormido. Con los ojos cerrados, parecía extrañamente feliz de tenerla en sus brazos… eso era ridículo, pues al no haber sentido cuando él la tomó en sus brazos, tuvo que ser hecho de forma inconsciente, pero lo que la sorprendió y le hizo dar un pequeño brinco sobresaltada, como si de forma inesperada hubiera recibido una descarga eléctrica, fue la súbita comprensión de que… ¡estaba enamorada de él!