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Apartó la vista de su rostro, sin poder creerlo. ¡No podía ser cierto! ¡Si la noche anterior casi lo había odiado! Lo miró de nuevo y sintió una sensación tan intensa de ternura hacia él, que comprendió que era cierto, que ella, Devon Jonhston, estaba enamorada de Grant Harrington.

Ese sentimiento de abrumadora ternura se apoderó de ella y, sin poder contenerse, sin hacer ruido, le dio un suave beso en el hombro.

Lo amo, pensó y sin importarle que Grant no la amara se sintió llena de tranquilidad. Se sintió segura en sus brazos… y lo amaba. Amándolo y dándose cuenta de que se sentía agotado y que quizá no se despenaría en unas cuantas horas más, no pudo resistir el deseo de besarlo de nuevo.

Sólo que esta vez, cuando le besaba el hombro, se movió. Con rapidez retrocedió, pero, al hacerlo, sintió que el brazo que la rodeaba la apretaba con más fuerza. Al mirarlo al rostro sabía que esos ojos grises estaban abiertos y fijos en ella, que había sido la sensación de sus labios lo que lo había despertado.

– No… no quise… despertarte.

– Me gustaría que me despertaran así todas las mañanas -le contestó con suavidad, sonriéndole.

El amor que sentía hacia él, hizo que le devolviera la sonrisa, sin pensar en apartarse. Lo amaba y nunca se había sentido tan unida a él.

Le pareció natural que él alzara la cabeza de la almohada para besarla y, de igual manera, le pareció natural que lentamente, la hizo volver para después acostarse sobre ella, besándola con ternura.

Había una sonrisa en sus ojos cuando se apartó de ella.

– Eres hermosa -susurró, besándole los ojos-. Tus ojos son lindos, todo en ti es bello.

Cuando la besó de nuevo, Devon alzó los brazos y lo abrazó, y mientras su beso se hacía más profundo y largo, desapareció todo pensamiento de su cabeza, olvidándolo todo. Amaba a Grant.

No sabía ni le preocupaba lo que mostraba en su mirada, pero cuando Grant la miró, besándola de nuevo, escuchó cómo le decía en un susurro:

– Mi amor.

Lo abrazó con fuerza y de nuevo se miraron a los ojos, mientras él observaba su piel sonrosada y la ternura con la cual lo miraba.

– Te deseo -le dijo con voz ronca-. ¿Me deseas, Devon?

Su respuesta fue acariciarle el cabello, tomándole la cabeza con la mano y acercarla, besándolo con los labios entreabiertos.

Aumentó el sonrojo de su piel ante las caricias de sus manos, ante sus besos. Le devolvió beso por beso, mientras le acariciaba y besaba lo senos. Sintió cómo aumentaba la necesidad que sentía de él, mientras Grant, sin apresurarse, la excitaba cada vez más.

De repente, todo terminó… de forma tan brusca que de nuevo la dejó confundida. Había lanzado un quejido de felicidad ante lo que sentía por el contacto de sus manos y fue ese gemido de placer lo que hizo que, a pesar del fiero deseo que sentía de ella, la soltara, apartándose.

Sorprendida al ver que, como si le hubieran echado agua hirviendo, Grant salió con rapidez de la cama, lo escuchó maldecir con voz baja y aún con las mejillas encendidas por sus caricias, lo vio, sin poder creerlo, que sin volverse a mirarla, se había puesto una bata y con la misma velocidad y fuerza de un huracán, había salido de la habitación.

Atontada, se quedó sentada en la cama, mirando hacia la puerta por la que había desaparecido con tanta rapidez Grant. Sin embargo, se le estaba aclarando la mente y se dijo que tenía que comprender por qué se había ido en esa forma. Pensó que su gemido de felicidad le había hecho recordar aquel otro de dolor… haciéndole volver a la memoria la idea de que aún no había sido dada de alta por completo por el médico. O quizá comprendió que al tratar de entregarse en la forma en que lo había hecho ¡significaba que lo amaba!

La vergüenza que sintió, hizo que se le encendieran las mejillas. Se sintió dolorida al darse cuenta de que, como una tonta, se había enamorado de él, de que él no quería su amor y que no tenía intención de dejarse atrapar por una mujer que, evidentemente, no querría dejarlo después de que se cansara de ella.

Fue entonces cuando recordó de nuevo a su padre, sintiéndose abrumada por la preocupación. ¿Qué le pasaría a su padre ahora que Grant había decidido no hacerle el amor a ella?

Una hora más tarde, bañada, vestida y confiando en que pudiera aparentar más tranquilidad de la que sentía en realidad, Devon pensó que ya había reunido el suficiente valor para bajar y enfrentarse a Grant Harrington.

Al entrar en la sala en donde él se encontraba, vio que ya se había afeitado y vestido, pero la expresión de su rostro era inescrutable.

– Yo… -comenzó a decirle con frialdad, sólo para ser interrumpida de inmediato.

– Recoge tus maletas -le ordenó con sequedad.

– ¿Recoger las maletas? -exclamó, sintiendo que en su interior se mezclaban el temor, la preocupación por su padre, junto con un profundo dolor porque Grant no quisiera su amor.

– Te voy a llevar de regreso a tu casa -le aclaró.

– Pero… -no podía soportar el dolor, pues tenía que permanecer aquí y por el bienestar de su padre tuvo que reprimir el deseo de decirle: "No te preocupes por llevarme, puedo ir sola"-. Pero yo… nosotros… -¡Oh, Dios, esto era terrible!-. Aún no hemos… -no pudo encontrar las palabras para seguir, pero, con terquedad, se quedó inmóvil allí-. ¿Y qué sucederá con mi padre?

– ¿Vas a recoger tus maletas o lo tendré que hacer yo por ti? -le preguntó con brusquedad.

Nunca había pensado que pudiera ser tan terca, pero al ver que no le contestaba la pregunta tan importante que le había hecho, decidió quedarse allí todo el día, si era necesario.

– No puedes acusarlo -lo retó-. Vine aquí decidida a… hacer todo lo que me pedías… aún lo estoy.

Con indiferencia, Grant se encogió de hombros, mientras se volvía de espaldas hacia ella, replicándole con palabras secas y amargas que la lastimaron:

– Si tuvieras más experiencia -se sintió segura de que había un tono desdeñoso en su voz-, te habrías dado cuenta de que la forma más segura de matar el deseo de un hombre es que una mujer se le lance a los brazos.

Se alegró de que estuviera de espaldas a ella para que no pudiera ver el intenso rubor que le cubrió las mejillas. A pesar del amor que sentía por él, pensó: ¡eres un canalla! Sin embargo, cuando le habló, su voz sonó tranquila y fría.

– Cuando vine aquí estaba dispuesta a cumplir con la parte que me correspondía de lo que convenimos. Ahora no puedes arrepentirte de tu promesa de no llevarlo a los tribunales.

A él le molestaba que le dijera lo que podía o no hacer y fue evidente en la forma en que se volvió hacia ella con violencia, exclamando con voz ronca:

– ¡Haré lo que me plazca!

Sintió la garganta seca ante la amenaza escondida en sus palabras, pero no estaba dispuesta a ceder.

– ¿A escondidas de él? Mientras está en Escocia…

– Ya le hablé por teléfono -le replicó con desdén y furioso-. Ya se han hecho todos los arreglos necesarios para que regrese por avión hoy.

Completamente aturdida, exclamó:

– ¿Que tú has… que él?… -tartamudeó, dominada por el temor. Ahora más que nunca deseó golpearlo, al ver que había desaparecido por completo su enfado, al darse cuenta de que la dejó por completo anonadada, diciéndole con toda tranquilidad:

– Ahora, ¿quieres ir a recoger tus maletas?

Capítulo 10

El domingo, Devon despertó en su propio dormitorio. Su padre había regresado la noche anterior y su aspecto había cambiado completamente, estaba contento y deseoso de burlarse de ella por sus salidas con Grant.