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Se levantó, vistiéndose para bajar, confiando en que su padre no siguiera, por la mañana, sus burlas de la noche anterior.

Mientras entraba en la cocina pensó que él no se daba cuenta de que su libertad aún estaba en peligro. Anoche le había dicho que no tenía la menor idea del motivo por el que Grant le pidió que regresara pero aunque todavía no hubiera decidido si podría volver a la oficina el lunes, de todas formas había traído bastante trabajo con el para trabajar toda la semana siguiente en la casa.

– Aunque -añadió con los ojos brillantes de burla- no me extrañaría que hablara con alguno de nosotros dos antes del lunes.

Se había ruborizado, dándose vuelta, al ver en los ojos de su padre, a quien le resultaba imposible pensar que cualquier hombre que hubiera salido con ella un par de veces no lo siguiera haciendo. Comprendió que debería prevenirlo para el terrible destino que le esperaba pero no encontró palabras para hacerlo.

– Me quedé dormido -le dijo Charles Johnston, al entrar alegre en la cocina-. Sólo quiero algo ligero de desayunar y me pondré a trabajar en el comedor. ¿Crees que podremos comer en la cocina?

– Claro que sí, nunca soñaría en interrumpir tu trabajo -le afirmó Devon, sonriéndole, deseando en su interior decirle que no perdiera el tiempo haciendo trabajos que no eran necesarios… pero comprendió que no podría hacerlo.

Su padre regresó a la cocina a la hora de la comida, que se alargó más que el desayuno. Durante la misma, Devon se dio cuenta de que la estaba contemplando con cuidado.

– ¿Hay algo que te preocupa, Devon? -le preguntó con el rostro serio, al ver que apenas había probado la comida.

Esa era la oportunidad de decírselo, pero al ver el rostro querido, el cabello prematuramente blanco, sintió que debería dejarlo sentirse feliz durante un poco más de tiempo.

– No, nada -le contestó sonriendo… pero su padre la conocía muy bien, aunque, desde luego, no se podía imaginar de lo que se trataba.

– No te preocupes, estoy seguro de que Grant te hablará -le dijo con tono afectuoso, aunque ella sabía bien que la única comunicación que recibirían de Grant sería a través de su abogado. Después añadió, como si de repente se diera cuenta de lo que sucedía-: Ah, ¿no se trata de Grant, no es cierto? Es tu cita con el doctor McAllen mañana. Siempre te has puesto nerviosa antes de ir a verlo.

Cuando él salió de la cocina para volver al trabajo, Devon sintió deseos de llorar. Tuvo que hacerle creer que su único problema era la cita de mañana con el médico. Había estado a punto de llorar cuando él trató de tranquilizarla diciéndole:

– El doctor Henekssen dijo que tu última operación fue un éxito, ¿no es cierto? -ella le había sonreído y lo abrazó, sintiendo que no era justo: él cometió un robo, pero no en beneficio propio sino para el de ella.

Todavía no era muy noche cuando sonó el timbre de la puerta. Su padre había regresado a trabajar al comedor, después de un breve descanso, para tomar una taza de té y un emparedado, por lo que Devon fue a abrir la puerta.

Recordando lo que él había dicho de que Grant le hablaría, aunque incrédula, Devon no pudo evitar que le latiera el corazón con rapidez, mientras se dirigía a la puerta. Sin embargo, cuando la abrió y vio a Grant allí, mirándola con tranquilidad, como si nunca le hubiera dicho aquello de que: "la forma más segura de matar el deseo en un hombre es que una mujer se le lance a los brazos". Lo invitó a que pasara, volviéndose de espaldas a él, para que no viera el color rojo intenso en su rostro.

Fue Grant quien cerró la puerta y fue quien habló primero, pues ella no encontraba las palabras para decirle algo.

– He venido a ver a tu padre -le dijo con frialdad y el temor que sintió ella, hizo que se volviera con rapidez, mirándolo al rostro arrogante-. En privado -añadió.

– ¿Para qué quieres verlo? -le preguntó con sequedad, amándolo pero al mismo tiempo deseando golpearlo-. Si vas a preocuparlo quiero estar con él en ese momento -le dijo con vehemencia, sin importarle la mirada irritada que le dirigió.

– ¿Preocuparlo? -le preguntó molesto-. ¿Es que todavía no me conoces? Cielos, mujer, hemos vivido juntos…

– ¡Cállate! -le replicó-. No quiero que mi padre…

El escuchar que se abría la puerta del comedor, hizo que se callara. Era su padre que venía hacia el vestíbulo con la mano extendida, mientras decía:

– Me pareció haber escuchado su voz, Grant -al ver cómo le estrechaba la mano, Devon se sintió tranquila, pues sí su padre hubiera escuchado el comentario de Grant, nunca lo habría hecho.

– ¿Cómo va ese estudio? -le preguntó a su padre.

– Estoy trabajando en él.

– Si no le importa, quisiera verlo -le dijo Grant y los dos hombres entraron en el comedor, sin hacerle caso a ella. Grant regresó y cerró la puerta.

¡Canalla, cerdo! pensó, regresando a la sala, pero dejando la puerta abierta, mientras se sentía bañada en sudor. Una parte de su ser deseaba entrar y hacer que Grant Harrington dijera lo que tuviera que decir, frente a ella, mientras que la otra parte le recordaba que él le había dicho: "¿Es que todavía no me conoces?" En ese momento pensó: ¿cómo podría vivir con este hombre, reír con él, amarlo, si al final privaría a su padre de su libertad?

Tenía que haber algo en Grant que no fuera duro, agresivo y brusco, para que ella lo amara. Recordó sus tiernas caricias, pero no era sólo eso. Era sarcástico, pero también bondadoso. Había insistido en comprarle un traje de baño para que pudiera solearse. También fue considerado con ella, pero al mismo tiempo recordó que en dos ocasiones pensó que lo había olvidado todo y perdonado a su padre, sólo para percatarse de que no era cierto.

Le pareció que había transcurrido una hora antes de que oyera abrirse la puerta del comedor y cuando Grant salió, ya estaba allí, esperándolo y mirándolo furiosa.

– ¿Has estado escuchando junto a la puerta, Devon? -le preguntó frunciendo el ceño.

Ella pasó por alto su sarcasmo y le preguntó:

– ¿Qué le has dicho? -sin esperar su respuesta, intentó entrar, diciéndole-: Tengo que ir con él.

Una mano firme evitó que entrara, obligándola a acompañarlo hasta la puerta principal; allí se quedó parado, mirándole el rostro, serio y hostil. Era evidente que no pensaba contarle lo que habían hablado; en vez de ello, le preguntó:

– ¿Es para mañana tu cita con el médico?

¡Ya esto era intolerable! se dijo Devon, haciendo un tremendo esfuerzo para contener la furia que sentía al ver que la obligaba a quedarse allí con él, cuando lo que deseaba era ir a ver a su padre.

– ¿No me digas que lo has olvidado? -le replicó con tono lleno de sarcasmo.

– ¿A qué hora es la cita?

Furiosa, pero aparentando calma, Devon comprendió que cuanto más pronto le contestara la pregunta más rápido la dejaría ir.

– A las cuatro -le dijo con sequedad… y escuchó sorprendida cómo él, después de pensarlo un rato, le respondía:

– Tal vez exista la posibilidad de que a esa hora me encuentre libre para que te lleve en mi auto al consultorio.

– ¿Que tú me… -sin poder creerlo, lo contempló; después, recuperándose le recriminó de inmediato con firmeza-. ¡No quiero nada de ti, Grant Harrington!

Ahora que ya conocía su forma de mirar, comprendió que lo que le iba a decir no le gustaría.

– No me pareció que opinaras así, ayer por la mañana.

– ¡Canalla! -le dijo con violencia, pero sonrojándose la mismo tiempo.

– Cuando te veo así -le respondió Grant, arrastrando las palabras y con una mirada maliciosa, al observar su intenso sonrojo-, me siento inclinado a olvidar mis principios.

Ella había visto antes esa mirada, esa mirada diabólica en sus ojos que le decía que, sin importar si en aquellos momentos lo había desilusionado, en este instante volvía la necesidad que sentía de poseerla. Sin embargo, estaba segura de que había destruido a su padre con lo que le mencionó, estaba convencida de ello y por ese motivo le dijo con frialdad: