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Al acercarse a la casa, pensó que esa hora con seguridad Grant se encontraría de regreso de la oficina, pero al llegar frente a la misma observó que su coche no estaba… Grant no estaba en casa.

No pudo explicarse por qué siguió caminando, estaba bastante confundida para pensar en nada; incluso tocó el timbre de la puerta una vez que subió los escalones.

Era evidente que nadie le abriría, pero, a pesar de todo, no pudo moverse de allí. Su terquedad no le permitía reconocer su derrota, no después de haber llegado tan lejos, pues sabía con seguridad que si no veía hoy a Grant, no lo vería nunca más, y nunca tendría el valor para visitarlo de nuevo.

Cuando estaba allí parada, recordó de repente que tenía en el bolso la llave de la casa. Al mismo tiempo, pensó que su padre estaría en casa y que tal vez estaría preocupado por su tardanza.

Eso pareció decidirla. Dependiendo del tránsito, todavía le quedaban a su padre otros cuarenta y cinco minutos para empezar a preocuparse por ella porque no regresaba.

Abrió la puerta principal y entró en la sala, donde sabía que encontraría un teléfono. Sin embargo, después de marcar el número de la casa y decir a su padre que estaba sana, que el médico McAllen le había dicho que su colega Henekssen hizo una operación perfecta, se dio cuenta de que no comprendía lo que decía su padre sobre algo relacionado a que había una "equivocación".

– ¿Desde dónde me hablas, Devon?

Después de despedirse de él, había colgado el auricular y fue entonces que, asombrada, se preguntó qué estaría pensando su padre por la respuesta que le había dado:

– Estoy en casa de Grant.

Sintiéndose de repente débil, se sentó e hizo un esfuerzo para recuperarse. Diez minutos después lo logró parcialmente, pudiendo comprender que, feliz ante lo que le había dicho el doctor McAllen, llena de amor hacia Grant, necesitando estar con él… había inventado disculpas para verlo, cuando la realidad era que había deseado que Grant fuera el primero en enterarse. ¡En medio de la necesidad que sentía de compartir su alegría con él, no había recordado que aquel a quien ella quería no la amaba a su vez!

Se levantó y se dirigió hacia la puerta a toda prisa, sonrojándose al pensar qué diría Grant si entrara y la encontrara allí, sentada en su sofá. Cruzó el vestíbulo, abrió la puerta y salió al exterior, quedando paralizada al escuchar el rugido del motor del auto que llegaba a toda velocidad.

Se detuvo el coche y vio que Grant saltaba de él, dirigiéndose con rapidez hacia donde ella se encontraba. Vio la expresión sombría de su rostro y no le extrañó cuando la tomó por el brazo y le gritó:

– ¿Qué demonios haces aquí?

Capítulo 11

Se estremeció al ver a Grant tan furioso como nunca lo había visto antes. Era evidente que se sentía muy molesto por su descaro al venir a su casa y haber entrado. Igualmente obvio era el hecho de que, aunque en un momento la había deseado, ahora no le interesaba.

– Me… marchaba ahora mismo -le respondió, apartándose de él, pero la forma en que le apretó el brazo le indicó que no la dejaría ir.

– ¡Un demonio, si crees que te vas!

Y por si no lo había entendido la empujó con violencia haciéndola entrar de nuevo en la casa. No le dijo una sola palabra hasta que estuvieron adentro y le hizo dar vuelta, quedando frente a frente, en la sala.

Trató de recuperar el control de sí misma, diciéndose que no le temía, a pesar del brillo peligroso que vio en sus ojos. Pero no le dio tiempo, pues de repente le gritó:

– ¿En dónde demonios has estado? -sin darle tiempo a contestar añadió-: ¡Deberías haber llegado a tu casa por lo menos hace una hora! -después, bastante enfadado para darse cuenta del asombro con el cual ella lo miraba, le volvió a gritar-: ¡Y no me mires con esos ojos inocentes! Al no regresar directamente a la casa nos has tenido a los dos muertos de miedo.

– ¿Miedo? -le preguntó, haciendo un esfuerzo para entender lo que le había dicho-. ¿Los dos?

– A tu padre y a mí -le replicó con tono cortante.

– ¿Estabas… en casa? -le preguntó casi sin voz, deseando sentarse, pero temerosa de que si lo hacía sin pedirle permiso, la levantara con violencia.

– Allá estaba, cuando al fin tuviste a bien llamar por teléfono.

– Lo siento.

– ¡Claro que debes sentirlo! -le replicó-. ¡Nos tenías muy preocupados!

– ¿Preocupados? -se atrevió a preguntarle.

– Pensamos que te habían dado malas noticias sobre la cadera -le dijo mirándola con fijeza.

¿Estaba diciéndole Grant que él, así como su padre, se habían preocupado por ella? Casi sin aliento, pudo decirle:

– Yo… lo siento si… si se han preocupado, pero no había necesidad alguna… estoy… bien. El doctor McAllen…

– Ya lo sabemos -le recriminó él-. Llamé al consultorio, al ver que no regresabas.

– ¿Que tú… llamaste por teléfono?

– Iba a salir a buscarte, pero tu padre pensó que podías llegar en cualquier momento.

– ¿Que ibas a buscarme? -exclamó sorprendida.

– Te habría llevado a la cita -le replicó irritado-, si no me hubieras dicho que tu padre pensaba acompañarte.

– Oh -recordó que le había parecido que su ofrecimiento era sólo si no tenía trabajo en la oficina, pero, tratando de defenderse, se sintió obligada a explicarle-: Él hubiera venido conmigo sólo que… bueno, como el trabajo que está haciendo para ti es tan importante para él…

– Nada es más importante para él que tú -le dijo Grant-. ¿Crees que cualquier trabajo habría evitado que te acompañara… si no fuera porque tu felicidad significa para él?

Desesperada, Devon trató de comprender lo que le decía, pero fracasó.

– Pero no lo comprendo -tuvo que confesar-. Él no insistió cuando, al ver lo interesado que estaba en el trabajo que estaba haciendo para ti, le dije que deseaba ir sola.

– Claro que no insistió -le dijo Grant con tono cortante. Después se detuvo y la miró con expresión cansada-. Siéntate por favor.

Devon se sentó en el sofá y Grant, a su vez, lo hizo a su lado, diciéndole con voz más calmada.

– Tu padre no insistió porque… -se detuvo, como buscando las palabras correctas, añadiendo-: Por lo que… él y yo hablamos anoche… tu padre pensó que si yo no te acompañaba a la cita te iría a buscar al consultorio.

Al instante se sintió dominada por el pánico.

– ¿No le habrás dicho lo que acordamos?

– ¡Oh, por todos los cielos! -le pareció que ya no estaba furioso-. ¡Al demonio con cualquier convenio que hayamos hecho! -replicó, haciéndola dar un brinco.

– ¡No es necesario gritarme! -le recriminó furiosa, recordando su orgullo lastimado-. Te oí muy bien cuando me dijiste que ya no me deseabas.

– ¡Por supuesto que te deseo! -le gritó-, ¡el desearte me ha estado volviendo loco! -le pareció que el corazón quería saltarle del pecho al escucharlo-. Pero no le dije a tu padre del pacto que habíamos hecho, sólo porque…

– Porque pensaste que él preferiría ir a la cárcel antes de que yo me entregara…

– Porque sabía que tú no deseabas que lo supiera.

Esas palabras la dejaron aturdida durante un momento. Recordó la expresión sorprendida de su rostro la noche anterior, cuando ella le había dicho que se callara, temerosa de que su padre pudiera escuchar lo que él decía respecto a vivir juntos. Comprendía muy bien que podía decírselo todo a su padre y el que no lo hubiera hecho hizo que lo amara aún más.

– Gracias, Grant -le dijo con voz ronca-. Quería darte las gracias personalmente por… iba… a escribirte… para darte las gracias por… -de nuevo se calló sin poder hablar, sonrojándose de repente-, por… brindar el dinero para mi operación; por no denunciar a mi padre.