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– Al diablo con el dinero -le contestó, hablando de los miles de libras como si se tratara de nada. Después, mirándola con fijeza, añadió-: Quizá sea mejor que te diga que tu padre nunca estuvo en peligro de ser acusado.

– ¿Que nunca estuvo?… -exclamó, sin poder creerlo-. Pero tú… cuando fui a tu oficina…

– Cuando fuiste a mi oficina me sentí sorprendido de que, después de los años de lealtad que tu padre nos había brindado tanto a mí como a mi padre, alguien pudiera pensar, a pesar de lo enfadado que yo pudiera estar, que fuera capaz de hacer semejante acción.

– Pero…

– Pero -continuó él-, sorprendido, amargamente desilusionado y furioso como estaba, nunca pude creer que hubiera tomado el dinero para sí mismo. Tengo… una cierta experiencia, así que pensé que el dinero que había robado fue para gastarlo jugando, o con alguna mujer.

– Tú… pensaste lo último.

– No tuve otro remedio -le contestó con el rostro serio-. Fui a verlo y cuando llegué me encontré una pequeña casa de acuerdo con el sueldo de tu padre. Observé un automóvil que no era de lujo y en ese momento llegué a la conclusión de que era problema de juego. Eso fue hasta que vi las maletas en el vestíbulo, hasta que te vi, hermosa, luciendo como si nunca te hubieran negado nada en la vida, con una mirada de alegría en los ojos, acomodada en el sofá, bastante perezosa para levantarte, a pesar del aspecto de tu padre, que parecía a punto de desmayarse.

– Me… odiaste de inmediato, ¿no es cierto? -le preguntó temblorosa.

– En ese momento, sí -reconoció él-. Todo lo que pude ver en aquel momento era que, a pesar de ver lo deprimido que estaba tu padre al haber robado por ti, en lo único que podías pensar era en lo mucho que te ibas a divertir en Suecia. No pude soportar permanecer en el mismo sitio contigo.

– ¿Ese es el motivo por el que te negaste a verme cuando fui a tu oficina?

– No tenía por qué perder el tiempo contigo -le replicó.

Pensando que, después de haberle dado las gracias, debería retirarse, alzó la vista hacia él y algo que vio en su mirada hizo que se le debilitaran las piernas.

Grant la miraba con fijeza… ¿con expresión nerviosa? ¡No podía ser! Sin embargo, tenía el aspecto de un hombre que tenía mucho que decirle… de un hombre que, ¡parecía imposible en el caso de Grant, no se sentía totalmente seguro de los resultados!

Esto tiene que ser una locura, se dijo, pues Grant siempre ha estado por completo seguro de todo. Tenía que ser producto de su imaginación.

– Creo que mejor me voy -le declaró, haciendo un gesto para levantarse del sofá.

– ¡No! -le contestó él con tono cortante. La tomó con firmeza del brazo, obligándola a sentar de nuevo-. Regresando a aquel viernes… te vi en mi oficina, ¿no es cierto, Devon? Y como consecuencia de ello me pasé todo el fin de semana siguiente tratando de olvidarte.

– ¡Oh! -exclamó sin poder evitarlo-. Porque… porque querías que te pagara -le dijo-. Pensabas en mí porque estabas viendo cómo podías…

Eso fue lo que me dije a mí mismo, cuando en ese fin de semana, en cualquier lugar en donde me encontraba me sentía atormentado por un par de ojos inocentes, azules, suplicantes, en los cuales no creía.

– ¿Te dijiste… a ti mismo?

– No quise reconocer que me sentía atraído hacia ti -intentó contener los latidos de su corazón, diciéndose que siempre se había dado cuenta de que se sentía atraído hacia ella en lo físico, y lo escuchó añadir-: Es ese el motivo por el cual te hablé por teléfono pidiéndote que vinieras a verme -se encogió de hombros, antes de continuar-. Por supuesto que cuando te vi de nuevo tuve que reconocer que te deseaba… pero sólo, al menos eso pensé en ese momento, de un modo sexual.

Se sonrojó intensamente, pero comprendió que más que por haber hablado de sexo, era por la expresión que había dicho de que: "al menos eso pensé".

– Espero que me perdones, Devon -le dijo, sonriendo con ligereza al observar el sonrojo en su piel-, pero he vivido lo suficiente para saber que existen mujeres como sospeché que eras tú al principio. Pensé que podía matar dos pájaros de un tiro… obligarte a vivir conmigo a pesar de tu negativa y de esa forma hacerte pagar lo que sospechaba que habías hecho y, por otra parte, pensaba que al poseerte, confirmaría lo que suponía, que no eras tan inocente como fingías. Trataba de convencerme de que en breve dejaría de admirarte.

Al escuchar lo que le decía se le humedecieron las manos de nerviosismo… ¿estaba diciendo en realidad Grant, que la había admirado? No pudo evitar decirle.

– Pero… pero no me… tomaste -lo dijo con voz ronca.

– ¿Cómo podía hacerlo? En primer lugar estaba desconcertado. De acuerdo a lo que pensaba, tú eras una joven a quien sólo le interesaba divertirse. Por otra parte, tenías una cicatriz grande y reciente que no podía ser una mentira… En ese momento me di cuenta de que me habías dicho la verdad. Era la prueba de que en vez de haberte divertido, habías estado sufriendo. En ese instante pensé que si no me controlaba volverías a sentir dolor.

– Recuerdo que saliste presuroso de la habitación -murmuró ella.

– Tenía que irme así -le dijo con una leve sonrisa que desapareció con rapidez al recordar-. Claro que, por la mañana, a pesar de lo que había visto, volví a pensar que sólo fingías.

– ¿Es ese el motivo por el que, en algunas ocasiones, me trataste tan mal?

– "Algunas veces" no es correcto -le dijo-. Aún deseaba poseerte, pero la realidad es que eras tú quien había empezado a tomar posesión de mí.

– ¿Que yo… tomé posesión de ti? -lo miró con los ojos muy abiertos, hasta que él le aclaró:

– Comenzaste a controlar mis pensamientos. Estabas conmigo a donde quiera que iba, en casa, en la oficina, en todo lo que hacía. Fue tanta la obsesión que un día tomé el teléfono y llamé a éste número, sólo porque quería hablar contigo… sólo Dios sabe lo que te habría dicho si me hubieras contestado.

– Yo… no sabía que… eras tú.

– También recuerdo con claridad otro día, cuando no podía pensar en otra cosa más que en ti, recostada en el jardín, tomando el sol, por lo que me di prisa para terminar el trabajo y regresar más temprano, para encontrar que no estabas aquí.

– Fue el día que fui a casa…

– Y estaba tan furioso contigo, conmigo mismo, que te exigí que me dieras la llave de tu casa -de nuevo pudo ver dolor en sus ojos al continuar-, sin saber que tenías otra llave escondida en algún sitio. Dios, debo de haber sido insoportable, pero no quería que estuvieras en otro lugar que no fuera aquí.

– ¿Porque querías… tenerme disponible en cualquier momento que decidieras… este… hacerme cumplir las condiciones de nuestro convenio? -le preguntó, deseando que fuera algo más que eso, pero sin poder esperarlo.

– Seguía preguntándome eso -le contestó con voz baja; se le acercó y le dio un beso en el rostro antes de continuar-. A pesar de que para entonces, y para mi sorpresa, ya me había dado cuenta de que no era sólo el deseo de tu cuerpo lo que sentía.

Devon se acordó con dolor, de ese momento.

– Lo recuerdo -le dijo, conteniendo las lágrimas-. Me acuerdo que me dijiste… que preferías… en ocasiones una mujer más experimentada, ¿no es así?

Le pasó un brazo por los hombros y le dijo con tono lleno de sinceridad.

– Querida, no he mirado a otra mujer desde aquel día en que llegaste con las maletas de la parada del autobús.

– Pero tú me dijiste… -comenzó a decirle, temblorosa al escuchar lo que le había dicho: "querida".

– Te dije que no siempre te deseaba y eso es cierto -la interrumpió-. Fueron muchas las ocasiones en que en lo único en que podía pensar era que deseaba con desesperación proteger ese cuerpo que había conocido el dolor y que todavía estaba convaleciente de la operación. Pero… hubo otros momentos, momentos en los cuales… perdóname que te lo diga… me estabas evitando a que te tomara. Eran esos los momentos en que tenía que salir de la casa, no para ir con otra mujer, como te hice creer, sino porque te deseaba con tanta desesperación, que me sentía seguro de que si me quedaba en casa perdería el control y te haría mía.