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Ahora comprendía el motivo por el que Grant Harrington había preguntado de forma tan cortante cuál de ellos se iba de viaje. Si estaba a punto de adquirir otra empresa no querría que su padre se alejara del negocio. Se sintió aun más orgullosa de su padre al ver cómo lo necesitaban.

De igual forma, se dio cuenta de que le había desagradado a Harrington. ¡Oh! ¿Por qué no habría venido dos meses más tarde, cuando hubiera podido levantarse para estrecharle la mano en vez de quedarse sentada en el sofá, dando la impresión de que era demasiado esfuerzo para ella levantarse para saludar al jefe de su padre?

Pensando en ello se quedó dormida, pero el sonido de la puerta de la casa al cerrarse la despertó. Se sintió más tranquila al saber que Grant Harrington había salido de su casa y cuando escuchó a su padre subir la escalera, encendió la lámpara junto a la cama y lo llamó.

– ¿Algún problema en el trabajo? -le preguntó cuando él abrió la puerta.

– Nada que tenga que preocupar a esa linda cabeza -le contestó-. Ahora a dormir.

– Sí, papá -le dijo con tono burlón; pero, repentinamente seria, añadió-: ¿No le dijiste a Grant Harrington de mi… de mi cadera, no es cierto?

– Me conoces muy bien para que lo dudes -le contestó con tono afectuoso.

– Lo siento, papá.

Sin embargo, antes de quedarse dormida de nuevo, recordó las palabras cariñosas que su padre le había dicho: "linda cabeza", ¿Era linda? ¿Habría… habría pensado Grant Harrington que ella era bonita?

Lo vio de nuevo en su pensamiento, alto y fuerte, con un físico musculoso y pensó que la mujer que le llamara la atención tendría que ser más que bonita. Se sintió segura de que sólo una mujer muy hermosa lograría que Grant Harrington la mirara por segunda vez.

Se sintió tentada a levantarse de la cama para contemplar su rostro delicado en el espejo. Después recordó lo que le esperaba mañana y se preguntó por qué tenía que tener tanto interés en ser hermosa.

¡Al diablo con Grant Harrington! pensó. Ya con caminar derecha sería suficiente… ¡Oh, llega pronto, mañana!

Capítulo 2

Se advertía una gran felicidad en la joven parada junto a sus maletas en el exterior de la estación de ferrocarril de Marchworth, esperando un taxi aquel jueves. Se encontraba casi al final de su viaje y le había costado trabajo no demostrar a todos la felicidad que sentía. Le había resultado difícil no sonreír a la gente, conteniéndose, pensando que se pudiera malinterpretar esa sonrisa.

Muchos la habían mirado con admiración, pero no estaba interesada en responder a sus insinuaciones. Más adelante, quizá se permitiera coquetear un poco. Recordó que era poca la experiencia que tenía en ese sentido, pero por ahora todo lo que quería era llegar a su casa; regresar con su padre.

Tuvo que contener la sonrisa cuando el conductor del taxi que se paró a su lado le preguntó.

– ¿Adonde la llevo querida?

Devon le dio la dirección y dejó escapar una carcajada por primera vez en años, al escuchar su respuesta.

– ¡Con una sonrisa así la llevaré gratis a donde quiera! Claro que no lo decía en serio, pero su comentario le hizo aumentar más la sensación de mareo que sentía; quizá el estar borracha fuera algo similar, pensó mientras abría la bolsa de mano que traía y sacaba los zapatos que significaban tanto para ella. ¡Sus primeros zapatos de tacón alto!

Recordó con claridad todo lo que había sucedido y que había dado como resultado esos momentos de suprema felicidad. Claro que después de la operación tuvo dolor… y temor. Este se había convertido en terror al pensar que tanto dolor tenía que significar que la operación no había tenido éxito.

Después, siguió un sentimiento de incredulidad cuando las amables enfermeras la levantaron de la cama tres días más tarde; pasó dos días levantándose y acostándose para acostumbrarse a la idea de que ya había terminado la etapa en que tenía que estar acostada. Entonces comenzó el arduo trabajo del fisioterapeuta. Devon también había trabajado intensamente, aprendiendo a caminar de nuevo, aprendiendo a subir escaleras. ¡Pero la recompensa que había recibido por tanto esfuerzo, fue darse cuenta, con incredulidad y alegría, de que estaba caminando de nuevo! ¡De que en realidad caminaba sin esa terrible y desagradable cojera!

Devon había llorado y recordaba que sus lágrimas también habían hecho llorar a Ingrid, la enfermera que la cuidaba. El doctor Henekssen había vigilado con cuidado sus progresos y fue él quien al fin la dio de alta de la clínica.

– ¿Que puedo irme la semana próxima? -exclamó sin poder creer que la dejaran ir sólo después de siete semanas.

– Si usted viviera en Suecia ya la habría dado de alta antes, indicándole sólo venir a visitarme cada cierto tiempo -le dijo en perfecto inglés-. Pero al no ser así, prefiero hacer yo la última revisión. Creo que la semana próxima la realizaré.

Cuando al fin llegó el día de la última revisión, se sintió muy preocupada cuando el doctor Henekssen le dijo que debería ir a ver a su médico en Inglaterra unas seis semanas después.

– ¡Algo salió mal! -exclamó consternada-. Algo…

– No, no -le dijo enseguida para tranquilizarla.

– Pero usted dijo que ésta sería mi última revisión…

– Debí decir que era su última revisión aquí. Esto es completamente normal e incluso si usted viviera en Estocolmo le diría que viniera a verme dentro de seis semanas. Ya camina sin cojear, ¿no es cierto? -le dijo con tono de burla.

– Sí -tuvo que reconocer y, sintiendo una enorme gratitud hacia él, se disculpó por sus temores. Él la tranquilizó diciéndole que si tenía cuidado no había nada que temer.

– ¿Tener cuidado? -le preguntó y después le juró tener cuidado durante el poco tiempo que él le había indicado. Después de eso, añadió él, podría hacer todo lo que quisiera. Pero durante un corto tiempo debería tener cuidado de no ejercitar o cansar demasiado la cadera. Debería hacer ejercicios, pero no exagerarlos; si tenía el cuidado de descansar con frecuencia y hacer los ejercicios indicados, la visita que le haría al doctor McAllen seis semanas después, no sería más que una pura formalidad.

Se había sentido feliz y decidió no llamar por teléfono a su padre para que la fuera a esperar al aeropuerto, como habían acordado, disfrutando de la sorpresa que le daría al entrar en la casa sin previo aviso, caminando, sin cojear, mostrándole a la nueva Devon Johnston.

Había pasado dos noches en un hotel y le dio tiempo de comprarse el vestido y los zapatos y cuando el taxi se detuvo frente a la casa, pensó que no había una joven más feliz que ella en toda Inglaterra.

Se sentía tan contenta, que no se dio cuenta del hecho de que el taxi se había detenido más allá de su casa, pues frente a ella estaba estacionado un elegante coche.

– Ya llegamos, querida, me da vergüenza cobrarle -le comentó él, mientras colocaba las maletas en la acera.

Ella se rió junto con él y le dio una buena propina. Pronto tendría un trabajo y además, sintiéndose así, ¿qué importancia tenía el dinero? Al ver la propina, él se ofreció a llevarle las maletas y recordando el consejo del médico de tener cuidado, casi se lo permitió, pero después pensó que ya era hora de que hiciera las cosas por sí misma y rechazó su ofrecimiento.

Estaba segura de que su padre no la había oído llegar y dudó si tocar el timbre y darle la sorpresa cuando abriera, pero ya estaba oscuro y quería observar la sorpresa en su rostro al verla.

Buscó la llave de la puerta en su bolso y, dejando las maletas en el portal, entró sin hacer ruido. Vio la luz que salía por debajo de la puerta de la sala y se sintió llena de emoción.