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Cuando iba a abrir la puerta sonrió con malicia y pensó que debería sorprenderlo. Abrió la puerta de golpe y entró en la sala, dando un salto, gritando: "¡Hola!" Se detuvo al sentir un intenso dolor en la cadera y al perder el equilibrio chocó contra la figura inmóvil frente a ella.

El dolor en la cadera la asustó y se sujetó con fuerza a su padre quien, extrañamente, parecía haber aumentado de estatura durante su ausencia, mientras trataba de dominar el pánico que sentía.

En ese instante la figura de la que se sujetaba se puso en movimiento y la apartó con rudeza. Devon dejó escapar una exclamación, esta vez no de dolor, sino de sorpresa. Ahora se daba cuenta de que el hombre de quien se había sujetado no era su padre.

La sorpresa al darse cuenta de que se trataba del mismo hombre que había visitado la casa, la última noche que permaneció en ella, la dejó aturdida durante varios segundos. Sin embargo eso no sucedió con el hombre, que con tono seco le dijo:

– Ya está de regreso en Inglaterra en donde su padre puede cuidarla… no intente poner en práctica conmigo los trucos de amor libre que aprendió en Estocolmo.

¡Amor libre! ¿Cielos, era eso lo que él pensaba que ella había ido a hacer a Suecia… a hacer lo que quisiera sin que su padre pudiera impedirlo? Sin poder hablar lo miró durante un momento.

Observó cómo sus ojos le recorrían todo el cuerpo, mirando el traje nuevo, los tobillos esbeltos, el rostro pálido. De repente se sintió cansada y, por la mirada y sonrisa cínica que le dirigió Grant Harrington, comprendió cómo había interpretado él, el que llegara cansada de lo que él suponía era la capital mundial del amor libre.

Furiosa de que alguien pudiera pensar así de ella, Devon le preguntó:

– ¿En don… en dónde está mi padre?

– Me extraña que recuerde que tiene padre. Ha regresado de sus vacaciones una semana antes de lo esperado… ¿No le resultó Suecia lo que esperaba?

Se sentía tan enfadada que olvidó por completo que era el jefe de su padre.

– Nunca sabrá lo que puede hacer Suecia por una joven -le dijo con voz cortante.

– Me lo puedo imaginar bastante bien -de nuevo observó atentamente su vestido y se dio cuenta de que pensaba que, con toda seguridad, algún pobre y tonto sueco se lo había regalado.

Estuvo a punto de replicarle con violencia, pero se controló justo a tiempo, recordando que la única razón posible de que se encontrara allí, era que tenía que tratar con su padre algo relacionado con el trabajo. En ese momento recordó que el hombre más detestable que había tenido la desgracia de conocer era el jefe de su padre.

– Discúlpeme, señor Harring… -comenzó a decirle, pero se detuvo al escuchar pasos.

Se volvió de espaldas a Grant Harrington, observando al hombre que acababa de entrar y que la miraba como si no pudiera creer lo que veían sus ojos. Era su padre… pero, al mismo tiempo, era distinto. El hombre que se había detenido al verla, el hombre que la miraba parpadeando, como si pensara que se trataba de algún espejismo… ¡había envejecido diez años en el poco tiempo que había estado fuera de la ciudad!

– ¡Papá! -gritó.

Como por arte de magia desaparecieron esos diez años adicionales. Fue imposible dejar de observar la alegría que sentía al ver a Devon caminar hacia él, sin la menor señal de cojera.

Se olvidó por completo de la presencia de Grant Harrington. Olvidó que él estaba observando cómo su padre la envolvía en sus brazos y la abrazaba con fuerza, como si hubiera estado lejos un año entero. Charles Johnston, también durante un instante, se olvidó del otro hombre.

– ¿Por qué no me avisaste que venías? Hubiera ido al aeropuerto a esperarte -le dijo mientras sus ojos, al igual que los de Devon, brillaban por las lágrimas.

Cuando se iban a abrazar de nuevo los interrumpió una voz cortante.

– ¿Tienes las llaves, Charles?

En ese momento Devon sintió que odiaba a Grant Harrington por haber interrumpido esa reunión feliz. Sin embargo, al apartar la vista de su padre y mirar los rasgos fríos y duros del otro hombre… sintió que el miedo la invadía. Era un temor que no tenía relación alguna con el éxito o el fracaso de la operación, pues de nuevo vio cómo su padre envejecía de repente. Desapareció de sus ojos todo el brillo, mientras se dirigía hacia su jefe y comprendió que algo muy terrible, había sucedido durante su ausencia.

Conteniendo un comentario observó con los ojos muy abiertos, cómo su padre le entregaba las llaves de la oficina; sabía que eran esas llaves por el llavero en que las tenía. Un llavero que ella misma le había regalado en una ocasión, en la cual se había quejado de que las llaves de la oficina se le mezclaban con las de la casa.

Ninguno de los hombres habló. Grant Harrington tomó las llaves sin darle las gracias, mientras Devon trataba de imaginar alguna razón por la cual su padre le devolvía las llaves de su oficina, la llave de la caja de seguridad y otras que siempre tenía bajo su cuidado.

– Estaré en contacto -dijo Grant Harrington con tono cortante y haciendo un gesto que indicaba que ya no tenía nada más de que hablar y que se iba.

– Está bien -contestó Charles Johnston, casi sin voz.

Aturdida, al ver la cabeza orgullosa de su padre inclinada mientras salía de la habitación, se dio cuenta de repente de que él no había seguido a su padre.

– ¿Qué sucede? -le preguntó.

Él pareció decidido a ignorar su pregunta, pero ella no estaba dispuesta a permitírselo. Lo tomó del brazo en el momento en que iba a salir.

Él se dio vuelta, mirando con desagrado la mano sobre la manga de la chaqueta de su traje.

– ¿Qué sucede?… -comenzó a decir antes de que la mirada arrogante fija en su mano se la hiciera retirar.

– ¿Está usted fingiendo no saberlo, señorita Johnston? -le contestó con tono cínico.

– Yo no sé…

– ¿No hay nada que su padre no estuviera dispuesto hacer por usted, no es cierto? -interrumpió su negativa y pudo darse cuenta, por el tono de su voz, de que estaba furioso-. Con mis ojos he visto que él adora el suelo que usted pisa. El problema con las mujeres como usted es que siempre alguien tiene que pagar el precio. ¡Ha sido usted, mujer vagabunda, quien ha provocado la vergüenza de su padre!

– ¿Ver… güenza? -exclamó con voz ronca.

– Puede tirar su pasaporte -le recriminó con violencia-, sus días de diversión se han terminado.

– ¿Diver?… -aún no podía comprender lo que le decía.

– El cuerno de la abundancia se acaba de secar -fue lo único que le contestó.

Dejándola sin comprender, se dirigió hacia la puerta principal. Haciéndole sólo un leve ademán de cabeza a su padre, abandonó la casa:

Se quedó parada en el mismo lugar, observando cómo su padre metía las maletas. Sólo cuando vio cómo sus ojos evitaban encontrarse con los suyos, comprendió el significado de las palabras "cuerno de la abundancia" y "vergüenza". Se le acercó y, pasándole un brazo por los hombros, le preguntó.

– ¿Realmente… pagaste mi operación… con un seguro?

Quince minutos más tarde, después de haber entrado apoyándose el uno en el otro en la sala, Devon aún no podía creer lo que le había confesado su padre como respuesta a la pregunta que le había hecho.

No había la menor duda sobre el honor de su padre. Lo sabía bien ella, al igual que todos los demás. Su jefe también, estaba segura de ello, de lo contrario, ¿cómo le hubiera dado ese puesto de confianza?

– Tendrás que saberlo, pequeña. De todas formas, lo habrías adivinado pronto, al ver que por la mañana no sacaba el coche para ir a la oficina. Fue Grant Harrington, más bien su compañía, quien te pagó la operación.

Devon no supo cuánto tiempo permaneció sentada allí, aturdida. En varias ocasiones abrió la boca para hablarle, pero la cerró de nuevo. No podía pensar en nada que no se oyera como una acusación.