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– ¡La casa! -dijo de repente, excitada-. Podríamos vender la casa, le daríamos el dinero a Harrington y nos cambiaríamos a un…

– El banco tiene prioridad sobre la casa, pequeña -la interrumpió, revelándole algo que no sabía. En ese instante fue cuando se dio cuenta con exactitud de cómo se había agotado él y sus recursos. Al ver la expresión en su rostro, él le dijo-: Valió la pena, nunca pienses que no lo valió. Era necesario que tuvieras el mejor tratamiento que pudiera conseguirte para la cadera -le apretó la mano con fuerza-. Lo recibiste y nunca nadie sabrá que tuviste un problema.

– ¿No le dijiste… a Grant Harrington por qué te viste en la necesidad de tomar su dinero? ¿Que fue para que pudiera operarme?

– El dinero había desaparecido y no tenía importancia decirle para qué fue utilizado -le contestó-. Perdí la confianza de la compañía y en los negocios eso es lo único que importa.

Como había dicho su padre, el dinero había desaparecido, se había roto la confianza, y el resto… no tenía importancia. Al recordar su encuentro de esa noche con Grant Harrington, se dio cuenta de que él pensaba que ella se había gastado de forma irresponsable cada centavo del suelo de su padre… y más aún. Al ignorar lo de su operación, se había sentido seguro, y además tenía todo el derecho de pensarlo así… que ella se lo había gastado.

La felicidad que sintió al entrar en la casa había desaparecido para siempre e incluso tuvo más deseos de llorar, al escuchar lo que él le decía.

– Siento mucho que tu regreso a casa haya tenido que ser de esta forma -dándole a entender que si no hubiera llegado precisamente en el peor momento, él habría seguido ocultándoselo mientras hubiera podido-. Cualquier cosa que suceda, si tengo o no que ir a prisión -la palabra "prisión" le heló la sangre-, habrá valido la pena -sintió como si se le destrozara el corazón cuando, a pesar de todos los problemas que tenía, intentó aparentar alegría, diciéndole-: Bien, ¿no es hora ya de que me cuentes cómo te fue? Vamos a abrir la botella de jerez para celebrarlo y cuéntamelo todo.

Capítulo 3

Al despertarse la mañana siguiente, Devon tenía tan fresco en su mente todo lo que había ocurrido, como lo tuvo en las muchas horas que permaneció despierta durante la noche.

Sin sentir ninguna alegría, lo había ayudado a mantener la farsa de una feliz bienvenida. Ella y su padre habían bebido un jerez y le había contado parte de su tratamiento postoperatorio.

Con todas las preocupaciones que tenía, no le había querido decir la molestia que sentía de vez en cuando en la cadera. Tampoco le había mencionado las instrucciones del doctor Henekssen en el sentido de que debería descansar con frecuencia. Su operación le había costado muy cara a su padre: le había costado su honor. Él le había dicho que había valido la pena y, para su tranquilidad, era necesario que lo siguiera creyendo así.

– La operación fue un enorme éxito -le había dicho Devon, sabiendo en su interior que sólo podría estar segura una vez que el doctor McAllen la reconociera dentro de varias semanas-. El doctor Henekssen me dijo que ya podía hacer todo lo que deseara -le había dicho con tono alegre, omitiendo que le había aclarado que sería "dentro de poco tiempo".

Su padre le había sonreído, preguntándole si sería necesario en realidad que volviera a ver a su médico.

– Será dentro de seis semanas, pero sólo es una formalidad. Va sabes cómo son los médicos.

Devon se levantó de la cama, pensando en su padre y sin sentirse nada feliz. Entró en la cocina con deseos de hacer algo, pero, al mismo tiempo, abrumada por su impotencia para lograrlo: evitar que su padre tuviera que enfrentar, después de todo lo que había pasado, la deshonra final de cumplir una sentencia de prisión.

Al encontrarse con su padre, que ya estaba esperándola, miró a ese hombre que no había dudado en sacrificar su honradez por ella y observó que estaba aún peor, por lo que decidió que no podría quedarse impasible esperando si su suerte final seria la cárcel.

– Buenos días, papá -le dijo, dándole un leve beso en la mejilla-. Siéntate a ver el periódico, mientras preparo el desayuno.

Durante el mismo, que siempre tomaban en la cocina, apenas hablaron y al pensar que esa mañana no tendría prisa, pues no necesitaba ir a la oficina, esa última palabra "oficina" le dio una idea.

La idea creció y comenzó a tomar forma en su mente, hasta hacerla sentir que era necesario ponerla en práctica de inmediato. Sin embargo, comprendió que tenía que hacerlo con cuidado, pues estaba segura de que él se opondría. A las nueve y diez le dijo:

– El doctor Henekssen me dijo que debería hacer ejercicios en forma regular, por lo que creo que me voy a poner una ropa más presentable para ir a la ciudad.

Durante un instante esperó nerviosa, mientras él la miraba con rapidez, frunciendo el ceño. Después sonrió y, sin ofrecer acompañarla, le dijo:

– Hazlo, querida.

Se dio cuenta de que él había pensado que al no tener ya motivos para esconderse de los demás, había decidido olvidarse de todos los malos ratos pasados, entrando en cada una de las tiendas en el centro de Marchworth.

Cuando se dirigía a su habitación pensando qué ropa se pondría, él la llamó de nuevo.

– Antes de que hagas cualquier cosa, creo que sería una buena idea concertar ya la cita con el doctor McAllen.

– Aún falta mucho tiempo para que vaya a verlo.

– Debes hacerlo ya, Devon -insistió con firmeza-. Ya sabes lo que nos ha pasado otras veces, que hemos tenido que esperar mucho para lograr una cita y verlo a él directamente y no a uno de sus ayudantes.

– Eres un latoso -le contestó riendo, mientras se dirigía al teléfono-. Ya está -le dijo unos minutos después-. Por suerte no pedí una cita para las próximas dos semanas, pues el doctor McAllen está de vacaciones.

– ¿Un jueves como siempre?

– Todos los jueves estaban reservados, pero me confirmaron una cita para el lunes, dentro de cinco semanas.

Ya en su habitación fue rechazando, uno a uno, todos los vestidos, hasta decidirse por el del día anterior. Pensó que cualquier otro vestido habría sido preferible, recordando la forma en que Grant Harrington la había mirado; con toda seguridad había llegado a la conclusión de que él o algún otro hombre había pagado por ese vestido; sin embargo, sólo esa elegante prenda, entre todo su guardarropa, la hacía sentir confiada en sí misma. Se puso los zapatos negros de tacón alto, cerró la puerta de su habitación y se despidió de su padre.

Las oficinas centrales de Harrington Enterprises se encontraban lejos del área industrial, en donde tenían varias oficinas y la fábrica más importante, pero las oficinas principales estaban bastante cerca del centro de la ciudad. Si hubiera pensado que Grant Harrington estaría dispuesto a recibirla si le pedía una cita lo habría llamado por teléfono, pero, recordando la forma arrogante en que la había mirado, se sintió segura de que no sólo no le permitiría la entrada en la oficina sino que daría órdenes para que ni siquiera la dejaran pasar al edificio.

Sin embargo, él la iba a recibir. Estaba decidida a ello, aunque sintiera las palmas de las manos húmedas mientras, parada frente a la puerta de vidrio, pensaba en la recepción que indudablemente él le haría. En ese momento pensó en su padre, con los hombros hundidos, el rostro triste, tal como lo había visto esa mañana. Fue todo lo que necesitó para empujar la puerta y entrar. El valor, nacido del amor que sentía hacia él, la hizo dirigirse al mostrador de recepción y solicitar ver al señor Grant Harrington.

– ¿Tiene cita con él?

Devon ya había pensado en ese contratiempo mientras se vestía.

– Naturalmente -le contestó, mirándola con fingida sorpresa, como diciéndose que no podía creer que nadie viniera sin tener una cita previa-. Grant me dijo lo grande que era este edificio, pero…