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– ¡Fuera!

– Por favor -le suplicó sin saber qué hacer; su padre se había sacrificado tanto por ella que no podía fallarle-. Por favor, no lo denuncie; la prisión lo mataría y… mi padre no tomó el dinero para él… la deuda es mía.

Él la miró con arrogancia y el tono de su voz fue tan frío como la mirada en sus ojos.

– ¿Así que usted me va a pagar?

– ¿Pagarle?…

– Usted dijo que la deuda era suya.

– Trabajaré -le dijo de inmediato, pensando que había encontrado una grieta en la pared que se encontraba frente a ella-. Trabajaré duro… trabajaré para usted si…

– No si yo puedo evitarlo -fue su respuesta sarcástica y mientras la miraba de forma insultante, le dijo con lentitud-: ¿Qué tipo de trabajo tiene en mente? ¿Su médico le dijo que ya puede hacer ese tipo de… este… gimnasia?

Durante un momento, Devon no lo comprendió.

– Él me dijo que debería tener cuidado de no ejercitar demasiado mi… -se detuvo, cuando el significado de sus palabras le cayó como una ducha fría. Aspiró con fuerza y apretó los puños para controlarse-. Me refería a trabajo de oficina -le replicó con frialdad.

– ¿Sabe algo de trabajo de oficina? -¡cómo odiaba todo en ese hombre!-. En realidad, ¿ha trabajado alguna vez?

El único trabajo que conocía era el de la casa y lo odió aún más cuando se vio obligada a confesar.

– Bueno en realidad no, pero…

La interrumpió de forma cortante.

– ¿Me está usted diciendo que después de terminar su educación nunca ha trabajado para pagarse sus gastos?

Sin poder hablar, hizo un ademán afirmativo con la cabeza, viendo que de nuevo estaba a punto de perder el control, pero ya él pareció haber terminado todo su vocabulario y, pensando que la acción era mucho más efectiva, la tomó del brazo y la llevó a la puerta.

– Por favor, señor Harrington -le suplicó sin hacer caso esta vez del dolor en la cadera-. Haré cualquier cosa para usted -le suplicó- le limpiaría los suelos, cualquier cosa, si tan sólo…

– Señora -le respondió, mirándola y dejando que sus ojos la recorrieran de forma desdeñosa-, usted no tiene nada que pueda ofrecerme y que yo desee.

Antes de que Devon reaccionara, había una puerta cerrada entre ellos, ella se encontraba de un lado de la puerta y él del otro.

Capítulo 4

Cuando al fin llegó el lunes, a Devon le pareció que ese fin de semana que acababa de pasar, después de su infructuosa visita a Grant Harrington, había sido el peor de su vida.

La apariencia de su padre había empeorado aún más y lo peor de todo era que cada vez que sus miradas se cruzaban, él intentaba aparentar alegría, como si no tuviera preocupación alguna, ahora que ella había regresado completamente curada.

Se sobresaltó al ver que el cartero dejaba un sobre, sintiéndose aliviada al ver que era la cuenta de la compañía de electricidad. Había pensado que se trataba de un citatorio a los tribunales… aunque en realidad no tenía la menor idea de cómo se recibía un aviso de ese tipo, si a través de un policía o por correo. De lo único que estaba segura era de que ese canalla de Grant Harrington haría la denuncia.

Le entregó el sobre a su padre y pasó el resto de la mañana sin que ninguno de los dos hablara de lo que tenían en mente. Era el mes de mayo, pero hacía frío.

– Hoy te hice tu comida preferida -le dijo Devon al observar que, al igual que ella, apenas había probado el desayuno.

– ¡Oh, qué bueno! -exclamó él, pero Devon comprendió que el pobre no tenía apetito.

Durante la tarde él se entretuvo cortando el césped del jardín al frente de la casa y Devon lo observó desde la ventana de la sala, dándose cuenta de lo deprimido que estaba, ahora que no fingía al pensar que no lo estaban viendo.

El timbre del teléfono la apartó de esos pensamientos y se dirigió hacia él, extrañada, pues muy pocas personas les hablaban.

Alzando el auricular Devon contestó, quedándose prácticamente paralizada durante un momento y a punto de dejar caer el aparato, pues la voz que la saludó, tan descortés como la última vez que la había escuchado, era bien reconocida por ella.

– Soy Grant Harrington -le dijo él y, mientras sus pensamientos corrían alocados, añadió-: Quiero verla.

– ¿A mí? -exclamó con voz ronca por la tensión y la sorpresa. Después, sintiendo una leve esperanza, añadió enseguida-: Sí, claro, iré ahora mismo.

– Ahora no -le replicó con dureza-. Ya perdí bastante tiempo de trabajo con usted.

Segura de que si se lo pedía tomaría el próximo cohete a la luna, hizo un esfuerzo para controlar el nerviosismo y le preguntó:

– ¿En dónde? ¿Cuándo?

– Venga a mi casa esta noche a las siete y media.

Sin esperar que protestase, le dio la dirección, que Devon reconoció era en la zona más exclusiva de la ciudad y, de inmediato le colgó.

Sólo entonces, después de que le colgó, pudo ordenar sus pensamientos. No había duda alguna que lo consideraba abusivo, arrogante y descortés; además canalla era una palabra demasiado suave para el hombre que sabía que la tenía en su poder. El demonio arrogante sabía, por la forma en que le suplicó, que haría cualquier cosa que le pidiera.

Pensó que quizá al considerar de nuevo lo que ella le dijo tal vez llegó a creerla, a creer que fue operada. ¡Quizá se había arrepentido de acusar a su padre!

Sin embargo, lo que la extrañaba era por qué Grant Harrington no le había pedido hablar con su padre. ¿Por qué no era a él a quien solicitara para que fuera a verlo por la noche a su casa?

A la hora del té, confiando en que su padre no se molestaría porque lo abandonara en un momento en que necesitaba de compañía, le dijo que pensaba ir al cine esa noche.

Charles Johnston la miró con seriedad durante un largo rato y después le sonrió con afecto, diciéndole:

– Ve, querida.

Eran las siete cuando se bajó del autobús que la dejó a corta distancia de la casa en donde tenía que presentarse. Se sentía nerviosa por los resultados de esa entrevista, pero no podía pensar que Grant Harrington le hubiera hecho concebir esperanzas para después hundirla de nuevo en la desesperación, como una especie de castigo por ser la mujer despreocupada que, evidentemente, él pensaba que era.

Cuando llegó a la casa que buscaba, le dolía un poco la cadera y comprendió que se había apresurado mucho. Llegó algo temprano y se preguntó si eso no la perjudicaría ante él.

Demasiado nerviosa para quedarse afuera, tocó el timbre y esperó. Fue el propio Grant Harrington quien le abrió la puerta sonriente.

– Me temo que llegué un poco temprano -se disculpó nerviosa, al ver cómo sus ojos recorrían el traje sueco… después de mucho pensar, había decidido ponérselo, pues era lo más elegante que tenía. Sin decir palabra, él se apartó dejándola entrar; después cerró la puerta y le dijo.

– No esperaba que llegara tarde.

Al ver que no le contestaba, le indicó con una seña que lo siguiera mientras cruzaba el vestíbulo y después se apartaba para dejarla pasar a una enorme sala con gruesas alfombras, en la que había dos sillones y un sofá frente a la chimenea, en donde había fuego encendido.

– Hace… hace bastante frío para la época del año, ¿no le parece? -le dijo con el fin de romper la tensión.

– Siéntese -fue su respuesta. Esperó a que se sentara en el sofá y después él a su vez, se sentó en uno de los sillones.

Había llegado ahí sólo por una esperanza y mientras más pronto descubriera si sus deseos se realizarían sería mejor para ella.

– Usted me pidió que viniera a verlo -le comentó, al ver que no hablaba, contentándose con observarla, reclinado en el sillón, estudiando con lentitud el rostro delicado.

– Estaba en lo cierto al pensar que era hermosa -le contestó él.