—La historia completa.
Mientras hablaban, Bey observó con más atención a Aybee Smith. Su aspecto sugería a un hombre de veintipocos años, pero naturalmente eso significaba poco. Bey escuchó, miró, integró postura, estilo de habla, y el intercambio entre Aybee y Cinnabar Baker, y llegó a una sorprendente conclusión: Apollo Belvedere Smith era un adolescente, de menos de veinte años. Sin embargo, era el principal consejero científico. Lo que significaba que tenía que ser al menos la mitad de listo de lo que parecía pensar que era.
—Primero el trasfondo.
Sylvia Fernald se había acercado para plantarse ante Bey. Era capaz de resumir de manera buena y lógica, y empezó con un resumen de lo que Bey ya había oído detallar a Leo Manx. Hacía tres años que tenían problemas con los procesos de cambio de formas. Los humanos emergían de los tanques con una forma final incorrecta, o en el mismo estado en el que habían entrado. El problema no había despertado mucho interés al principio, ya que una repetición del proceso de cambio de formas siempre conducía al resultado deseado.
Eso dejó de ser así en los dos últimos años. Las desviaciones se hicieron más pronunciadas, y los tratamientos repetidos conducían a menudo a nuevas anomalías. Un año atrás, se produjeron las primeras muertes en los tanques. Todos los intentos de determinar el problema habían fracasado. El número de muertes y anormalidades crecía ahora exponencialmente.
Lo que Wolf oía apenas le sorprendía, y concentraba toda su atención en la oradora. Sylvia Fernald no había elegido el esqueleto ambulante de Leo Manx, ni la gruesa masa de Cinnabar Baker. Era delgada, pero no huesuda, e increíblemente fea según los cánones terrestres. Superaba a Bey en medio metro o más, y tenía una constitución angulosa y fina que parecía todo brazos y piernas de araña. Como Baker, llevaba muy corto el pelo de color zanahoria, dejando al descubierto una frente alta y pálida. Pero contrariamente a los demás, tenía cejas, arcos de color arena pajiza que enfatizaban el tamaño y el brillo de sus hundidos ojos grises y el brusco ángulo de su fina y prominente nariz. Bey ignoró la desagradable impresión general, hizo su habitual suma de variables y decidió que aún no había alcanzado la mediana edad.
—¿Cuántos casos, en total? —preguntó, cuando ella hizo una pausa.
Ella vaciló, y miró a Baker, quien asintió.
—Dígaselo.
—Casi ocho mil.
—Dios mío. Son más de los que hemos tenido en la Tierra en siglo y medio.
—Lo sé. Y recuerde, se trata de una población total de cincuenta millones, no de quince mil millones.
—Y empeora. ¿Puede proporcionarme las tasas de cambio?
Sylvia Fernald asintió, tras otra rápida mirada a Cinnabar Baker.
—Eso no es todo, señor Wolf. No soy experta en la tecnología del Sistema Interior, pero aquí nuestros sistemas, hardware y software de cambio de formas, son los aparatos más delicados que tenemos. Tienen que ser protegidos contra interferencias, y hay pruebas triples para detectar errores en cada señal electrónica.
Bey asintió.
—Igual que en la Tierra. Me sorprendería si los procedimientos y los códigos correctores de errores fueran diferentes. No veo cómo podrían serlo. El cambio de formas no tolerará la transmisión de errores. Es tan delicado que una tasa de error entre diez elevado a doce es suficiente para que se note. Nada más se acerca tanto en sensibilidad.
—En la Tierra no, tal vez —dijo Cinnabar Baker—. Pero recuerde, aquí en el Sistema Exterior dependemos mucho más de todo tipo de sistemas de control de realimentación. Adelante, Fernald. La historia completa.
—Hace tres años tuvimos nuestros primeros problemas con los procesos de cambio de formas. Eso fue malo. Pero hace dos años, otras cosas empezaron a salir mal. A gran escala. Ahora hay miles de toneladas de ácido cianhídrico flotando cerca del borde del Halo. Toda la línea de producción de la Cosechadora Kuiper se nos echó a perder. Se suponía que debía producir aldehidos y alcoholes a partir de cuerpos prebióticos en la Nube, pero el programa salió mal, las comprobaciones automáticas no funcionaron y sólo nos enteramos cuando un supervisor informó de signos espectrales anónimos.
—Un año de producción al garete —dijo Baker—. Y cinco años más de trabajo antes de que podamos despejarlo.
—Otra Cosechadora está produciendo los materiales equivocados —dijo Sylvia Fernald—. Lo detectamos pronto, sin que hubiese daños. Ahora estamos ocupados comprobando las otras treinta. También hemos tenido signos de inestabilidad en un sistema de control de núcleos; en uno de ellos se perdieron gigavatios de radiación cruda. Y lo más extraño de todo, han estado llegando informes absurdos de nuestros sistemas remotos de seguimiento. Están esparcidos por todo el Sistema. O bien nuestras comunicaciones están generando oleadas de señales espúreas, o el espacio del Sistema Exterior está lleno de… cosas extrañas.
—¿Cosas?
Aybee Smith esbozó una sonrisa desganada.
—Sí. Cosas. Díselo, Sylv.
—Fenómenos visuales. —Sylvia Fernald estaba claramente incómoda con sus propias palabras—. Hechos imposibles. Personalmente no creo en ellos, pero la gente que informa de su existencia, sí.
—Vamos, Sylv… estás perdiendo el tiempo. —Aybee Smith sonrió fieramente a Bey—. ¿Qué le parece un Perro Espacial… un sabueso rojo sangre cruzando Sagitario, llenando seis grados del cielo? Se informó de su presencia en la Estación Española, al otro lado del Sol. ¿Lo creería?
—No, no lo creería. —Bey miró a Cinnabar Baker, pero su rostro era serio y no mostraba signos de querer interrumpirle—. Es ridículo.
—Bien. ¿Qué le parece una espada azul llameante, cerca del borde del Halo? O una lluvia de sangre cruzando Orion. O una gran serpiente, enroscada alrededor del Anillo de Núcleos y mordiendo su propia cola.
—¿Cuántas personas han informado de eso?
—¿Personas? —Aybee Smith sacudió la cabeza, disgustado—. Hombre Lobo, la gente es débil. Ven de todo, o dicen que lo ven. Mírese a usted mismo, para demostrar mi caso. Ha estado teniendo visiones, pero están dentro de su cráneo… nadie más las ve,1 ¿no es cierto? Bien. Si sólo se tratara de personas, diría, al demonio, todos están locos (no pretendo ofenderle), y a quién le importa lo que digan ver. Pero esto es distinto. Fueron lecturas de instrumentos, no gente farfullando. Hubo sensores que registraron estas cosas. La gente sólo las vio más tarde, cuando miró los archivos. Hablamos en serio, no de locuras. ¿Sabe qué dice un montón de gente que ha oído hablar de esto? No dice que sean fenómenos, son prodigios. ¿Qué le parece?
Bey escuchaba, pero la mitad de su atención se encontraba en otra parte. Una vez más, algo no encajaba. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que era, y se volvió de nuevo hacia Cinnabar Baker.
—¿Esto sucede desde hace años?
—Más de dos años. Pero va empeorando, poco a poco. Parece una tontería, lo sé, pero con todo lo demás que está pasando tengo que tomármelo en serio. —Hizo una pausa—. Es usted escéptico. No me sorprende. Pero créame, ni Sylvia Fernald ni Aybee exageran ni inventan nada.
—La creo. Pero sigo pensando que ambos estamos jugando. Déjeme decirle algo que tal vez no le guste oír. —Wolf hizo un gesto con la cabeza hacia Leo Manx—. Cuando él me pidió que echara un vistazo a sus problemas de cambio de formas, rehusé. Una hora más tarde lo llamé y accedí. ¿Por qué cambié de opinión? No soy idiota, aunque puedan pensar que actúo como tal. Bueno, dejé la Tierra porque sabía que si no lo hacía, volvería a la Ciudad Vieja antes de una semana. Vine a un lugar donde no podría hacerlo, aunque quisiera. Allí me estaba volviendo loco… tal vez aún sea así.