—¿Las alucinaciones? ¿Cree que puede detenerlas?
—No. Al contrario, estoy seguro de que no. Porque estoy convencido de que lo que ha estado viendo no son las creaciones distorsionadas de su cerebro. Han sido impuestas desde fuera.
—Eso es imposible. He estado en situaciones en las que he visto a ese hombre rojo, y había otras personas contemplando la misma emisión. No vieron nada. Lo he visto en un programa grabado, también, y luego volví a reproducir ese programa por segunda vez. No apareció. Y de todas formas, ¿por qué querría nadie volverme loco?
—No lo sé. Sin embargo, creo que si podemos responder al primer problema, de método, habremos avanzado hacia la resolución del segundo, de intención. Y un efecto inducido es un problema tecnológico, no psicológico. Eso nos ofrece recursos. Propongo plantearle de inmediato la idea a Apollo Smith. Si conozco a Aybee, eso le intrigará. —Se bajó de la cama, suspiró, e hizo un gesto con la cabeza a Bey—. Y a la cama. Duerma bien.
Cosa que, por supuesto, Leo Manx había hecho que estuviera absolutamente fuera de lugar. Bey apagó la luz y se tumbó en la cama (Manx sabía lo que hacía, pues era enormemente cómoda), pero ya no tenía sueño. Efectos inducidos. Había considerado la idea la primera vez que apareció el Bailarín, pero la había descartado por dos buenos motivos: no entendía cómo podía hacerse y no podía imaginar por qué nadie querría hacerlo.
Tras cinco inútiles minutos, durante los cuales volvió a llegar a la conclusión de que no había forma de convertir en hechos útiles las opiniones de Leo Manx, Bey se levantó, tiró la ropa en la tolva de servicio, y se metió en la ducha. Era grande hasta el pecado, del tamaño de un apartamento de cinco personas en la Tierra; no era extraño que Leo Manx se hubiera sentido apretujado allí. Tras un minuto de pugna con los desconocidos controles, Bey fijó el agua a la temperatura más caliente que pudo soportar, y luego accidentalmente conectó un chorro helado. Escapó de la ducha con un alarido y puso en marcha el aire caliente.
En cuanto estuvo seco se dio cuenta de que había cometido un error. La única ropa que ofrecía el dispensador eran los monos amarillo claro, demasiado largos y demasiado estrechos para su cuerpo. Su ropa se la había tragado la tolva de servicio, y no encontró rastro de zapatos por ninguna parte.
Finalmente, logró ponerse uno de los trajes y consiguió manejar los cierres. Mirarse en el espejo fue una triste decisión, pero sospechaba que para los cánones nubáqueos era un auténtico adefesio. Bey salió descalzo de sus habitaciones, y se encaminó por un pasillo que se apartaba del núcleo en un surco espiral. No tenía ni idea de adonde se dirigía, pero confiaba en no perderse. No era probable que hubiera otro núcleo en el interior de la Cosechadora, y mientras siguiera los gradientes de gravedad «arriba» y «abajo» del núcleo no podría perderse.
Tras deambular unos minutos se encontró en un ancho pasillo en acordeón que se extendía y plegaba como el canal de alimentación de una bestia gigantesca. Esa similitud iba más allá de las apariencias. Bey sabía que las Cosechadoras exploraban la Nube Oort, buscando cuerpos ricos en gases y complejos materiales orgánicos. Una vez hallados, eran ingeridos por la boca tamaño cometa de la Cosechadora para ser transferidos a su interior. Se calentaban con energía extraída del núcleo, se derretían y se introducían en los depósitos grandes como lagos, para ser sacudidos y aireados por chorros de dióxido de carbono y oxígeno. En aquel caldo de enzimas, las moléculas prebióticas de los fragmentos (porfrinas, carotenoides, polipéptidos y celulosa) se convertían en grasas comestibles, almidones, azúcares y proteínas.
Bey se acercó a una portilla y contempló un mar borboteante amarillo verdoso. Junto a él se produjo un estertor de máquinas en movimiento. Una gran válvula se había abierto. Cientos de miles de toneladas de guiso chorrearon a lo largo de tubos helicoidales de refrigeración, para extraer agua, clorofila y levaduras. Esta hornada se hallaba en sus fases finales. La mayor parte del producto final sería comprimido, empaquetado en contenedores a prueba de espacio y lanzado al largo viaje hacia el Sistema Interior. Las Cosechadoras alimentaban a la población de la propia Nube, pero sobre todo sus productos eran esenciales para la supervivencia de todos los que vivían más cerca del Sol. Los productos alimenticios eran a su vez el capital de trabajo que proporcionaba el flujo de tecnología y bienes acabados del rebosante Sistema Interior.
¿Y si había una guerra, o un embargo? Mientras Bey dejaba la enorme planta de producción, no pudo dejar de preguntarse qué sucedería si fallaba la línea de suministros. Al principio, en su punto de destino no notarían nada. Los cargamentos se transportaban al Sistema Interior con una aceleración de sólo una fracción de ge, así que tardaban mucho tiempo en llegar allí. Habría comida en la tubería del sistema de reparto durante al menos diez años, aunque el suministro de las Cosechadoras se cortara hoy. Pero luego el Sistema Interior tendría serios problemas… tantos como sufriría la Nube si el Sistema Interior decidiera un día cortar el suministro de los núcleos de energía, o se negara a enviar bienes manufacturados. Con una interdependencia tan absoluta entre los dos grupos, cualquier rumor de guerra o de ruptura comercial entre ambos parecía ridículo. Y sin embargo Bey sabía que tales rumores eran cada vez más comunes, más y más a voces.
Había seguido el vector de gravedad local hacia abajo, y ya casi había llegado a sus habitaciones. Pero la idea del Anillo de Núcleos le hizo seguir adelante, descender por una empinada escalera que bajaba hacia el núcleo mismo. Quince metros más adelante se encontró en una negra esfera, sin signos visibles de entrada. Se hallaba en un campo de un treintavo de ge, en el primero de los tres núcleos blindados. Nada orgánico sobreviviría un milisegundo al otro lado. Veinte metros o menos bajo sus pies estaba el núcleo energético en sí, un agujero negro en rápida rotación sujeto en su sitio por su propia carga eléctrica. La masa de éste alcanzaría un par de miles de millones de toneladas. Servía como fuente de energía para toda la esfera de la Cosechadora. Corrientes de partículas subnucleares atravesaban la ergosfera del núcleo, reducían ligeramente su rotación, y emergían con su propia energía enormemente aumentada.
La energía proporcionada por un núcleo era grande, pero finita. Tras unos veinte años, su momento angular y su energía rotatoria se agotarían. Un agujero negro sin rotación continuaría irradiando según el proceso evaporativo de Hawking, pero esa energía era mucho menos controlada y útil. Era incluso una molestia, ya que los sensores de vigilancia dentro del blindaje necesitaban la redundancia de señales múltiples para asegurar mensajes libres de error al exterior. Un núcleo gastado era un núcleo inútil. Tenía que ser puesto a girar una vez más hasta un momento angular elevado por medio de alguna otra fuente, o ser sustituido por uno nuevo del Anillo.
¿Y si el Anillo de Núcleos se hacía inaccesible? Entonces los nubáqueos tendrían que buscar energía y el Sistema Interior pasaría hambre sin los suministros alimenticios de Nubeterra. Y sin embargo el Anillo de Núcleos era la parte menos controlada de todo el Sistema, y no estaba claro quién tenía más derecho sobre él. ¿Los barreneros, los fareros emigrantes del Halo que vivían dentro de sus trajes espaciales? ¿O tal vez era Black Ransome, que hacía la guerra a los nubáqueos y a los abrázaseles desde el misterioso escondite de su Agujero?
Bey descubrió que la cadena de pensamientos lo llevaba de nuevo hasta Mary. ¿Se encontraba en el Anillo de Núcleos, como insistía Leo Manx? ¿O se hallaba aquí, en la enorme extensión de la Nube? Si era así, el sistema de la biblioteca central podría ayudarle a localizarla. Suponiendo que quisiera hacerlo.