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«Puesto que no puede evitarse, besémonos y partamos. No, he cumplido, no tendrás más de mí.» En su último mensaje, Mary le pedía que no la buscara en términos típicos de ella. Había dejado campo a la ambigüedad. Bey se volvió hacia las escaleras, pensando que si empezaba ahora a aprender el acceso al sistema de biblioteca no dormiría nunca.

Estaba tan sumido en sus pensamientos que casi tropezó con tres desconocidos.

Eran dos hombres y una mujer. Wolf apenas tuvo tiempo de mirarlos (otra vez la falta de cejas, y de repente aquello tuvo sentido: el sudor no resbalaba de las frentes en gravedad cero). Entonces avanzaron hacia él.

—¿Qué demonios está haciendo aquí? —El más bajo de los dos hombres habló en tono fuerte y airado. Se acercó y le miró desde su altura superior.

—Lo siento —empezó a decir Bey—. No sabía que el nivel del núcleo fuese territorio restringido. Estaba a punto de…

—¡El nivel del núcleo! —El hombre se volvió hacia sus compañeros—. Típico de los abrázaseles, no comprende lo que se le dice.

La mujer avanzó un paso.

—No hablamos del núcleo. No perteneces a la Cosechadora… ni a nuestro Sistema. Vuelve con los apestosos de tu especie.

El otro hombre no habló, pero avanzó hasta ponerse al lado de Bey y lo golpeó dolorosamente en las costillas con un codo huesudo. Al mismo tiempo la mujer pisó el pie descalzo de Bey con un zapato de dura suela.

—Un momento… —Bey retrocedió un paso. Estaban en un campo de baja gravedad, lo que favorecía a los nubáqueos, pero Bey estaba seguro de que si tenía que defenderse podría hacerlo muy bien. Podría romper cualquiera de aquellos finos miembros con sus manos, y sus débiles músculos probablemente habían hecho ya todo lo posible por lastimarlo. Pero no quería luchar… no cuando no tenía ni idea de contra quién ni por qué. Alzó el brazo como para golpear al hombre que tenía delante, y en cambio se abalanzó hacia la escalera.

Ya había recorrido un buen tramo antes de que ellos pudieran girarse para perseguirlo. En lo alto cerró la puerta y corrió por el pasillo. En el umbral de sus propias habitaciones se topó con una alta figura. Bey frenó como pudo, pero no fue capaz de evitar el contacto. El hombre dejó escapar un gruñido de sorpresa y salió volando por los aires, rebotó en la pared y luego cayó boca abajo sobre la cama.

—¡Eh! ¿Qué demonios?

Bey reconoció aquella quejumbrosa voz. Era Apollo Belvedere Smith. Se acercó y le ayudó a sentarse.

Aybee se frotó el torso.

—¿Qué rayos sucede?

—Iba a preguntarle lo mismo. Huía de tres de los suyos. No tengo ni idea de quiénes son, pero intentaron empezar una pelea.

—Oh, sí. Vine a advertirle de que no dejara sus habitaciones. Cierre la puerta, Hombre Lobo, y con llave.

—¿Por qué? ¿Qué demonios pasa aquí?

—Es usted el hombre a quien les encanta odiar. —Aybee se levantó y empezó a deambular por la habitación—. No ha oído las noticias, ¿no?

—He estado viendo el interior de la Cosechadora.

—Sí. —Aybee seguía con el ceño fruncido, pero al parecer ésa era su expresión natural—. ¿Sabe una cosa? La mayoría de la gente es completamente idiota.

—No es cierto. Por definición, la mayoría de la gente es la media.

Eso le valió una rápida sonrisa.

—Sé lo que me digo. Son animales. En los últimos días ha habido más gruñidos y acusaciones entre el gobierno de aquí y el gobierno del Sistema Interior de lo que podría creer. Y luego, hace unas horas, llega una noticia desde el otro extremo de la Nube. Mal asunto. Toda una Cosechadora destruida, volada en pedazos, treinta mil muertos. La planta de energía destrozada. Y la noticia es que lo hicieron los abrázaseles.

—Tonterías. El Sistema Interior nunca destruiría una Cosechadora. Necesitamos esa comida.

—Eh, nunca he dicho que lo creyera, ¿no? Como le decía, la gente de por aquí es idiota. Ven a alguien como usted… —Aybee hizo una pausa para inspeccionar detalladamente a Bey; luego sacudió la cabeza y continuó— y le odian. Ya no está a salvo.

—Eso es problema de Cinnabar Baker. Si quiere que yo sea útil, tendrá que encontrar un modo de darme espacio donde trabajar.

La sonrisa de respuesta fue aún menos agradable que de costumbre.

—No se preocupe. Tendrá ese espacio, Hombre Lobo. La otra noticia es de su campo. Hay averías de cambio de formas en la Granja Espacial Sagdeyev, a un día de distancia. Sylv y usted irán allí, a ver qué pueden averiguar.

—¿Tú no irás? —Bey quería saber hasta qué punto era aquello importante para Cinnabar Baker.

—No lo creo. No a menos que usted me necesite. Sylv puede encargarse de ello. No es tonta, y es de fiar. Le gustará trabajar con ella.

Era probablemente la mayor alabanza que Aybee hacía de alguien. Bey asintió.

—Me da la misma impresión. Nos llevaremos bien.

—Le advierto que no es buena en la ciencia de verdad. Para eso consulte conmigo.

—Eres demasiado modesto.

—Tal vez. —Aybee examinaba a Bey con expresión de cínic^ curiosidad—. ¿Le importa si le hago una pregunta personal?

—Probablemente.

—¿Tiene pelo así por todas partes? Quiero decir que debe volverle loco.

Bey alzó la mano para mostrar a Aybee la palma abierta.

—Vale. Ya sabe a qué me refiero. —Aybee sonrió—. Piensa que soy un listillo, ¿no?

—En absoluto. Hace cincuenta años, yo era como tú. Más brillante que la fusión. Me sorprende lo mucho más listos que son los demás en la actualidad.

—¿Deterioro senil?

—Espera un poquito. Ya te llegará el turno.

Aybee frunció el ceño.

—Eh, Hombre Lobo, no diga eso. Es demasiado cierto para resultar gracioso. Los matemáticos y físicos de renombre lo consiguen todo antes de cumplir los veinticinco. Después de eso, sólo se repiten. Sólo me quedan seis años, y luego todo será ir cuesta abajo durante los cien siguientes. ¿Cómo se siente siendo realmente viejo?

—Te lo haré saber cuando lo sea.

—Sylv dice que lo lleva usted muy bien… después de la reunión que tuvo con Manx para que le dejara ver sus archivos personales. Es curiosa. Me ha dicho que ha estado usted viendo cosas, y que no sabe cómo es eso posible. Y que Manx piensa que yo podría ayudar. Cuénteme más.

—Esta noche no, Josefina.

—¿Quién?

—Alguien aún más viejo que yo. —Bey avanzó lentamente hacia Aybee—. Bien, ahora vas a marcharte. Voy a echarte de aquí… literalmente, si es preciso. Ven a verme por la mañana. Te diré todo lo que quieras saber sobre mí. Incluso cómo me sale el pelo.

—Claro. —Aybee se acercó a la puerta—. Supongo que los viejos necesitan dormir mucho.

—Supongo que sí. —Bey cerró la puerta con llave tras él. Si venían más visitantes esta noche, tendrían que echarla abajo. Se sentó en la cama y reflexionó sobre Apollo Belvedere Smith.

Aybee era joven, arrogante, obstinado, insolente e insensible.

A Bey le caía muy bien.

SEGUNDA PARTE

8

Cinnabar Baker no tenía hogar, o tal vez tuviera treinta. En cada Cosechadora se mantenían apartamentos para su uso, de tamaño, gravedad y mobiliario idénticos. Ella viajaba constantemente, y pasaba un máximo de diez días al año en cada uno.

Se decía que no tenía íntimos humanos ni pertenencias personales. Turpin iba con ella a todas partes, pero no era una posesión. Era un viejo cuervo bizco con un gran vocabulario y sin plumas en la cola. Cuando estaba de mal humor, cosa que sucedía a menudo, tenía la costumbre de arrancarse el plumaje con el pico.