Lo hacía ahora, y era un espectáculo desagradable. A Sylvia Fernald le resultaba difícil apartar los ojos de él. El cuervo se detenía de vez en cuando para mirarla con sus ojos acuosos y reumáticos, y luego continuaba con su picoteo autodestructivo. No hizo ningún intento de echar a volar; en cambio, cojeaba de un lado a otro, como un pirata, sobre la mesita que había delante de Sylvia, las alas medio abiertas y murmurando una irritada parodia del habla humana. Sylvia intentó ignorar a Turpin y prestar atención a lo que decía Cinnabar Baker. No le fue fácil. Sylvia dormía cuando recibió la llamada. Sofocó un bostezo, preguntándose cómo era posible estar tan nerviosa y a la vez tener tanto sueño.
La última llamada la había pillado por sorpresa, como la orden previa, una semana antes, para asistir a la reunión con Wolf y ayudar a ponerlo al día. Ella trabajaba para Baker, eso era innegable, pero la jefa de las Cosechadoras se había saltado dos niveles intermedios en la cadena de mando para llegar a Fernald, y nunca había ofrecido ninguna explicación.
Esta nueva llamada había sido igualmente casual, como si no hubiera nada de raro en pedir a un miembro inferior del personal que acudiera a una reunión privada después de la medianoche. Cuando Sylvia llegó, la enorme mujer estaba sentada con las piernas cruzadas en su apartamento de baja gravedad. Había cambiado el uniforme amarillo por una hinchada nube de material verde pálido que sólo dejaba al descubierto su cabeza y sus manos, y parecía tan descansada y alerta como siempre.
—Ahora pensemos un poco más en Behrooz Wolf—dijo, como si continuara una conversación que ya estaba en marcha—. Tengo las impresiones de Leo Manx, por supuesto, y ahora también las de Aybee. Pero ninguno de los dos es un observador experto de lo que podríamos llamar estados internos. Vio usted tanto de Wolf como yo. ¿Qué tipo de hombre encontró allí?
Sylvia esperaba una discusión sobre los sistemas de control de las Cosechadoras, o quizá de los procedimientos de cambio de formas. Su trabajo no incluía la evaluación de caracteres; pero no podía decírselo a Cinnabar Baker. Y estaba bastante segura de que Baker no se contentaría con quejas.
—Competente pero complicado. Creo que no llegué a saber en qué estaba pensando.
—Ni yo. —Baker sonrió como Gautama, y esperó.
—Obviamente, es inteligente, pero eso lo sabíamos por su reputación. Y no me refiero sólo a teoría de cambio de formas. Vio rápidamente que había otros asuntos implicados.
—Casi demasiado rápidamente. —Cinnabar Baker no colaboró. Una vez más, permaneció sentada, esperando.
—Y es obviamente un tipo sensible también. Vi los informes de Leo Manx sobre Wolf y su relación con Mary Walton (y puedo imaginar cómo se sintió cuando ella lo dejó; pero no se lo diré a Cinnabar Baker). Eso significa que aún se siente muy triste, y piensa que no obtiene gran cosa de la vida. Pero se interesó mucho en lo que le dijimos; así que sospecho que, aunque cree que siente las cosas intensamente, sus impulsos intelectuales son más poderosos que los emocionales. Es como Aybee, vive en un mundo de pensamientos más que en un mundo de sentidos. No lo admitiría, tal vez ni siquiera lo sabe. En cuanto a sus otros intereses, es difícil decir nada. ¿Cómo pasa el tiempo cuando no está trabajando?
Mientras hablaba, Sylvia se hizo esa misma pregunta acerca de Cinnabar Baker. Aquel apartamento era diminuto para los baremos de la Nube, y su mobiliario mínimo. Las paredes, de un beige uniforme, carecían de cuadros o de cualquier otro adorno, y no había artículos ni piezas personales como las que llenaban hasta rebosar el apartamento de la propia Sylvia. Cinnabar Baker tenía fama de trabajar duro. Resultaba evidente que el trabajo era lo único que tenía.
—¿Le encuentra atractivo? —La pregunta fue tan inesperada que Sylvia no estuvo segura de haber oído bien.
—¿Quiere decir físicamente atractivo?
—Exactamente.
—Dios mío, no. Es absolutamente horrible. —Sylvia dejó que la respuesta se asentara un par de segundos, y luego se sintió obligada a matizar—. Supongo que no es culpa suya, probablemente montones de personas del Sistema Interior tienen ese aspecto. Tiene una mente interesante, y creo que sentido del humor. Pero resulta repulsivo a la vista, y por supuesto es muy bajito, con esos brazotes cortos. Y lo peor de todo es que es… es demasiado…
—¿Demasiado?
—Demasiado velludo. No me extrañaría que esté todo cubierto de pelo, como un mono, por todas partes. Incluso en… Por supuesto. —Sylvia fue de repente consciente de lo exagerada que debía parecer—. Supongo que no puede evitar nada de eso. Aunque con el equipo de cambio de formas necesario…
—Lamento que lo encuentre poco atractivo. —Cinnabar Baker tenía al parecer una gran capacidad de malinterpretación. Extendió la mano para acariciar el lomo del cuervo, y al bajar la cabeza sus ojos quedaron ocultos a Sylvia—. Verá* deseo hacerle una petición inusitada. Y ya que está fuera del ámbito habitual del deber, sólo puede ser una petición informal.
—Si puedo hacer algo por ayudarla, naturalmente que lo haré. —El día ya había sido lo bastante loco. ¿Podía empeorar aún más?
—Bien. ¿Sabe usted que trabajará con Behrooz Wolf, y que viajará con él?
—Ése es el plan.
—Quiero que busque una relación con él. Una relación muy íntima.
—Se refiere a… quiere que yo… seguro que no querrá que yo…
Turpin escogió ese momento para soltar una larga y gorgoteante risotada, como agua colándose por un desagüe, y Sylvia no pudo terminar la frase.
—Me refiero a una relación psicológica —dijo Baker tranquilamente—. Si resulta una relación física, tanto mejor. Y le diré porqué. Wolf fue una de las veintisiete personas con las que pensamos contactar para que nos ayudaran. Es el único que queda, así que tendemos a decirnos, eh, tuvo suerte. Tal vez la tuviera. Pero tal vez haya más que suerte en esto. Tal vez Wolf sabe más de lo que admite, y tal vez haya un buen motivo para que no fuera eliminado con el resto. Y algún motivo por el que haya accedido a venir aquí, tras rehusar al principio. Si es así, necesito saber todo eso. Las conversaciones de almohada son mejores que las drogas de la verdad. Si pudiera intimar con él, persuadirle de que confíe en usted…
—¡No puedo hacerlo! —Sylvia no había escuchado nada después de la primera frase de Baker—. Está fuera de toda cuestión. Haré lo que se me pida, pero eso es demasiado.
—Tal vez. —Baker dejó de acariciar a Turpin y fijó sus fríos ojos azules sobre Sylvia—. Estoy segura de que el sentimiento es mutuo. Wolf sin duda la encuentra tan poco deseable como usted a él.
—Estoy segura. Ya ha visto a las mujeres abrazasoles. Bajas y morenas, todo grasa y caderas y pechos. Debe encontrarme horrible. Dios mío, soy al menos medio metro más alta que él. Y demasiado delgada para los gustos terrestres. Y de todas formas…
—De todas formas —dijo Turpin súbitamente—. De todas formas, de todas formas, encuentra la horma. —Echó a volar con un excitado remolino de alas negras, trazó una espiral y se posó sonriendo en el hombro de Cinnabar Baker.
—Subestima los efectos de la interacción personal prolongada —decía Baker. Sonrió—. En otras palabras, hablar lleva a acariciarse. Y ser guapo es sencillo. Unas cuantas horas en un tanque de cambio de formas… no es que le esté sugiriendo eso, compréndame… y podría ser el ideal de belleza de Wolf.
—Nunca. Lo siento, pero ni siquiera lo tomaré en consideración. Es definitivo. —Sylvia se levantó. Tenía que marcharse tan pronto como le fuera posible, antes de que Cinnabar Baker intentara otra vez convencerla de algo.