Выбрать главу

Hasta allí llegaba su carrera como especialista de control… su carrera ahora lastrada. La había arruinado en los últimos cinco minutos.

El pensamiento final fue el más amargo de todos. Cuando le llegó la convocatoria inicial de Cinnabar Baker, Sylvia se había sentido halagada y excitada. La calidad de su trabajo debía merecer especial atención. Sería asignada al visitante del Sistema Interior porque era inusitadamente competente en cambio de formas y trabajo de sistemas.

Ahora estaba claro que sus habilidades profesionales no tenían nada que ver con ello. Su función era la de hembra conveniente, un cebo para atrapar a Bey Wolf. ¿Y ahora había rehusado? Cinnabar Baker podría decir que no se lo reprochaba; pero lo haría. La carrera de Sylvia estaba acabada.

—Por favor, discúlpeme. —Miró a Baker, no encontró palabras, y se dirigió a ciegas hacia la puerta.

Cinnabar Baker la observó marcharse. Como era de esperar, Sylvia Fernald había rehusado… vehementemente. Pero la idea había sido plantada. Ahora Sylvia sería incapaz de trabajar con Behrooz Wolf sin evaluarle también en cierto modo como posible compañero. Y eso era todo lo que Baker esperaba conseguir.

—Las hormonas lo son todo, Turpin —le dijo al pájaro que estaba en su hombro—. Los cerebros están bien, y el aspecto, y la lógica es aún mejor; pero las hormonas dirigen el espectáculo. Para todo el mundo, incluso para ti y para mí. Pero nunca lo sabemos. Espero no haber sido demasiado dura con Sylvia. Veamos si cambiará de opinión cuando lo conozca mejor.

El trabajo de la noche distaba mucho de haber acabado. Tarareando suavemente para sí misma, Cinnabar Baker se inclinó sobre la unidad de comunicaciones de mesa y revisó el comunicado oficial que había preparado advirtiendo al Sistema Interior sobre su inmiscusión en los asuntos del Sistema Exterior. Funcionaría. Había un par de palabras claves que podían ser más fuertes («demanda» en vez de «petición», e «intolerable» era mejor que «inadmisible»); fueron arregladas rápidamente.

Aprobó su emisión. Entonces entró en modo código y pidió un circuito exclusivo para comunicarse en tiempo real. Hubo un momento de espera mientras llegaba la aprobación de las coordinadas heliocéntricas fuera de la red habitual. Se concedió, usando la propia autorización de Baker. Los codificadores fueron asignados. Finalmente, en las estructuras más externas de la Cosechadora, la antena de medio kilómetro orientó su hiperrayo hacia un destino situado en las profundidades del Halo.

9

Puedes correr, puedes correr, correr todo lo que quieras. Nunca podrás escapar del Hombre Negentrópico.
Canción infantil de la Cosechadora Hoyle

Las naves de Nubeterra eran fáciles de reconocer: cascos de hidrocarbono, armazones de fibra de carbono, portillas de polímeros transparentes.

La necesidad y la naturaleza habían fijado sus reglas. Los cuerpos celestes de la Nube Oort proporcionaban una limitada caja de herramientas: escasamente los ocho primeros elementos de la tabla periódica. Los metales eran particularmente escasos. En vez de hacerlos subir por el gradiente de gravedad del Sistema Interior, los nubáqueos que fabricaban máquinas habían aprendido a improvisar. Menos de una décima parte del uno por ciento de la nave que llevaría a Bey Wolf y Sylvia Fernald a la Granja Espacial Sagdeyev era de metal, y ese porcentaje sería reducido una vez más en los nuevos modelos.

Bey intentaba mantener una conversación con Sylvia Fernald mientras se preparaban para partir, pero era difícil. Dos días antes se había mostrado amistosa y tranquila con él. Bey lo sabía y ella también. Eran desconocidos, pero se habían llevado bien durante los primeros minutos, cómodos con el estilo de trabajo y la actitud del otro. A él le agradó la perspectiva de trabajar con Fernald— Sylvia, según le había pedido ella que la llamara antes de que terminara la primera reunión planificadora informal. Pero hoy…

Hoy le había estado sonsacando las palabras, una a una.

—Parece que sólo puede albergar a dos personas. ¿Qué hay de Leo Manx, Sylvia? Creía que iba a venir con nosotros.

—Cambió de opinión. —Su voz era inexpresiva. Contemplaba el fino vello negro de sus antebrazos, y se negaba a mirarle a los ojos.

¿Qué era? ¿Su aspecto? Cuando llegó a la Cosechadora Opik, Bey llevaba la ropa de mangas y perneras largas del Sistema Interior. Hoy había adoptado el parco uniforme de los nubáqueos, y sus diferencias físicas eran más evidentes. El amplio uso del equipo de cambio de formas había permitido a los terrestres acostumbrarse a cualquier cosa. Pero la gente que había visto aquí en la Cosechadora era toda muy parecida: limitadas variaciones delgadas o gruesas de un único tipo corporal.

Ella se había vuelto para comprobar el estado del combustible y los suministros, y se inclinaba sobre el panel. El se acercó, extendió un brazo fuerte y musculoso para compararlo con su pálido y liso miembro. Sylvia sintió que estaba cerca, y se giró.

—¿Qué está haciendo?

—Nada. —Bey se preguntó por qué se sentía culpable, y por qué las mejillas de ella se ruborizaban. Si se comportaba con tanto nerviosismo durante todo el viaje, iban a ser unas veinticuatro horas muy desagradables. La escasez de alojamiento en Nubeterra se limitaba a sus naves de tránsito. El impulsor McAndrew estaba bien, pero las fuerzas inerciales y gravitatorias se equilibraban sólo en una pequeña zona en el eje principal de la nave. Bey y Sylvia compartirían ese espacio, una cabina cilíndrica de unos dos metros de diámetro. Mantenerse apartado de ella sería difícil. La propia Sylvia medía más de dos metros de altura.

Hacían los últimos preparativos para la partida, repasando la cuenta atrás juntos con embarazosa formalidad, cuando Aybee llegó corriendo.

—Bien. Pensaba que no iba a alcanzarlos.

—Cuatro minutos más y así habría sido. —Sylvia ocultó bastante mal su alivio—. ¿Vas a venir con nosotros?

—Ni hablar. —Aybee contempló la pequeña cabina con disgusto—. Necesito espacio, sitio para destacar. Tendrían que doblarme para meterme ahí dentro. Ya será lo bastante incómodo sólo contigo y el Hombre Lobo.

La tensa atmósfera no le importó nada. Abrió los cierres de una bolsa que llevaba a un costado.

—He vuelto a hablar con el viejo Leo, y esta vez hemos situado el problema. La primera vez me preguntó: «¿Cómo se puede localizar una señal de vídeo que nadie más puede ver?» Yo le dije: «Eh, te diré cinco formas de nacerlo, pero no puedo decirte cuál están usando sin tener más datos.»

—Tres minutos —dijo Bey—. O tendremos que empezar una nueva cuenta atrás.

—Hay tiempo de sobra. —Aybee sacó de la bolsa una cajita rectangular, un casco y un verdadero nido de serpientes de cables y electrodos—. Hoy, el amigo Manx me dice que nos planteamos mal el problema. No le importa cómo llega la señal a su cabeza, sólo quiere verla, saber qué le vuelve loco. Eso es distinto, ¿no? Mucho más fácil. Porque ¿a quién le importa si la señal vino del exterior, o si usted la creó? Su recuerdo está almacenado ahí dentro… —Indicó la cabeza de Bey—, así que este aparatito lo sacará para nosotros.

Bey miró el aparato sin entusiasmo. Tenía un aspecto poco definitivo, inacabado.

—¿Quieres que me ponga esa cosa en la cabeza? ¿Cómo voy a poder respirar?

—Igual que de costumbre, hacia dentro y luego hacia fuera. Hay agujeritos para eso. Eh, tranquilícese. Si quisiera matarlo, habría formas más sencillas de hacerlo.